¿Estamos muy lejos del dormitorio?

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Mónica avanzó despacio, tocando los muebles, hasta que llegó a su lado. Nunca había conocido una oscuridad tan absoluta. No la veía, pero sentía el calor de su cuerpo, olía su perfume y sentía su energía en la mano que le agarraba el brazo.

-¿Alguna mala experiencia? -le preguntó.

Vanesa soltó una risita temblona.

-Cuando tenía cuatro años me quedé encerrada dos horas en un armario por curiosa. Me sentí aterrorizada. Desde entonces me da pánico la oscuridad.

Volvió a reírse, como si quisiera enmascarar el nerviosismo que resultaba patente en su voz. Mónica le tomó la mano.

-No pasa nada, yo estoy aquí. ¿En este edificio se va la luz a menudo?

-Ha pasado dos veces antes, pero era de día - la voz de ella sonaba más segura, menos asustada, y su mano era más firme.- Pero ya estoy bien.

Su respiración jadeante la traicionaba. No estaba bien, pero hacía lo imposible por dar esa impresión. Mónica resistió el impulso de estrecharla en sus brazos y prometerle que todo iba bien. En lugar de eso, se contentó con apretarle la mano con más fuerza.

-Pues yo no -respondió-. Veo menos que un murciélago. ¿Dónde está tu linterna?

Ella se volvió hacia ella y le rozó el hombro con la mejilla, gesto que aceleró el corazón de Mónica. Era una agonía estar tan cerca, tocarla y olerla.

-No tengo. Se rompió en la mudanza y he olvidado comprar otra -su aliento rozaba el cuello de ella y su cabello le acariciaba la mandíbula.

-Está bien. No hay linterna. Cambiemos de planes. ¿Dónde hay una ventana?

Sus dedos se entrelazaron.

-En mi dormitorio. Hay una en el cuarto de baño, pero es pequeña.

-De acuerdo. Llévame a tu dormitorio -a pesar de la oscuridad, cerró los ojos al decir eso. En otras circunstancias...

-Por aquí - tiró de su mano y ella chocó casi enseguida con algo duro...

-¡Ay! -era la pared.

-Perdona -se disculpó ella.

-Supongo que tú no has chocado contra la pared.

-No. Estoy en el umbral de la puerta.

-Andar a tu lado no funciona -declaró ella-. Ahora iré detrás -le puso las manos en los hombros desnudos. En la oscuridad no le costaba nada imaginar que estaba completamente desnuda. Sus hombros eran suaves, su piel cálida y elástica. Su aroma lo envolvía, la seducía. Ansiaba estrecharla contra sí, bajar la cabeza y besar la piel delicada de su garganta y seguir luego por el hombro. Quería absorber su calor, su sabor... a ella.

El anhelo invadía su alma. Tenerla en sus brazos pero todavía fuera de su alcance era una crueldad. Ella quería saborearla... se inclinó hacia delante y ella se movió levemente y se acercó más. Mechones de su pelo le rozaban la cara. ¿Qué narices hacía? Echó la cabeza hacia atrás.

-¿Mónica? -preguntó ella con voz ronca.

-Dame un segundo para situarme -ropa, necesitaba tocar ropa-. ¿Mejor así? -sujetó sus caderas justo debajo de la curva de la cintura como habría hecho si estuvieran bailando la conga... o haciendo el amor desde atrás.

-Así está bien -la voz de ella sonaba tensa. O quizá era su imaginación, ya que aquella proximidad la tenía atontada.

-De acuerdo. Tú guías -sabía que hablaba con brusquedad, pero prefería que la considerara grosera a pasada.

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