Primerizos

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- Deja de mirarla. Sino declarate de una vez, Canuto. Me tienes harto.

Remus le miraba algo molesto, pero volvió a su lectura como siempre. Sirius bufó desde el sofá pero no quitó la mirada de ella quien estaba con Calvert Thomas, sonriendo, tonteando, supuestamente repasando la lección de encantamientos pero Sirius conocía los gestos de Calvert porque el mismo los usaba con las chicas.

- Canuto, Isabel está tratando se sacarte de su mente. Quiere verte como su amigo, cosa que ya eres, pero cada vez que te apareces haciéndole una escenita de celos, la confundes. Nos confundes a todos - le explicó Remus ya con voz mas pausada - Dime, ¿la quieres?

- Por supuesto que la quiero. Pero no estoy enamorado de ella. No me enamoro de las chicas solo...me gusta pasar el rato con ellas.

- Isabel es tu amiga. Nuestra amiga. Por favor, Sirius. Se maduro y comportate. Ella realmente me importa y se que tu la consideras alguien que vale la pena.

Bufó ante la mirada paternal y recriminatoria de Remus y salió de la sala común. La torre de astronomía era callada, tranquila, un buen lugar para fumar. El humo se esparcía rápido asi como los pensamientos, excepto por esa noche.

Escuchó una risita y pasos apresurados. Sonrió para sí imaginándose a alguna parejita ocultandose en la torre para hacer sus cochinadas. Bien que él lo sabía. Su pecado de ser chismoso, o como Remus le decía su vouyerismo se intensificó cuando escuchó un pequeño gemido. Era mejor que leer esas revistas muggle con chicas desnudas y si era lo suficientemente rápido, podía usar un hechizo desvanecedor para acercarse y curiosear absolutamente invisible.

El chico parecía estar inspirado besándola, la tenía recostada hacia la pared y ella envolvía sus dedos entre el cabello de él. Sirius se hizo invisible y se acercó aún mas. Cosa de la que se arrepintió segundos después.

Isabel estaba allí, con la falda mas arriba de su muslo, con los labios enteabiertos, ojos cerrados y la mano del malnacido hijo de la grandísima puta de Calvert dentro de sus bragas y con las medias casi mas abajo de las rodillas. Un ardor le recorrió la boca, bajando hacia su estómago y sintió el impulso de salir corriendo, pero una parte de él quería quedarse, una muy masoquista.

Había hecho con muchas chicas lo mismo que hacía Calvert con Isabel. Demasiadas veces. Podía imaginarse el mismo introduciendo su mano, sintiendo el calor y la humedad, la respiración agitada y los pequeños espasmos, pero ver a su querida Is en aquellas circunstancias le hicieron sentir por primera vez, unas ganas intensas de llorar y no tenía idea de la razón. Isabel abrió sus ojos y Sirius se asustó, parecía estar mirandolo pero era imposible.

Salio con sigilo y de allí, pero desafortunadamente pudo escuchar el gemido fuerte y claro de Isabel que le terminaría de anudar el estómago, casi haciéndole vomitar.

Llegó a la habitación de los chicos, callado. Cosa que impresionó a James quien estaba acostumbrado a sus elocuentes charlas. Pero esa noche, Sirius se encerró en su cama con las cortinas alrededor y se desvistió quedando solo en sus boxers de pintas azules, un regalo de James. Haber recordado la imagen de Isabel de esa forma causó una serie de ideas y pensamientos confusos. Uno donde se sentía excitado, con el miembro erecto y terriblemente incómodo por la presión, la otra un dolor en medio de su pecho que le quitaba el aire.

¿Cuando creció la tonta de Isabel? Pensó con el ceño fruncido. Tocó su erección y gruñó. ¡Que carajos!

Todos estaban dormidos. Se levantó en ropa interior y con su varita hizo el hechizo que le dejaba subir a la habitación de las chicas, sabía de una en particular que le ayudaría. Marlene no hizo mucho barullo cuando sintió a Sirius acomodarse en su cama y meterse entre las sabanas. Señaló a Lily e hizo una seña para que cerrara las cortinas e hiciera el hechizo usual.

Con amor, Sirius BlackDonde viven las historias. Descúbrelo ahora