9. Semillas

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Puede que con su decisión haya hecho enfadar a más de uno, pero no se arrepentía. Siempre estuvo haciendo lo que su padre esperaba de él y nunca se detuvo a pensar en lo que realmente quería hacer, y ahora que había hecho algo por su propia cuenta no sabía como sentirse.

Durante todo ese tiempo, sin excepción, un muchacho iba todas las tardes a dejarle una bolsa de papel con pan recién horneado, mantequilla artesanal y moras que recolectaba del bosque.
Al principio ignoró eso, pero después le llamó la atención que siguiera llevándole lo mismo a pesar de que nunca habían cruzado palabra, así que cuando éste se marchaba, salía a recogerlos y los cenaba en la noche.
Era algo simple, pero nunca había probado algo parecido.
La primera vez que salió a recoger la bolsa, dejó una pequeña nota sobre el buzón que decía “gracias” en una letra apenas legible.

Para ser el conocido Shigaraki Tomura, en otra ocasión, se hubiera molestado y alegaría que no necesitaba caridad, pero no estaba de ánimos para hacer algo así, además, muy en el fondo, le gustaba la rutina que tenía con aquel desconocido.

Y habría seguido así de no ser porque ya había pasado poco más de un mes desde que llegó a la vieja granja que su abuela le heredó y la comida que llevó consigo se terminó y no podía permitirse depender de aquel joven.

Sabía que no podía esconderse como si de una rata se tratase y tarde o temprano tendría que salir a comprar algo si es que no quería morirse de hambre en ese lugar, aunque realmente no le apetecía. Estaba tentado a quedarse ahí y esperar la muerte con paciencia, ganas no le faltaban, la verdad.

Ese día, cuando el sol por fin se había metido a descansar, comenzó a llover. Su plan de salir a comprar algo, se fue por la borda.

—¿Qué más da? Tendré que resignarme a morir aquí —dijo para sí mismo mientras miraba el paisaje por la ventana.

Recordó cuando en el pasado la granja era increíble, el esfuerzo de su abuela estaba impregnado en cada rincón del terreno, ahora apenas quedaba el rastro de lo que alguna vez fue.

Suspiró con pesadez y cuando estuvo a punto de cerrar las cortinas, se dió cuenta de que alguien con un impermeable amarillo se acercaba corriendo hasta su casa. Abrió los ojos sorprendido cuando descubrió que se trataba de ese desconocido que todos los días le llevaba aquel delicioso pan. Sin pensarlo dos veces salió de la casa, mojandose apenas poniendo un pie afuera.
No esperaba que él siguiera con la rutina a pesar del tempestuoso clima.

—¡Hey! —gritó cuando lo vio darse media vuelta para marcharse.

¿Pero por qué lo llamaba? No es como si le importará que haya ido hasta este lugar solo para entregarle la bolsa, nunca se lo pidió, pero aún así sintió una punzada de remordimiento y lo llamó de nuevo: —¡Espera!

El joven de amarillo se detuvo y volteó a verlo con curiosidad.

Entonces, Shigaraki tuvo que aguantar la respiración cuando lo tuvo justo frente a él.

Tenía mechones de cabello un extraño verde pegados en la frente por la lluvia, unos ojos tan hermosos y brillantes como una esmeralda y unas pecas esparcidas con cuidado sobre sus mejillas. Su piel parecía tan tersa y cálida que sintió la necesidad de acercarse más para tocarla. Tragó en seco.

*Nunca había visto a un chico como él.
No sabía que existieran chicos así.

—Estás empapado —dijo en un hilo de voz. Sin permiso, tomó la mano del chico y lo arrastró —. Deberías pasar y esperar a que la lluvia pase.

Pecas y cicatrices | shigadeku • fictober 2020Donde viven las historias. Descúbrelo ahora