Prométeme una cosa

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Los tres viajeros acompañaban a las princesas, cómo aquella luz de esperanza que podría guiar la gran batalla, la cual empezaría a la mañana siguiente. Sus ojos se observaban cansados y sus palabras eran bastante escasas a pesar de haber realizado tal largo viaje. Luego de que estos ya volvieran a sus habituales habitaciones y de que acomodasen cada una de sus armas en sus respectivos lugares, decidieron descansar de una mejor manera.

Hércules seguía siendo un elfo, por lo que el rey estaba informado acerca de esto, pero por petición y de Elizabeth, este le permitió permanecer en el reino hasta que la guerra comenzase. La verdad era que le terminaron colocando una cama en la misma habitación de Lafayette, ya que ellos dos parecían relacionarse muy bien, y ninguno de los dos hubiese sobrevivido allí afuera el uno sin el otro anteriormente. Por otro lado, por petición esta vez de Lafayette, le dejaron conservar su querido arco, así que con aquel elfo no había ningún problema.

- Te veo preocupado ¿Es por la guerra?- Preguntó Hércules a Lafayette, sentándose a un lado de la cama en la que este se encontraba. Los elfos no solían dormir, al menos no demasiado cómo un humano cualquiera. El elfo Silvano pasó una de sus manos por sobre las sábanas en forma de caricia, a lo que el guerrero se volteó hacia su lado y se sentó en la cama.

- No es eso... me preocupa saber que cuando ganemos la guerra tengas que regresar con los tuyos... - Lafayette tomó la mano de Mulligan que le acariciaba por sobre la tela. - Sabes muy bien que casi piensan que había traicionado al reino al escaparme, imagínate que lo hiciese una vez más. Ya no me lo perdonarían. - El guerrero entrelazó las manos de ambos y comenzó a dejarle caricias sobre esta con su pulgar. - Además aquí hay gente a la que quiero mucho... ya sabes, Alex, Laurens...- Ladeó su cabeza mencionando los nombres de sus amigos.- Si hubiese solo una forma en la que pudieses quedarte para siempre, lo haría.- Entonces las manos que tenían entrelazadas se tomaron con más fuerza.

- No te pongas a pensar en esas cosas, mejor descansa... hazlo por mí. - Hercules miró al contrario con tranquilidad, intentando calmarlo, él no lograba comprender porque el otro tenía tanta preocupación consigo. Él, un ser inmortal, no podía entender con la pasión que los humanos vivían y sabiendo que sus días ya estaban contados. Lafayette le regaló una última sonrisa.

- Iré a los jardines, dicen que por aquí hay maravillas. - El elfo le dejó un pequeño beso en su frente al guerrero y le dejó seguir descansando.

Al salir, siguió observando que aquel lugar era completamente diferente a su hogar. Todo se encontraba un poco sombrío y la única vegetación que decoraba eran los bosques de los alrededores, no mucho más. Estaba repleto de guardias que le miraban seriamente con sus cascos puestos. Podía sentir cómo siendo una especie completamente diferente, todo el mundo se encontraba juzgando, pero podía comprenderlo fácilmente por la sangre que traían en sus venas.

El elfo tomó una bocanada de aire profundamente y sus orejas se movieron un poco de forma curiosa. En cuanto cerró sus ojos para guiarse de tal olor, sin percatarse, chocó contra un muchacho de ojos verdes y cabello rizado.

- ¡Fue un error! Sepa usted disculparme. - Se avergonzó aquel elfo, juntando sus manos un instante cómo si estuviera apenado de su acto.

- No te preocupes... espera ¿Tú no eres el elfo? ¡El que llegó junto a Alexander!- John Laurens exclamó con una sonrisa agradecida y de sorpresa en su rostro, se le veía feliz. Claro, al enterarse de que aquel joven había regresado, sus ojos lograban brillar con ilusión.

- Sí, ese sujeto de coleta con abrigo azul. - Hércules hizo señas mientras hablaba, tocándose el cabello y luego señalando unas cortinas azules que se encontraban en el palacio a unos dos metros de él.

HAMILTON MEDIEVAL AUDonde viven las historias. Descúbrelo ahora