Capítulo 4

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Sin duda alguna se trataba de la mujer que la trajo al mundo. Llevaba el cabello cortísimo, pero igual de rubio como lo recordaba, y veía en la única foto que poseía de ella. Su piel era tan blanca y pálida como la de su hermana.

¿Tenía que ser precisamente ella quien la viese en esa vergonzosa situación?

Ninguna fue capaz de pronunciar palabra.

Nina no tuvo más alternativa que levantar la cabeza y salir de la piscina. Dándole la espalda a su madre caminó con el agua chorreando de su ropa, acompañada de un horrible chillido cada que sus pies tocaban el suelo.

—Nina —escuchó ser nombrada otra vez. Se detuvo por unos instantes y continuó su camino. Escuchó los pasos de su madre detrás de ella, así que caminó con más prisa.

Con rabia retiró el cabello mojado que se le pegaba al rostro. Empezó a tiritar de frío, pero eso no la detuvo. Su objetivo era atravesar el enorme portón y desaparecer para siempre.

Cuando llegó a la salida, se topó con una camioneta lujosa que recién entraba. Alguien se bajó de ella con prontitud, Yvonne.

¡Lo que le faltaba!

Su distinguida hermana se horrorizó con su refinada expresión de asombro. Patética. La miró de pies a cabeza y se cubrió la boca con las manos.

—Nina, ¿qué te ha sucedido?

¡Que se pierdan ambas en su maldito dinero! Ignorando su dramática pregunta pasó de ella casi empujándola y apresurando sus pasos, pese a que sus zapatos se notaban resbaladizos. Lo único que le faltaba era caerse frente a las dos mujeres que más despreciaba en ese instante.

—Nina —volvió a llamar su hermana a tiempo que se aproximó y la sujetó de un brazo. Como era de esperarse, Nina se soltó bruscamente y dio unos pasos más—. No seas obstinada Nina —prosiguió Yvonne—, vas a coger un resfriado si te vas así. ¿Piensas caminar de ese modo por la calle?

Solo eso logró que la pelinegra se detuviese, se miró y definitivamente no podía ir de ese modo por la calle, o la catalogarían de loca.

Con el orgullo herido se dejó guiar al interior de la casa y, tal como lo predijo, quedó deslumbrada también. Los colores suaves y adornos brillantes contrastaban a la perfección. Le parecía estar dentro de un castillo.

—Por aquí —la sorprendió su hermana mientras le señalaba la segunda planta.

Iba mojando y ensuciando el blanco piso, por lo que incluso la señora encargada de la limpieza la miró con desdén.

—Esta es mi habitación —le señaló Yvonne mientras abría la puerta.

A Nina le pareció que únicamente la habitación tenía el tamaño del departamento donde vivía. La cama parecía de una princesa, y el tocador acogía toda variedad de maquillaje que, probablemente ni en un salón de belleza había visto. Tenía como dos puertas que no tenía ni la menor idea a donde llevarían. Sus ojos se detuvieron en un estante mediano de madera que contenía infinidad de libros, parado junto a un escritorio. Un pequeño juego de muebles de color blanco, como la mayoría de los accesorios de esa despampanante habitación.

Su estirada hermana entró a una de esas puertas, y trajo con ella una caja azul brillante.

—Toma. ¿Quieres darte un baño?

Nina abrió dubitativa la caja, había una bata de baño y una toalla que olían a nuevo.

—No, así está bien. Solo quiero secarme.

Yvonne la guio hacia la otra puerta. Era el baño igual de bello que toda la casa.

Después que Nina se puso la bata, su hermana le hizo entrar en la otra puerta, se trataba de un clóset. Y por un momento se preguntó si era un armario o una tienda femenina.

Me Gusta tu Vida©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora