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Ya era de madrugada cuando mi cerebro amenazaba con dormirse. Estaba cabeceando constantemente. Había una razón por la que no podía dormirme. Si a Lisa le pasaba algo y yo estaba profundamente dormida, jamás me perdonaría algo así. Sabía que no era por eso, pero me convencí de que sí. Me negaba a admitir que sus ojos mirándome me provocaban un tembleque por todo el cuerpo. Que de vez en cuando mi mirada se desviaba más abajo de su nariz. O que también me sorprendía muchas veces admirando la ropa que lucía cada día y cómo se ajustaba a su fina y esbelta figura. Solamente me justificaba en mi propia mente diciéndome que Lalisa era una joven hermosa, factor que no pasaba desapercibido ante nadie, ni siquiera ante mí. Allá donde fuese, atraía la mirada de todo el mundo. Ella era simplemente espectacular, pero ni siquiera eso cambiaba nuestra relación.

    No distinguía si era por la falta de sueño, que me estaba haciendo alucinar o qué más podría haber sido, pero vi algo en la cama retorcerse. Al detectar movimiento, mis sentidos se alarmaron y se me cortó el sueño de golpe. Me preparé para que Lisa me pidiera algo. A menos que fuera algo sobre ir al hospital, estaba preparada. Tenía una toalla humedecida con la que poder retirarla el sudor, si así lo requería. En la mesita de noche había dejado un vaso de agua. Tenía a mano el termómetro. También había dejado al pie de la cama un par de mantas por si tenía frío y se le había bajado la fiebre lo suficiente... En conclusión, lo tenía todo bajo control.

    Unos ojos profundos de color marrón se pudieron ver en cuanto abrió los párpados. Se veían algo cansados, pero algo menos que hacía unas horas. Lisa frunció el ceño.

    —¿Qué haces aquí? —quiso saber.

    —Cuidarte, ¿tú qué crees? —contesté firmemente. Había sido contraria a mi voluntad. Quería haberle dicho con la sonrisa más grande que estaba dispuesta a cuidar de ella durante todo el tiempo que necesitara, pero no lo hice para oponerme a mis sentimientos—. ¿No te acuerdas?

    —Claro que me acuerdo. Yo no he estado borracha... —bromeó con la voz ronca.

    —Qué rápido has recuperado tu sentido del humor —gruñí.

    —Me refería a qué haces ahí sentada.

    —Quería quedarme despierta por si te pasaba algo —declaré con algo de inesperada timidez.

    —¿Qué? ¿En serio?

    Me contempló de hito en hito como si fuera una enferma mental.

    —Claro.

    —¿Eres tonta? Esto es solo algo de fiebre —se quejó con el ceño fruncido otra vez.

    —Pero ¿y si pasara algo? —me opuse.

    —¿Tanto te importa si me pasa algo?

    —Bueno... —respondí incómoda.

    Se hizo el silencio.

    Sabía que no paraba de mirarme. Yo estaba mirando al suelo pero sabía que me observaba silenciosamente. Su mirada pesaba mucho. Sentía su fuerte presencia sobre mí, a pesar de que varios metros nos separaban. Pero finalmente ella rompió el silencio.

    —Ven —espetó.

    —¿Qué? —pregunté.

    —Que vengas —repitió.

    La miré directamente a los ojos. Se había sentado en la cama y su mirada acusadora ya no tenía el ceño arrugado. Esa era la bonita manera en la que podía mandar a todo el mundo, así, sin tener que cambiar de expresión.

    —No debería. El calor no es bueno —traté de negarme.

    —No seas ridícula. El calor corporal es lo mejor para la fiebre.

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