5. Llave

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Ambos niños se encontraban debajo de un árbol. Izuku mordía una manzana de caramelo mientras que el pequeño Tenko se dedicaba a observarlo.

Era un día bastante caluroso, pero el viento era fresco; un clima bastante agradable, pensó Tenko.

Había otros niños jugando en el parque con una pelota, algunas personas caminando con una sonrisa y una que otra, descansando. Había tanta tranquilidad y paz en aquel lugar que podías relajarte y querer quedarte ahí para siempre.
Pero aunque el pequeño niño de cabello celeste estaba muy cómodo ahí, sabía que no sería por mucho tiempo.

—Vamos, Izuku —dijo tomando con cuidado la manita de su amigo ayudándolo a levantarse del pasto—. Quiero enseñarte algo.

Caminaron hasta salir del parque, adentrándose en un callejón vacío. Nadie pasaba ni entraba ahí, así que ellos tomaron ese lugar como su refugio. Amaban jugar en la fortaleza que ambos construyeron, todas las tardes después de la escuela se reunían y sentían que el tiempo volaba.

—¿Qué me querías mostrar, Tenko-chan? —preguntó Midoriya.

Tenko apuntó hacia una caja y se acercó hasta ella, tomándola con precaución. La acercó para que Izuku también pudiera observarla.

—¿Es un regalo para mí?

Tenko negó con la cabeza sonriendo y dejó escapar una risita de ternura al ver la cara de desilución de su amigo.

—No —respondió sentándose en la acera, hizo un ademán para que Izuku se acercara y tomara asiento junto a él—. Lo que quiero darte es esto.

Buscó en el bolsillo de su pantalón algo y cuando por fin lo encontró, se lo tendió a Midoriya.

Era una pequeña llave dorada, en el agarre de ésta, tenía grabado con una fina letra el nombre de Izuku-chan.

El de ojos parecidos a una fina esmeralda esbozó una sonrisa brillante que provocó que Tenko desviará la mirada hacia otro lado.

Con mohín de vergüenza en los labios, éste susurró: —Es un regalo que tienes que proteger con tu vida.

Midoriya lo observó confundido, ¿exactamente a qué se refería? ¿Acaso...? No. Era ingenuo pensar que esa llave era algún extraño tesoro que debía proteger del mal.

—¿Protegerla con mi vida, dices? —cuestionó divertido.

—Así es.

—¿Por qué? —preguntó una vez más.

Tenko se encontró a sí mismo acorralado y por un momento se sintió un poco tonto y vulnerable.
Tenía doce años, siendo mayor que Izuku por tan solo dos, podría decirse que era un poquito más maduro que él y las cosas que le dijera las podría entender de otro modo.

Suspiró. Tomó una pequeña roca y la arrojó hacía la calle. Observó de nuevo a Izuku y posó con suavidad su mano sobre la de él, acariciándola lentamente.

—Es lo más preciado que tengo. Quiero que la guardes tú y cuando sea el momento me la devolverás.

—¿Pero por qué yo? —musitó—. ¿Ya no podremos vernos?

Tenko dejó escapar todo el aire que estaba reteniendo desde que amaneció y se levantó de la cama.

—P-por supuesto que s-sí, nos seguiremos viendo—le dijo, pero parecía que trataba de decírselo a sí mismo en un torpe consuelo.

—¿Entonces por qué dices eso y luces tan triste?

Tenko apretó su mano con fuerza y ladeó el rostro observando las hojas secas de un árbol. Faltaba poco para el otoño.

—No es nada, Izu —aseguró en voz bajita—. Eres mi único amigo y quería hacerte un regalo. Eso es todo.

—¿Lo dices en serio?

Tenko se levantó y revolvió el extraño cabello rizado y verdoso del pequeño niño.

Asintió en respuesta y él no podía estar más complacido pues volvió a dibujar una sonrisa en su rostro.

—La protegeré con mi vida, Tenko-chan.

Eso fue lo último que dijo antes de que su frágil cuerpecito cayera en los débiles brazos de Tenko.

Desde ese día no recuerda nada de lo que sucedió, ni el porqué lleva esa llave bajó su camiseta, pero la sigue guardando como si de una reliquia se tratara. Y los años pasaron.

Siempre que se pregunta sobre el origen de esa hermosa llave de oro una punzada de dolor se instala en su cabeza, pero inconscientemente no puede evitar sonreír como un niño pequeño. Izuku no sabía que esa llave guardaba los recuerdos y momentos que vivió junto a Tenko-chan y por más que lo intentara no podía dejarla ir.

No imagina la remota posibilidad de que esa llave fue la despedida de un dulce niño que quería pasar su vida junto a él.

Un iluso deseo.

Porque se quedó en eso.

En algo que ambos anhelaron desde lo más profundo de su corazón, pero por el destino que les tocó, nunca sería realidad.

La llave había sellado esa ingenua esperanza.



Pecas y cicatrices | shigadeku • fictober 2020Donde viven las historias. Descúbrelo ahora