Un guerrero excepcional

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De los cantos que se terminaban oyendo desde las profundidades de una sirena que ahora yacía sobre una roca, dando aquella melodía, es con la que volvemos al castillo en el que todo comenzó.

La joven Peggy estaba caminando de manera alegre, se le notaba mucho más motivada de lo normal por alguna razón que ahora mismo hasta ella desconocía. Ayer se la había pasado casi toda la noche practicando junto al capitán John Laurens, del cual agradecía realmente su ayuda. Todo le estaba yendo de manera espléndida. La mejor parte eran las pocas probabilidades de que su padre se entere del entrenamiento de guerrero que venía llevando a cabo, ya que estaba más interesado en sus dos hijas mayores.

La princesa se estaba dirigiendo hacia la herrería del castillo para poder quitar una de las espadas que había dentro de este establecimiento. Debía ser cautelosa ya que con aquel molesto vestido obviamente llamaría mucho la atención. Una idea llegó a su mente de manera pronta y se adentró a la herrería, llamando la atención al instante con su despampanante vestido color amarillo.

— ¡Princesa Margaret! Lamento mucho que me vea en estas pintas ¿Qué se le ofrece, su alteza? — Los dos herreros que estaban trabajando en aquel momento hicieron una pequeña reverencia para poder mostrarle el respeto necesario a una figura que le debían tanto respeto.

Mientras tanto, aquel miembro menor de la familia real comenzó a mirar en todas direcciones. Estaba buscando conseguir una mejor espada de la que ya tenía ¿Por qué? Le encantaba el hecho de poder tener variedad de donde elegir, y ya que ahora estaba entrenando más tiempo que nunca quería ir con una espada bien afilada, nueva y asegurada.

— No, se molesten, solo vengo a tomar una de sus espadas, es una orden real. — Siempre que quería hacer algo ponía la misma excusa de que era una orden real, todo el mundo obedecía al instante justo cómo si se tratara de cierto miedo, a pesar de que ella no lo entendiera del todo. La joven caminó hasta donde se supone que estaban las espadas y una de estas le dejó maravillada. Sus detalles eran una preciosidad, hasta juraba que estaban hechos con oro y joyas, digno de una princesa cómo lo era ella.

— ¿Está usted segura de poder cargar eso, su alteza?— Le preguntó uno de los dos herreros con bastante duda, ya que ninguno de los dos legó a pensar que aquella espada fuese para el uso de aquella chica y creían que se lastimaría a ella misma intentando usar aquel arma.

— Lo estoy, no deben de preocuparse por esas cosas, ahora continúen con su trabajo. — Así de simple fue cómo aquella muchacha logró sacar una espada de la herrería sin ninguna clase de problema. Ahora la parte difícil sería poder encontrar un lugar en la que nadie se diera cuenta de que la tenía. La espada de por sí ya era bastante grande. Quizás podría dársela a Laurens pero aquello sería por la noche.

Los pasillos del castillo eran tan largos y tan solitarios que para lo extrovertida que era Peggy, se sentía bastante claustrofóbico. Los únicos que pasaban eran varios guardias que protegían el lugar de vez en cuando. De pronto, observó cómo por poco y chocaba con el oficial al mando, Washington, que parecía ir de manera un tanto apresurada en su dirección contraria. La semilla de la duda se plantó en la joven por unos segundos. No pasó mucho hasta que pudo sentir la tensión recorrer su cuerpo de manera que este se sentía extremadamente frío para ella.

Cuando la menor llegó hasta la puerta de su habitación, la cerró de un portazo después de haber entrado y dejó su espada sobre su cama por un momento. De pronto, una de sus manos, la cual iba tanteando un poco una de las paredes, terminó por posarse en una de las ventanas del palacio. Ella, por mera curiosidad había comenzado a mirar a través de esta. Muy a lo lejos en el horizonte se podía observar efectivamente cómo desde la zona norte se aproximaba muy a lo lejos un ejército enemigo ¿Por qué era que las montañas de Frhancek parecía que habían perdido su color?

HAMILTON MEDIEVAL AUDonde viven las historias. Descúbrelo ahora