Me quieres de verdad, ¿no?

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-¡Un momento! -gritó Mónica.

¿Es que no podía tener ni un momento de paz en su apartamento? Primero la había llamado su padre al móvil después de dejarla en su casa, después había llamado Risto para contarle tonterías y preguntarle si estaba en su casa y ahora había alguien en la puerta.

Bajó las escaleras de su loft. Por lo menos había vuelto la electricidad y no tenía que preocuparse por lo que le ocurriría a Vanesa en la oscuridad.

A pesar del regreso del aire acondicionado, seguía haciendo mucho calor. Se había duchado y se había puesto zapatos de correr, un pantalón varias tallas más grandes que y una camiseta. Estaba limpia pero la camiseta desgastada y el pantalón le daba aspecto descuidado, lo cual encajaba mejor con su humor.

Abrió la puerta, y se arrepintió enseguida. Era Vanesa. La miró. Llevaba un vestido de verano que realzaba sus curvas y el pelo recogido encima de la cabeza con su flequillo perfecto. Unas gafas de sol ocultaban sus ojos. En la espalda llevaba una mochila negra pequeña.

-¿Qué haces aquí? -preguntó ella con brusquedad.

-Puede que no hayas tenido buenos padres, pero seguro que te educaron mejor que eso. ¿No vas a invitarme a entrar?

-Entra - ella se pasó las manos por el pelo, pero se hizo a un lado. No tenía un buen día y no se sentía especialmente bien educada-. ¿Qué haces aquí? -repitió.

Dejó la puerta entornada a modo de indirecta.

Vanesa cerró la puerta y se subió las gafas de sol a la cabeza. Le brillaban los ojos. Estaba radiante.

-Vengo a cobrarme una promesa.

Se acercó más, y el olor combinado de su perfume y de su cuerpo hizo que a ella le resultara muy difícil pensar.

-Yo no te prometí nada.

-No fue una promesa exactamente, sino más bien una intención -ella se quitó la mochila y la sujetó con una mano. La miró de arriba abajo con malicia.

Mónica no sabía qué pensar. Esa mañana la había dejado y ahora ella la miraba como si fuera un polo en un día de calor. Y ella sabía muy bien lo que hacía ella con los polos.

-¿Has bebido? -preguntó.

La sonrisa de ella le subió la temperatura del cuerpo.

-Sólo café.

-¿Y cuál es esa intención?

-Tú dijiste que, si conseguías a tu amor, sabrías qué hacer con ella -se acercó un paso más a ella -. Pues bien, estoy aquí y espero que me ames como una loca durante una semana.

Aquello la excitó en el acto. Mónica sabía que tenía que sacarla de allí enseguida. Cuando se ponía a hablar así...

Tenía que mantener la cabeza fría.

-¿Y por qué crees que tú eres ella? -era imposible que lo supiera; ella no se lo había dicho a nadie.

-Dime que no lo soy -ella sacó la foto de su mochila y se la pasó.

Era una foto de ella, sorprendida en un momento de debilidad... mirándola.

-Convénceme de que esto es mentira -insistió ella.

Mónica sabía bien el poder de una fotografía. ¡Qué ironía! Tantos años escondiéndose detrás de una cámara para que ahora la desnudara una foto.

No podría convencerla de que no la quería. Pero sabía que ella no la amaba de verdad. No era posible. Le puso las manos en los hombros y la apartó de ella- Vanesa, tú estás despechada. Es demasiado pronto. No me conoces bien.

SucederáDonde viven las historias. Descúbrelo ahora