Capítulo 25

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Cuenta Tini
Tini: ¿Por qué a mí?

Al hacer mi pregunta no dudé en mirar al cielo.

Llovía, y llovía muchísimo, cuando la batería de mi auto murió, y por si fuese poco, la señal de mi celular también. Ninguna de las 15 llamadas que hice al servicio de grúas entraron. Por suerte seguía estacionada y no alcancé a arrancar.

Hoy era uno de esos días en los que todos sale mal.

A la mañana me quedé dormida y no llegué a una de las clases más importantes que tenía en le facultad. Luego pasé por el gimnasio pero en la cinta pisé mal y desde entonces tengo un dolor espantoso en el tobillo, mi entrenador me aseguró que no es grave, pero que va a ser mejor que detenga la actividad física por unos días.

Después de que me pasara todo eso en el camino a casa quise parar en un kiosco a comprarme un chocolate como premio del mal día que estaba teniendo, pero cuando me bajé del auto se rompió el paraguas por culpa de la lluvia y su fuerte viento. Tuve que correr hacia el kiosco, que literal está al lado de donde estacioné, pero no pude comprar el maldito chocolate porque dejé el dinero en el auto, y claramente no estaba dispuesta a seguir corriendo debajo de esta lluvia torrencial solo por un pedazo de cacao, sobretodo cuando mi tobillo no se encuentra en estado para eso.

Cuando pensé que ya no habría nada que detuviese mi camino a casa: el auto no encendió.

Respiré profundo varias veces mientras me recordaba a mi misma que soy una persona adulta que sabe muy bien que llorar de bronca no ayudaría en nada. Gruñí en voz alta cuando en la pantalla de mi celular se volvió a iluminar la frase "sin señal". Puteé al bajarme nuevamente del auto y corrí al kiosco, donde la amable señora, y dueña del lugar, me prestó su teléfono para llamar a la grúa. No tuve más opción que aceptar cuando el señor que me atendió el teléfono dijo que la grúa llegaría dentro de entre media hora y cuarenta minutos.

Regresé al auto resignada para esperar dentro, donde no lograba ver casi nada a través de las ventanillas. Los minutos fueron pasando y mi frustración fue creciendo junto con mi malhumor.

La grúa llegó una hora después y quise matar al señor por mentir con "entre media hora y cuarenta minutos", pero estaba tan desesperada por llegar a casa que decidí guardar mis insultos para mi almohada. No encontré nada dentro del auto para cubrirme de la lluvia, así que me mojé de pies a cabeza mientras esperaba a que se estacionara y bajara. Se presentó como Federico y nos cubrió a los dos con su paraguas mientras le daba mis datos y le explicaba lo de la batería. Abrió el capó y lo revisó varias veces antes de decirme que efectivamente el problema era que la batería se había desgastado.

Federico: Vamos a llevar el auto al taller, ahí te vamos a cargar la batería y aprovechamos para revisarte los frenos y hacerte un cambio de aceite que le falta.

Tini: Como sea, yo solo quiero irme.

Federico: Bueno, voy a enganchar el auto a la grúa.

Tini: ¿Cuánto me va a salir todo esto?

El señor de bigote y baja estatura sacó una libreta de su bolsillo trasero y anotó algunas cosas. Me dio la hoja y se fue con su paraguas hasta la grúa, haciendo que una vez más la lluvia me empapara.

Casi me caigo al leer el total de todo, pero supuse que así eran estas cosas. Volví al auto a buscar mi cartera pero lo que vi hizo que me diera un mareo.

No tenía nada de efectivo, y mis tarjetas las había dejado en la otra cartera.

Ya está, eso era todo, le iba a pedir prestado el teléfono a la señora y llamaría a mi papá para que viniera a rescatarme. Corrí hacia el kiosco mientras el señor enganchaba mi auto con la grúa. Intenté mantener la calma cuando mi papá no atendió a las primeras tres llamadas, finalmente contestó al cuarto intento.

Después | SebastiniDonde viven las historias. Descúbrelo ahora