9. Si me dejo llevar

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2041

¿Han oído hablar de primeros amores? ¿Ese sentimiento nuevo y atemorizante que nunca se olvida? Esos que son tan épicos y arrebatadores que podrían ir en contra de una guerra, o ser capaces de ir en contra de la mayor catástrofe del universo. Bueno, Soobin creció escuchando historias sobre esa clase de primeros amores.

Su tío tenía una vieja foto arrugada en la billetera, nunca dejaba que nadie la viese, ni siquiera su sobrino favorito. Así que Soobin estuvo curioso al respecto durante los veinte años que llevaba con vida. Nunca preguntó más de la cuenta, pero escuchó las historias en las tardes grises donde su tío se encontraba lo suficiente melancólico para hablar sobre ojos tormentosos y una voz cálida que llevaba grabada en su precaria alma.

La historia favorita en su niñez era esa donde su padre y su tío entraron a una morgue para robar un cadáver, sinceramente, era divertida la forma en que Mark la narraba. Pero Jaemin se enojaba cada vez que escuchaba a alguno de ellos mencionar esa descabellada anécdota. Entonces Milae pedía a chillidos que contasen la historia de cómo se conocieron, por lo cual a Soobin no le quedó más remedio que oír acerca del vomitivo y empalagoso amor épico de sus padres una y otra vez.

No lo entendía, no podía creerlo. ¿Cómo dos personas pueden estar juntas por tanto tiempo?

Cuando escuchaba hablar a su padre de la época en la que nació, le costaba imaginárselo caminando entre cadáveres, durmiendo en trincheras con agua estancada y ratas caminándole por entre las piernas. Tal vez porque había crecido con un padre amoroso y divertido, un buen modelo a seguir. Cuando Soobin tenía once años, le preguntó a su padre sobre la guerra. Jeno se sentó en el suelo con él y le narró algunas cosas con crudeza. Luego, lo atrajo a sus brazos y le hizo prometerle que nunca dejaría de ser el niño de papá. La corta edad que Soobin tenía en ese tiempo no le permitió comprender del todo lo que esas palabras significaron para Jeno.

Ahora, era prácticamente un adulto, uno con bastantes fallas.

Su peor defecto según él, era su capacidad para arruinarlo todo. Incluso cuando las cosas parecían ir de lo mejor para sí mismo, Soobin encontraba la manera de poner esa estabilidad en peligro, o se la pasaba pensando en que no duraría, en que tarde o temprano las cosas malas sobrepasarían las buenas.

Otro defecto era su constante falta de energía.

Siendo sincero consigo mismo, a Soobin le encantaba dormir. Era su pasatiempo preferido. Siempre que pudiese apoyar la cabeza en algún sitio y cerrar los ojos, él encontraría la manera de caer rendido ante el sueño. Su papá le dijo que debería comenzar a salir a correr con él por las mañanas, pero Soobin se negaba rotundamente a salir de su casa siendo perseguido por el jodido amanecer y el aire congelado del bosque golpeándole el rostro, mientras corría y sudaba como un cerdo hasta sentir la ropa convertirse en una segunda piel.

Soobin no era un buen deportista, tampoco encontraba necesario hacerlo, y eso se debía a que como un alfa, no le hacía falta esforzarse por tener una contextura aceptable, o una fortaleza constante.

Jaemin le decía en cada oportunidad que tarde o temprano esa falta de ejercicio le pasaría factura. Bueno, Soobin comía dos platos y seguía tan delgado como una hoja de papel. Era alto, con huesos grandes y grasa extra en mínimas partes, pero su masa corporal podía considerarse escasa.

Y no le importaba.

Él no quería verse como los otros tres alfas que formaban parte de su rara familia. Estaba cómodo con ser el chico común de veinte años pudiendo disfrutar de un desayuno cargado. Aunque los genes no mentían, ahora Soobin era el más alto de la familia. Irónicamente, su hermana melliza era la más baja.

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