La quiero

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No sabía si reír o llorar. Estaba enamorada de Mónica. En algún momento de la noche se había enamorado de ella.

Sabía que había encontrado lo que quería... un amor de los de tacón de aguja. Mónica no tenía nada de cómoda. Era alternativamente cáustica y tierna, valiente y vulnerable. Y ella sabía con una certeza que casi la asustaba que diez años después o cincuenta años después sentiría todavía lo mismo por ella.

Tal vez todo aquello había empezado en la sesión de fotos de dos semanas atrás y los sueños eróticos habían querido decirle lo que ni su cabeza ni su corazón estaban preparados para escuchar.

Estaba tan inmersa en sus pensamientos que se sobresaltó cuando Risto se sentó a su lado.

-Mónica dice que tenemos que hablar.

-Pues habla.

-Lo siento -dijo él.

-Y deberías. Eres un desgraciado. No sólo me eres infiel sino que esta noche me mientes cuando te llamo por teléfono y me haces creer que sigues encerrado en la galería.

-Lo sé. He hecho mal. No puedes llamarme nada que no me haya llamado yo ya. Sabía que te enfadarías y, si se enteraba Mónica, ella también. No quería hablar contigo esta noche. No quería lidiar con esto.

-Tú has creado un monstruo, doctor Frankenstein. Lidia con él.

-Tienes razón.

-Sí.

¿Cómo seguir riñendo a alguien que se mostraba de acuerdo con ella? Lo que antes quería decirle cuando lo viera cara a cara era que esperaba que se le cayera el pene, pero ahora... seguramente se mostraría de acuerdo con ella. ¿Y qué satisfacción podía haber en eso?

-Siento muchas cosas. No haber tenido el valor de decirte las dudas que tenía sobre mi sexualidad antes de enrollarme con Pablo. No haber sido lo bastante hombre para decírtelo personalmente. Y haberme portado como un idiota hace un rato.

Vanesa no había sido nunca rencorosa. Perdonaba con facilidad. No sabía si era una bendición o una maldición. Y su facilidad para perdonarlo seguramente indicaba que no lo había querido como debía querer una mujer a un hombre para casarse con él. Y sabía también que, de no ser por el comportamiento de Risto, jamás habría ocurrido aquella noche con Mónica. Y ella se alegraba mucho de que hubiera pasado. De eso no se arrepentía.

-Acepto tus disculpas y ya no deseo que se te caiga el pene -dijo.

Risto soltó una risita.

-No quiero que te enfades eternamente conmigo.

-No voy a decir que me caiga bien Pablo, pero si a ti te importa y te hace feliz, me alegro por ti.

-Gracias. Es más de lo que merezco.

-Sí que lo es -Vanesa sonrió y Risto tendió una mano y le metió un mechón de pelo detrás de la oreja.

-Eres una mujer muy especial. A una parte de mí le habría gustado que lo nuestro saliera bien.

-Habría sido imposible, Risto. Y debo decir que me alegro de que haya pasado esto. Yo estoy bien, ¿pero tú has hecho las paces con Mónica?

-Sí. Hemos hablado de lo que pasó antes. Ya le he pedido perdón. Y me ha hablado de sus padres.

-Es raro. Yo los detestaba por lo que me había contado ella y luego me han caído bien.

-A mí siempre me ha pasado lo mismo con ellos. Han hecho mucho daño a Mónica, pero no son intencionadamente crueles, sólo distantes. Yo de adolescente nunca me sentía mal recibido en su casa, pero siempre había una distancia. Si eres el amigo, eso está bien, pero si eres su hija, no. Mónica finge que no le importa, pero siempre ha querido que se fijaran en ella -parecía disgustado-. Ni siquiera vinieron a la graduación del instituto.

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