Arya
Los días cada vez eran más pesados. Un cúmulo de pesadez se presentaba con más volumen en mis párpados con cada vez que amanecía. La diferencia residía en que esa vez, las ventanas eran más grandes y en mayor cantidad. Ah, sí, me había mudado, si acaso lo podía llamar así. Lo único que llenaba a duras penas la vivienda eran mis pertenencias —de las cuales no había traído ni un cuarto desde Cambría— y unos pocos muebles que ya habían llegado. El resto ya estarían en cuanto regresara mientras anochecía.
No quería levantarme... No tenía hambre, no tenía ganas de hacer nada. No lloré nada la noche anterior, pero todo se sentía muy vacuo dentro de mí. No tenía muy claro qué me había dolido más: que Lisa defendiera a Samantha, seguramente conociendo lo que esa vez había dicho sobre mí, o que nuestro beso no hubiese significado nada para ella. Porque para mí significó todo. Desde el momento en el que me levanté en el día precedente, sentía ganas de volver a verla. Se había sentido tan bien... Sus labios acariciando los míos y succionándolos de vez en cuando. No fueron más de unos minutos y ya me había marcado hasta el punto de no poder dejar de pensarlo. A ese rebrote de imágenes se le añadía el nudo en la garganta que sentía.
Me obligué a ponerme en pie y caminar hasta el lavabo.
Terrible. Estaba terrible. En el reflejo podía observar unas ojeras tan profundas como los ojos de Lisa. Y ahí estaban de nuevo esos pensamientos... Estaba totalmente prendada de su encanto. Anteriormente me dije que me gustaba su forma de molestarme, pero eso no se le comparaba. No me refería a eso, vaya.
La detesté por haberme hecho lo que fuese que me hizo que parecía que había consumido droga. Me detesté a mí también por no ser capaz de odiarla al completo. Una parte de mí tenía la pequeña esperanza alumbrada de que algo cambiara en ese día. Pero esa diminuta porción no le ganaba al ánimo tan decaído con el que había despabilado en esa lluviosa mañana.
En la ducha, por algún rayo de ilustración divina, retomé un poco las fuerzas y me animé. Recobré el sentido común al mirarme al espejo y tomar la decisión de odiar a Lisa al completo; eso que hasta hace unos minutos era incapaz de siquiera plantearme. Si ella era capaz de jugar con los sentimientos de la gente así porque sí, yo al menos era capaz de superar esa patada, aunque se tratase de una tras otra...
Llegué al edificio y le pedí a Lawan que me trajera el café. Abrí y encendí el laptop. Saqué mis apuntes, lista para escribirlos en un documento. Debía pasárselo a la CMO (Director de Marketing) y al COO (Director de Operaciones) antes de que terminara el día. Tenía demasiado trabajo por delante como para pensar en lo poco que le importaba a Lisa. Aunque me fue inevitable no desviar de vez en cuando mis pensamientos hacia la imagen del rostro de la mujer que tanto daño me estaba haciendo.
¿En qué momento me volví así de masoquista?
[...]
El día estaba a punto de terminar. Me encontraba recogiendo mis cosas. Me sentía satisfecha. Entregué los documentos antes de que el plazo finalizará y con antelación. La CMO y el COO me felicitaron por mi eficacia. En su profesionalidad pude ver que los rumores sobre mí no les había importado. Quedamos en que los tres cenaríamos en el Felipe. Debía apresurarme; seguramente me estarían esperando en el restaurante.
Una melodía que me resultó familiar acompañada de una vibración provenientes de mi teléfono, situado en el escritorio, me sorprendieron y casi asustaron.
Agarré el aparato y leí el nombre que aparecía. Mi garganta se contrajo y se cerró al ver que se trataba de mi padre. Contesté.
—Mira, el buen aparecido —comenté con sarcasmo. Mi progenitor carraspeó al otro lado de la línea.
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Infranqueable
FanfictionArya, que se está iniciando en el mundo de los negocios, es forzada por sus padres a fusionarse con una gran compañía; la empresa del gran imperio Manoban. Y allí, en Bangkok, conoce a la presidenta de dicha firma, Lalisa Manoban, tan impávida y tan...