🥀4🥀 Misión

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Iliana

Salí de la clase de control de venenos y fui directo a mi casillero para guardar la bata y tomar lo necesario para mí siguiente clase. La falta de contacto con el General a cargo de mi misión me ponía nerviosa, los últimos meses los había pasado fuera de radar y volver a ser visible para el resto me estaba volviendo paranoica.

―¿Cómo te ha ido? ―preguntó Mason a mi lado.

Di un brincó y puse la mano en mi pecho por inercia. Enarqué una ceja tratando de disimular el susto.

―¿Desde cuándo te interesa como me ha ido? ―Cerré mi casillero y empecé a caminar rumbo a mi clase.

―Hace tiempo que no nos vemos y éramos buenos amigos, ¿por qué no recuperar esa amistad?

―Amigos es una palabra fuerte y nunca lo hemos sido, somos hermanos. Aunque nunca hayamos sido los mejores conviviendo, y ¿desde cuando te interesa mi amistad?

―Entiendo la desconfianza, nunca hemos sido amigos ni hermanos ―aceptó con pesar―. Si quieres puedes tomarlo como mi redención de hermanastro imbécil a amigo leal, o como la desesperada necesidad de familiaridad ante el caos que se avecina.

Sus palabras eran las de una propuesta, pero su mirada lo hacía parecer una suplica desesperada. Nos quedamos parados fuera de mi salon unos segundos. La mirada baja llena de culpa y decepción me hizo dar un suspiro pesado, buscando no arrepentirme de lo que haría.

―Antro-Bar Laguna, ocho en punto ―solté―. Ve y lleva a tus amigos.

La invitación lo hizo sonreír levemente, pero mi visión del gesto se vio interrumpida con la entrada a clase.

Las llamadas de León me tomaron por sorpresa. Con ropa diferente decidí caminar las pocas calles fuera de la academia para llegar al edificio de Leon. Tomé el elevador hasta el piso diez y abrí el departamento con la llave que me entregó cuando llegué. No me sorprendieron los lujos ni que fuera el piso más alto, todo gritaba la humildad con la que suele vivir la familia Korolev. Las luces interiores estaban apagadas, parecía no haber nadie de no ser por el ruido y el par de voces masculinas provenientes de la terraza.

―Buenos tardes, caballeros ―saludé al cruzar la puerta corrediza de cristal.

―Te notas acelerada y un poco molesta ―dijo León, divertido. Yacía recostado sobre un camastro, con las manos sirviendo de almohadas.

―Tu nunca me llamas y la última vez que lo hiciste te dispararon y entraste en coma ―le recordé―. ¿Por qué la urgencia? Pensé que te había pasado algo.

―Aw, si te importo. ―Hizo un puchero que me hizo poner los ojos en blanco. Se puso de pie y me dió un breve abrazo antes de recargar el brazo en mi hombro.

―¿Qué es lo que me querías decir? Porque lo único que veo es eso ―dije, señalando al hombre sentado en otro de los camastros a quien le sonreí―. Sin ofender, amigo.

―De hecho, eso es a quien te quería presentar. ―Señaló con el mentón al tipo que se había acercado a nosotros.

―¿Eres gay? ¡Felicidades! ―Abracé a ambos chicos con entusiasmo.

―¿Qué? ¡No! ―exclamaron al unísono, soltándose de golpe. León rodó los ojos y resopló cuando hice un puchero.

―¿Y esté que tiene que ver?

Carmesí [#1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora