12

60 3 1
                                    

Arya

Llamé a Lisa varias veces por teléfono, pero no lo cogió ninguna vez. Decidí ir a preguntarle en persona. Ya era bastante tarde, así que supuse que estaría menos ocupada.

    Cuán enorme fue mi sorpresa al entrar a la oficina y encontrármela en semejante escenario. Maldije mi mala costumbre de nunca llamar a la puerta. Descubrí a una Lisa con el pelo ligeramente desordenado, con los labios algo hinchados y enrojecidos y la respiración agitada. Me enfureció ver de quién se alejó velozmente nada más me presenté: Samantha. Cerró las piernas mientras me fulminaba con la mirada. En sus ojos azules leía que estaba furiosa conmigo por haber irrumpido así. Hasta me alegré por ello. Así al menos tapé el sentimiento de que sobraba. ¡Y claro que sobraba! Ellas se lo iban a montar ahí mismo. O bueno, ya lo estaban haciendo...

    Apreté mis puños al imaginarme la escena completa. Me molestaba que Samantha estuviese allí. Seguramente habría utilizado sus encantos para seducir a Lisa y persuadirla para evitar el despido. De seguro, ella ya era muy consciente de que la tenía entre ceja y ceja y que no pensaba soltarla. Por eso habría acudido a su último recurso para no perder su empleo. ¡Pero esto era eso: un empleo, no un motel! Si ella pretendía disuadir a Lisa, ¡que lo hiciera en otro lugar, no en mi edificio! Y además eso no le serviría de nada. Si ella estaba tratando de salvarse, lo llevaba crudo. Juré por mi apellido que la despediría y mancharía su expediente.

    —Vaya, parece que interrumpo algo. Será mejor que me vaya —expresé con desagrado.

    Fui a darme la vuelta, pero una voz me detuvo.

    —No, no te vayas —pidió Lisa con su particular frialdad—. Samantha se irá enseguida.

    La rubia apretó la boca y se fue con paso apresurado, no sin antes dedicarme una mirada amenazante que gustosa le respondí con la mejor de mis sonrisas.

    Una vez solas, el ambiente se caldeó notoriamente. Si no le hubiera quitado ojo al increíble aspecto de Lisa a la hora de mantener relaciones, probablemente habría pensado que ella había subido la temperatura en el regulador. No podía parar de mirar su camisa algo salida de sus pantalones. Su cabello recogido en un moño del que caían unos mechones blanco tiza de manera informal, que le daban un aire terriblemente provocativo. Y por no hablar de sus ojos ligeramente oscurecidos y sus labios visiblemente succionados y besados por la detestable Samantha.

    —Siéntate —me ofreció.

    Rechacé su propuesta y me mantuve de pie. Sí que me acerqué a su escritorio. Pude observar que estaba mucho más vacío. Todos los objetos que estaban por encima se hallaban desperdigados por el suelo. Suspiré pesadamente y recordé la razón por la que vine.

    —Venía a preguntarte si arruiné del todo nuestras posibilidades con la mujer de esta mañana.

    —Pues sí —confirmó, para desgracia de mi inquieto ánimo, con desdén—. Para cuando quise volver a invitarla adentro, ella ya se había marchado.

    —Comprendo —musité en bajo con arrepentimiento en mi voz—. Lo siento, Lisa.

    —Descuida; tan solo es tu segunda cagada de todo lo que llevas aquí —espetó con desprecio.

    Sentí la vena de mi frente hincharse.

    —¿Cómo dijiste? —inquerí lentamente.

    —Que ya es la segunda vez que la lías. La primera vez fue cuando te emborrachaste. Y la segunda tuvo lugar hace unas horas, por si no lo recuerdas. Pensaste que yo tenía la necesidad de decir que bebiste de más esa noche. Aunque ahora que lo pienso, lo tienes merecido.

Infranqueable Donde viven las historias. Descúbrelo ahora