La profecía

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Un joven de castaño cabello atado en una coleta caminaba entre unos cuántos árboles, no era para nada robusto ni tampoco flacucho. Su mirada iba perdida en los colores llamativos que llenaban el lugar de aquel sitio, observando curioso cómo los rayos de luz se reflejaban en el rocío mañanero del lugar abierto. Traía una especie de cubeta entre sus brazos y un abrigo de color azul oscuro que en la parte superior estaba cubierto de pelo en tonos crema, el cual no le hacía pasar frío en momentos cómo lo era ese. El sonido de sus botas pisar el pasto se veía interrumpido con el de las aves que parecían comunicarse entre ellas con un sonoro canto. Llegó hasta una de la cascada que yacía cerca del reino y era una de sus mayores fuentes de agua. Se acercó a un lado de esta y con sumo cuidado extendió un poco sus manos para llenar aquel recipiente. En cuanto terminó, de manera traviesa y algo infantil, puso su rostro cerca de donde el agua caía, logrando tomar un poco de esta y a la vez mojándose todo el rostro en el intento. Río por dicha acción y se limpió aquella tontería que acababa de hacer con su otro brazo inmediatamente.

Una risa un tanto más aguda y femenina resonó del otro lado de aquella cascada.

— Creía que estabas entrenando con los demás guerreros. — Una muchacha de rizado cabello mostraba una simpática mirada.

— Y yo creí que a la menor de las princesas le habían prohibido cargar con una espada. — Respondió aquel chico y se preocupó un poco. —Eres toda una rebelde, Peggy, deberías de hacerle caso a tu padre. — Seguido de esto, el de coleta y clara tez le dio una mirada firme que duró tan solo un momento, porque ya había comenzado a caminar de regreso al campo de entrenamiento del cual había venido.

— Ya le dije mil veces que no voy a separarme de mi espada. "Que no son cosas de princesa", "Que estoy ensuciando el nombre de la familia" ¡Solo quiero aprender a defenderme!... Me enoja que no me entienda. — Guardó su espada con la que anteriormente jugaba y se cruzó de brazos desviando su mirada mientras caminaba junto al otro.

—Pues, yo no sé mucho de princesas, es más, si tu padre te viese hablando con un pobre cómo yo, te prohibiría que volviésemos a vernos y se enojaría demasiado contigo, pero deberías preguntar a tus hermanas, quizás Elizabeth o Angélica te sean más de ayuda que yo. — Le dedicó una sincera sonrisa, la menor de las princesas era más pequeña que él y siempre estaba dispuesta a entrenarse incluso aunque su padre se lo prohibiera de manera estricta, terminando por salirse con la suya.

—Tienes razón, pero la próxima vez que esté libre de deberes de la corona, espero poder entrenar contigo, Alexander. —

— ¡Claro, ten suerte! — En respuesta, el contrario sonrió. Le tenía mucho respeto a la menor por su puesto cómo hija del rey, pero lo que a él lo que más le importaba en esos momentos era llegar al tan esperado campo de entrenamiento.

Un par de minutos después, finalmente llegó a dicho lugar, no sin antes entrar a la tienda que estaba junto a este y tomar unas vendas entre sus manos. Ya estaba acostumbrado a ir al campo, el hecho es que intentaba entrenarse cómo un guerrero, pero el primer general evitaba que se meta en guerras y le hacía tener más estudio en otras áreas más intelectuales ya que juraba que su intelecto era uno nunca antes visto. Siempre creyó que en realidad era porque no llevaba total sangre del linaje Schyluer, ser huérfano desde niño no le trajo muchas ventajas, pero lo que si le trajo fue una determinación insaciable de querer mostrarle a todo el mundo de lo que podía llegar a ser capaz alguien de su estatus.

¿Que cuál era el propósito que lo llevó hasta aquella carpa? Ese era el caballero real Laurens, al cual siempre llamó "John" ya que era su primer nombre y se conocían desde niños. Juntos pasaron por momentos memorables, considerándose básicamente cómo "mejores amigos".

HAMILTON MEDIEVAL AUDonde viven las historias. Descúbrelo ahora