Capítulo Uno

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A M B E R

Un año, eso es lo que me pide mi madre. Un año lejos de mis amigos, de mi ciudad, de todo lo que conozco solo por hacer este viaje de negocios con ella. Y por más que grité, pataleé y lloré, aquí estoy en el avión, aterrizando en Wolldale, una hermosa ciudad rodeada por bosque y supuestamente de gente amable.

Mentiría si dijera que la cuidad es una mierda y que quiero largarme, porque esta ciudad es el paraíso. El bosque que la rodea es magnífico, tiene un aire misterioso y atrayente que hace que se vea más hermoso, las casas y establecimientos mantienen un aire rural; con sus paredes de madera y fachadas coloridas. En cada esquina se puede ver un árbol o áreas verdes, y la gente camina de aquí para allá sin ninguna prisa.

Entramos a un área más exclusiva, donde las grandes mansiones de varios pisos adornan los planos, que de seguro antes eran verdes, y ahora solo hay calles desoladas.

«Nunca pueden faltar los ricos que tienen ínfulas de Dioses» pienso al ver un auto último modelo que pasa a toda velocidad.

Al llegar a la mansión que voy a habitar me quedo con la boca abierta; mi casa es grande, pero esta es el doble. Grandes jardines decoran la entrada, y una gran fachada completamente blanca se encuentra a varios metros del portón de entrada. El auto recorre rápidamente esos metros y mi madre se baja del auto.

«No sé porqué esperaba un "Bienvenida hija" sí sé que de ella nunca voy a recibir más que órdenes»

Al entrar, todo es igual de magnifico, las paredes y pisos completamente blancos, grandes adornos de cristal colgando del techo. Unas grandes escaleras están casi en la entrada y a los lados se puede ver una gran sala, y al otro una hermosa y lujosa cocina.

Sin fijarme en nada, subo las escaleras y entro en la primera habitación que veo. Me tiro en la cama y hundo la cabeza en la almohada.

~ * ~

Las pocas horas de sueño no hicieron otra cosa más que dejarme peor. El dolor en mi cuello está a punto de matarme, por lo que me levanto dispuesta a darme una ducha.

Abro la puerta de la habitación encontrando mis maletas en el pie de las escaleras, tomo la primera que veo y la arrastro adentro, cerrando la puerta después de entrar. Abro la maleta y saco un jean azul y una camiseta blanca básica.

Me adentro en el baño, y me doy una relajante ducha de más de veinte minutos. Salgo un poco mejor, más relajada y menos tensa, y negándome a estar entre cuatro paredes sin hacer nada, salgo de la habitación y al llegar a la primera planta, paso por la sala buscando alguna puerta que me lleve al patio trasero.

Abro la puerta corrediza de vidrio y salgo, el sol me acaricia la piel y el aire fresco me resulta exquisito. Frente a mi está el bosque, imponente, oscuro y malditamente atrayente.

«Un paseo por el bosque no me vendría nada mal»

Paso de largo de la piscina y me adentro en el bosque, observando todo a mi paso y caminando solo en línea recta para saber por donde volver.

No sé cuanto camino, si veinte minutos o una hora, lo único que sé es que cada paso que doy hace que quiera dar otro, y así seguir hasta llegar a algo. El bosque empieza a cerrarse, cada vez hay más árboles y maleza por todos lados, pero eso no me impide seguir, y a como puedo aparto ramas y todo lo que se me atraviese.

Luego de minutos de interminable maleza llego a un prado, y en el centro un gran árbol, sus ramas se extienden más arriba que las copas de los árboles que hay en todo el bosque, su corteza y altura refleja que lleva años ahí y algunas raíces han salido de la tierra, creando un lugar perfecto para descansar y luego volver a casa.

Ella es Amber Donde viven las historias. Descúbrelo ahora