Una perra de mi estilo

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La noche siguiente a la sesión de fotos, ella había tenido su primer sueño erótico con Mónica. Y desde entonces se habían repetido todas las noches. Y ahora el objeto de su lujuria estaba en su casa, después de haber pasado el día fotografiando a una modelo escuálida. Vanesa reprimió un comentario mordiente.

-Todavía no te he dicho que las fotos que me hiciste son magníficas. Eres una genio - Vanesa cerró la puerta.

-Tú eres muy fotogénica, tienes una sonrisa fabulosa y una estructura ósea fantástica -repuso ella.

-Gracias -comentó ella-. Deja ahí el equipo -señaló un punto entre la puerta y el aparador antiguo-. ¿Quieres beber algo mientras esperamos a Risto? ¿Vino tinto?

Mónica dejó su cámara y el equipo con mucho cuidado en el suelo y la miró por encima del hombro.

-Estupendo.

Vanesa pensó que tenía que dejar de admirar el modo en que la camiseta de ella le ceñía los pechos y el modo en que los vaqueros le apretaban el trasero.

Ella se incorporó y la miró con aire interrogante.

-¿Necesitas ayuda?

Vanesa carraspeó.

-No. Ya voy -señaló el sofá con un movimiento de muñeca-. Ponte cómoda, enseguida vuelvo.

Salió de la estancia rezando en silencio para que Risto llegara pronto. Aquellos sueños empezaban a alterarla mucho.

Se apoyó en la encimera y respiró hondo varias veces. Sacó una botella de vino del botellero de encima del frigorífico, una botella de cabernet. Susy, que pasaba la mayor parte de su tiempo al lado del frigorífico, le lanzó una mirada atravesada.

Vanesa descorchó la botella.

-Mira, los perros normales se acurrucan en la cama o en el sofá. ¿Por qué te gusta a ti tanto el frigorífico?

Por supuesto, la perra no se dignó contestar. Vanesa sacó tres vasos de vino del armario.

-No te molestes por mí me marcho.

Volvió a la sala.

Mónica estaba sentada en el sofá color púrpura y miraba a su alrededor. Vanesa se sintió cohibida al pensar que estaba viendo su espacio personal con ojos de artista. Su gusto era variopinto. Le gustaban las reproducciones artísticas, alguna antigüedad que otra y muebles más cómodos que elegantes.

Dejó el vino y los vasos en el arca de bambú que hacía también las veces de mesita de café. Mónica la miró a ella y la habitación pareció desaparecer hasta que sólo quedó la distancia corta que las separaba. Si ése hubiera sido uno de sus sueños, se habría reunido con ella en el sofá, donde las dos se habrían desnudado y...

-¿Necesitas ayuda? -preguntó ella.

-Gracias, no -repuso-. Marchando un vaso de vino.

Consiguió servir los dos vasos. Le tendió uno, procurando no tocarla.

-¿Hablabas con alguien en la cocina? -preguntó Mónica

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-¿Hablabas con alguien en la cocina? -preguntó Mónica.

Vanesa se sentó en un sillón enfrente de ella.

-Con mi perra.

-¿Y te contesta?

-No. Es la típica señora que oye lo que quiere. Sólo habla si tiene la panza vacía o quiere el mando de la tele.

-Una perra de mi estilo -sonrió Mónica. Levantó su vaso en un brindis silencioso y tomó un sorbo de vino.

Sus dedos, largos y finos, le recordaron a Vanesa el sueño que tuviera en la siesta.

Tomó un sorbo de vino a su vez.

-Está muy bueno -dijo Mónica.

-Gracias -Vanesa tomó otro sorbo y se atragantó. Tosió. Y volvió a toser. No conseguía respirar bien.

Mónica saltó el arcón y le quitó el vaso de vino de la mano. Se arrodilló y, Vanesa, condicionada sin duda por su sueño, abrió automáticamente las piernas para hacerle un hueco. Ella la agarró por los hombros.

-¿Puedes respirar? Di que sí con la cabeza.

Vanesa asintió. Pero no apartó las manos de los hombros desnudos. Al fin dejó de toser y ella seguía arrodillada entre sus muslos, con los dedos en sus hombros.

-Estoy... bien -consiguió decir ella con voz temblorosa por la proximidad de ella. La realidad de su contacto era mil veces más potente que un simple sueño. ¿Temblaba la mano de ella en su hombro o era un reflejo de su propia reacción?

Mónica la soltó y se levantó con brusquedad.

La miró desde arriba, todavía entre sus piernas.

-Deberías beber con más cuidado -dijo.

Vanesa la odió en ese momento. ¿Cómo podía mostrarse tan preocupada y considerada un momento y tan desagradable al momento siguiente? Ignoró su comentario y pensó en Risto. Miró su reloj. Eran casi las nueve y cuarto.

-Espero que Risto llegue pronto -dijo-. Estoy muerta de hambre.

Enseguida se arrepintió de sus palabras. Mónica acababa de pasar la tarde fotografiando a una modelo escuálida y ella, que tenía un trasero descomunal, sólo podía hablar de comida.

-Bueno, muerta de hambre no, pero sí algo hambrienta -intentó enmendar.

No conseguía decir ni hacer nada bien con ella delante.

Y de pronto eso ya no importó, porque ya no estaba delante de Mónica, sino rodeada de oscuridad.

-¿Qué narices...? -preguntó ella. Vanesa pensaba lo mismo.

-¿Mónica? -preguntó ella con pánico en la voz.

-Estoy aquí -se levantó, ciega en la oscuridad, y se golpeó las espinillas con el arcón. Dejó el vaso de vino allí con mucho cuidado.

Y menos mal que lo hizo, pues Vanesa se agarró a su brazo con dedos temblorosos.

-Perdona. La oscuridad y yo no nos llevamos bien.

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