Capítulo 20.

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Los padres de las muchachas se quedaron atónitos y atrapados en la romántica trampa de sus hijas. Victoria lo entendió al instante, sin embargo, Pedro aún creía que era una mera casualidad.

De pronto todos los recuerdos afloraron en sus mentes.

Una chica de rubia cabellera, un chico de negra cabellera. Una chica adinerada, un chico pobre. Una chica seria, un chico alegre. Todo se fue dando espontáneamente y cuando se dieron cuenta, ya se habían enamorado. Victoria sabía que no era correcto, pero lo quería. Pedro creía que el amor lo podía todo, pero quizás estaba equivocado.

Por evidentes razones, la familia de Victoria le dio la espalda, era él o su herencia. Ella lo eligió a él, con muchas dudas sí, pero lo eligió.

Se fueron a vivir juntos.

Los primeros años fueron buenos, el nacimiento de Yvonne fortaleció su amor, y luego vino Nina. Su familia creció, pero los problemas también, el gasto era mayor, el dinero no alcanzaba, y Victoria empezó a extrañar su vida acomodada. Añoraba una mejor vida para sus hijas, no una vida de carencias y pobrezas. No lo soportó más. Pedro no quería entender que el amor no lo era todo, no bastaba. Entonces lo dejó.

Ahora viéndose frente a frente, supo que se había equivocado. Había perdido años de amor verdadero, y gran parte de la vida de su segunda hija. Debió haberse quedado junto a él y luchar juntos por el bienestar de su familia.

¿Qué pensaría él? ¿La odiaría? Estaba segura que estaba resentido con ella. Que el amor que algún día le profesó, estaba enterrado junto a esos años pasados.

El la miraba de la misma manera. Ella había logrado superarse. Ella dejó de amarlo en ese mismo momento que había salido fuera de su casa y de su vida. Lo único que quedaba era recuerdos, solo recuerdos de lo que un día llegaron a sentir.

Qué equivocados estaban.

Sus hijas que miraban desde los "escombros", atinaron a que era mejor dejarlos solos. Después de todo ambas tenían cosas que hacer. Pero su plan no terminaba ahí, por ningún motivo iban a permitir que su madre se casara con otro hombre.

Yvonne tenía un trabajo parcial por la tarde. Entregar pizzas. Todo se resumió en desastritud. No era mala manejando motocicletas, era mala encontrando direcciones. Se perdió unas quinientas veces y solo alcanzó a repartir cinco pizzas.

Echada.

¿Por qué nada le salía bien? Le iba mal en todo. Ya no era capaz de soportar otra situación mala en su vida.

La noche había caído, y mientras caminaba por las calles llenas de nieve, sentía unas inmensas ganas de llorar. Ya no sabía por qué. No era porque la habían echado, ya estaba acostumbrada a ser peregrina en los trabajos. Tampoco era por sus padres, de pronto había sentido que ellos iban a volver a estar juntos. ¿Era por su novio? ¿No se suponen que estaban en modo reconciliación? Quizás era porque estaba en sus días, la menstruación siempre la ponía en ese estado. Pero no, no era eso, y lo supo cuando se cruzó con el dueño de sus confusiones. El la saludó con la mano y se acercó hacia ella, tan sonriente y sereno como siempre.

No, no sonrías así por favor.

El no hizo caso a sus súplicas internas y sonrió aún más.

Su olor, su sonrisa, su cabello alborotado preso de las minúsculas bolitas de nieve... El completo.

—Qué bonita casualidad —dijo acomodándose a su paso.

Ella asintió.

Peligrosa casualidad, diría yo. Dolorosa casualidad.

Él no tenía idea de lo que ella sentía, y probablemente jamás lo sabría.

Me Gusta tu Vida©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora