Con honor, tal vez, pero con dignidad no.

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Mónica se incorporó de golpe, desorientada por la cama extraña, las velas y una mujer que gritaba. Su cama. El apagón.

-¿Qué pasa? -se puso en pie y agarró a Vanesa, que temblaba como una hoja.

-Susy -ella tragó aire con fuerza y señaló la ventana-. Ha salido al alféizar -se aferró a ella -.¿Y si resbala?

Ella quería aquella perra. Mónica no vaciló, no pensó, se asomó a la ventana.

-¿La ves? -preguntó ella.

Susy parecía haberse dado cuenta del error cometido y estaba inmóvil en el saliente, un par de metros más allá.

Vanesa bajó la voz.

-Ven, preciosa. Ven aquí. Tengo algo para ti -le temblaba la voz.

Susy ladró con histeria, pero no se movió. Genial. Si la gente del siguiente apartamento abría la ventana, la perra seguramente se asustaría y caería a la calle.

Vanesa volvió a aferrarse a su brazo y Mónica intentó calmarla.

-Tranquilízate.

-Voy a salir a por ella -dijo.

-De eso nada.

-No puedo dejarla ahí.

-Iré yo.

-No. No puedo dejar que hagas eso. Y además, a ti no te conoce.

Mónica no pensaba permitirle que saliera a aquel alféizar mojado. Bajó la vista... había siete pisos hasta el suelo y no, no le permitiría salir de ningún modo.

-Los animales asustados responden mejor a los extraños en una situación de peligro. Lo vi en un documental -mintió para mantenerla alejada del saliente. La apartó de la ventana-. Espera aquí y yo te la pasaré.

No le dio ocasión de discutir. Subió a la ventana y salió al alféizar. Era mucho más estrecho de lo que parecía desde dentro.

Se agarró al marco de la ventana con la mano izquierda y se puso en pie despacio, luchando por mantener el equilibrio. Apoyó la mano derecha en la pared de ladrillo y deseó que el saliente estuviera hecho del mismo material y no de mármol mojado y resbaladizo. Abrazó el edificio.

Cometió el error de mirar abajo y el vértigo se apoderó de ella. La cabeza le dio vueltas, pero pronto recuperó el equilibrio. No le gustaban nada las alturas.

-Mónica, vuelve aquí -la cabeza de Vanesa asomó por la ventana, cerca de sus rodillas.

-Volveré cuando tenga la perra -mantuvo los ojos fijos en el edificio y en Susy.

-¿Y cómo lo vas a hacer?

Ella había elegido un mal momento para iniciar una conversación.

-No lo sé. Lo estoy pensando.

-¿Y no crees que deberías haberlo pensado antes de salir ahí?

Ella avanzó Susy y la toalla, cuyo nudo se había aflojado al subir a la ventana, resbaló un poco. Genial. Sólo llevaba una toalla y se estaba cayendo. Moviéndose muy despacio y con mucho cuidado, se la quitó y se la echó al hombro. Mejor enseñar el trasero a siete pisos de altura que tropezar con la toalla.

¡Maldición! Ni siquiera iba a morir con dignidad. Con honor, tal vez, pero con dignidad no.

Pero ella podía hacer aquello. La clave para no morir estaba en moverse despacio. O al menos eso esperaba.

Pero no sabía si tenía muchas probabilidades de agarrar la perra. La maldita bestia la había mordido antes, cuando había intentado acariciarla. Mónica hizo lo único que podía hacer... siguió avanzando hacia ella y le habló en voz baja.

SucederáDonde viven las historias. Descúbrelo ahora