Capítulo III.

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Mantener la promesa que hice a Lindsay iba a ser sumamente difícil. Intentar agradar a personas que no conozco no es parte de mí. Quería ser buena con Aurélie, de verdad quería poder lograrlo, pero no podía decir lo mismo sobre mis primos. No sabía que clase de adolescentes eran, y sobre todo, no sabía que pensaban del hecho que fuera a vivir con ellos. Tal vez la idea no les agrado, a mí no me hubiese agradado si mi madre me hubiese dicho que venían unos primos que no conozco de nada a vivir en casa. Es una completa invasión a mi privacidad. Tal vez pienso eso ya que, al ser hija única, soy un poco egoísta. Pero, sinceramente, no creo que mis primos se sientan cómodos con la idea de recibir a una completa extraña.

El trayecto a casa de Aurélie fue completo silencio, yo era incapaz de decir palabra. La ciudad me había parecido maravillosa, al menos la parte que pude apreciar del recorrido. Aún así, con todas esas ganas de saltar y gritar por lo bonito que era todo, me mantuve en mi postura de seriedad. De vez en cuando Aurélie, harta por el silencio sepulcral, me daba explicaciones y me contaba un poco de historia sobre los edificios que pasábamos, con la esperanza de que me animara a decir algo. Llegamos a su casa alrededor de las seis de la tarde, y, según ella, Gerard y Matthieu ya debía estar ahí. Baje del taxi completamente nerviosa, con las piernas temblando y las manos sudando. Quería lanzar mis maletas muy lejos y correr, correr hasta que las piernas no me respondieran, correr hasta que estuviese lejos de todo y de todos. Quería estar en Scranton, con Lindsay y con todos mis amigos. Un nudo se formo en mi garganta, haciendo que me doliera y que se me dificultara tragar. ¿Qué se supone que iba a decir? Estaba llegando a invadir un hogar y me sentía terriblemente mal por eso, porque eran personas que yo no conocía y que no quería conocer. Con Lindsay hubiese sido todo diferente, con su familia había confianza suficiente y no me hubiese sentido como una invasora.

Sentía que el interior de la casa quemaba, la piel de todo mi cuerpo escocia, como si me hubiesen lanzado polvos de vidrio. Cuando escuche a Aurélie llamar a su familia me estremecí; no estaba lista para algo así, no estaba lista para mudarme a otro país con otra familia, no estaba lista para que mis padres murieran. Sentía que todo me daba vueltas, que la casa entera se mecía como una hamaca trópical. Escuche pasos bajar por las escaleras, entonces mi vista comenzó a nublarse. Odiaba sentirme de esa manera, tan vulnerable, tan enferma. Escuche voces, aunque no podía entender lo que decían ya que hablaban francés, y si hubiesen estado hablando en ingles probablemente tampoco les hubiese entendido. Aturdida, esa es la palabra perfecta para describir como me sentía.

—¿Te encuentras bien, Cariño? —preguntó Aurélie al ver que se me habían ido los colores.

Asentí sin decir palabras. El nudo en la garganta seguía ahí, amenazando con traicionarme y delatar mi miedo y nerviosismo. Aurélie sonrió para tranquilizarme. La mujer, al igual que mi madre, parecía tener ese poder de leer la mente y de saber como te sientes exactamente. Eso, o soy muy mala tratando de disimular.

—Charlotte, es bueno verte de nuevo —saludo Gerard con nerviosismo, mientras me daba un abrazo-. La última vez que te vi no eras más grande que un duende.

Sonreí por cortesía. Para mi no era bueno verlo de nuevo, no si las circunstancias que me llevaron a verlo de nuevo fue la muerte de mis padres. Aún así intenté ser amable, supongo que no debe ser fácil buscar las palabras adecuadas para decir a una reciente huérfana. Matthieu, que estaba a su lado, no saludo más que con un movimiento de cabeza. Fui consciente de la mirada punzo cortante que Aurélie le envió, pero mi primo parecía estar más nervioso de lo que yo podía estar, y ni la mirada amedranta-dora de su madre lo hicieron hablar.

The passing of loveDonde viven las historias. Descúbrelo ahora