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Me empujó lejos de la salida y cerró la puerta bajo llave. Estaba paralizada, pero en cuanto dio un giro en mi dirección, salí pitando de allí.

    Subí corriendo las escaleras mientras buscaba en mi teléfono a alguien a quien pudiese llamar.

    —¡Ayuda! —bramé todo lo alto que pude mientras corría por uno de los pisos hasta las siguientes escaleras.

    —Nadie te oirá por mucho que grites —le oí vocear a una distancia alarmantemente pequeña—. Estamos solos.

    «Estamos solos...» Esa frase se repitió en forma de eco por mi cabeza y chocó contra mis sentidos. Entré en pánico y aceleré el paso.

    Cuando gané la suficiente distancia como para dejar de verle detrás de mí —al subir las escaleras—, pulsé un nombre cualquiera del registro de mis llamadas. Unos cuantos pitidos sonaron. Cada uno hacía que mi angustia se hiciera más y más grande. Finalmente oí una voz contestar al otro lado de la línea:

    —¿Te has perdido? —oí preguntar a Lisa.

    Su voz disminuyó mi horror momentáneamente. Pero no pude contener mi miedo cuando tuve que explicarle lo que me estaba sucediendo en ese instante.

     —¡¡L-Lisa, ayúdame!! —le rogué—. ¡Por favor!

    Sentí su perplejidad.

    —¿Qué pasa? —inquirió.

    Palidecí al ver a ese hombre cuyo nombre aún desconocía aparecer, doblando las esquina por la que se encontraban las escaleras. Mi primer instinto fue huir hacia un pequeño despacho y encerrarme en él echando el pestillo.

    Al oír mis pasos acelerados y el golpe que produjo el impacto de la puerta al ser cerrada de golpe, cambió de pregunta:

    —Dónde estás —gruñó seria.

    —En Bangkok's city. La inmobiliaria —especulé.

    —Voy para allá de inmediato —declaró.

    —Por favor, ¡no tardes! —sollocé.

    Jadeé al oír unos golpes en la puerta. Recogí mi cabeza entre mis brazos y me tapé los oídos. Una voz que encontré angelical en ese momento, hizo que mi atención no se escapara de ella y cayera en los malignos tentáculos que querían que desfalleciera. No era el momento, me dije.

    —Quédate hablando conmigo —dijo como una orden—. Ya estoy en camino.

    Susurré un «vale» y me escondí en una esquina, esperando que él no me encontrara.

    —¡En cuanto entre allí te haré gritar! —rugió.

    La poca calma que tenía se me estaba escapando de las manos y era incapaz de retenerla. Tragué grueso. Unas lágrimas cayeron por mis mejillas.

    Los golpes seguían sin cesar, pero me reconfortaba oír decir a Lisa que llegaría antes de que nada me pasara. Pero de repente, una vibración en mi móvil hizo que me diera un vuelco el corazón. Se me estaba acabando la batería.

    —¿Qué fue eso? —inquirió.

    Con la voz ahogada de llorar, respondí, exponiendo el pánico incontrolable que sentía:

    —...s-se me está acabando la batería.

    Lisa jadeó y me dijo con la voz más tierna posible:

    —Todo va a estar bien. Te lo prometo, Ary.

    Aquel juramento me dejó hipnotizada hasta el punto de casi olvidar todo lo que estaba sucediendo.

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