Capítulo 26

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De pronto algo había cambiado en su vida; sus ojos se abrieron por fin y vieron el mundo de otro modo. Fácil o difícil, aún era un dilema. Pero creía que las cosas que ella creía importante y, sobre todo, para ser feliz, no era nada más que vanidades. La felicidad no radicaba en eso. Por fin lo comprendiste Nina. A lo mejor se estaba volviendo loca, a lo mejor mañana se arrepentiría, pero hoy sintió como nunca esas ganas de ser mejor persona. Esas ganas de dejar rastros positivos por donde quiera que vaya. Todos estos pensamientos le vinieron a la mente mientras bajaba las escaleras. Se cuestionó el hecho de si era mejor volver con su padre, pero al ver a su progenitora con la misma cara de palo de todos los días, se sintió con el profundo deber de hacerle ver la luz que ella ya había visto. La saludó y se sentó frente a ella.

Victoria notó ese brillo diferente en los ojos de su hija y se preguntó si se había enamorado. Metió una almendra a su boca y la masticó lentamente. Nina no era una persona fácil de descifrar como lo era Yvonne, y eso la inquietaba. Pero de que algo había cambiado con ella, no había duda. Ya intentaría averiguarlo después, ahora existía algo estaba rondando su mente desde que salió del hospital.

—¿Sabes quién es el muchacho que acompañó a Yvonne al hospital?

Metiendo la mano en el recipiente de almendras, procuró recordar a quien se refería. Cuando lo hizo, sonrió.

—Ah, es un vecino de Yvonne. Antes de era mi vecino cuando vivía en la residencia.

Su madre intentó fingir que no le importaba demasiado, mientras cruzaba la pierna. La verdad es que estaba muy intrigada respecto a la relación que su hija mayor mantenía con aquel joven. El tan solo acompañarla al hospital, hablaba muy bien de él. Y los ojos anhelantes que ella revelaba cuando lo veía, no le fue indiferente. ¿Su relación no estaba en buenos términos con el inútil de Sergio?

—¿Qué tipo de persona es? ¿Qué es lo que hace?

—Pues... ese tipo de persona que, si te presta dinero, le daría mucha vergüenza pedírtelo.

—¿Ah sí? ¿Qué más? —preguntó mirando el fruto seco como si lo estuviera estudiando.

—Digamos que es un metiche.

—¿Qué quieres decir? —Se removió en el sillón en modo de alerta.

Nina contuvo una risilla.

—Pues que, si nota que algo no marchaba bien, siempre está preguntándote en que puede ayudar. A veces es bastante molesto. —No perdió ningún detalle de la mirada atenta de su madre—. ¿Quién le manda dar consejos? Parece que ha obtenido un título en eso.

—¿Ah sí? —Volvió a recostarse en el respaldo del sillón.

—Sí. Y respecto a lo que hace, pues estudia y trabaja. Todo un mártir.

Victoria analizaba toda la información que escuchaba. No entendía por qué, pero ese chico le inspiraba confianza, mostraba un aura muy distinta al que Sergio emanaba.

—¿Qué tan cercano es a tu hermana? —No pudo evitar preguntar.

Esta vez la pelinegra no pudo evitar sonreír para fastidiarla.

—¿Por qué no se lo preguntas tú misma?

No supo si reír o llorar con su respuesta o pregunta. Su hija pequeña había sacado su mismo temperamento y genio. Era la misma imagen de Pedro, pero su carácter se había rociado completamente en ella. Tomó la botella de whisky y vació su contenido en un vaso de cristal, traído de Francia. Ni bien terminó de servirlo, Nina se apresuró y lo bebió de golpe. Con las cejas enarcadas, la vio toser a poco de ahogarse por la rapidez con la que lo había tomado.

Me Gusta tu Vida©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora