8. Cuentos para no dormir

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2030

Jaemin era un padre terrible. No realmente, pero solo podía pensar en que lo era mientras corría por el camino de pequeñas piedrecillas, abriendo la puerta con los pasos de Jeno siguiéndole de cerca.

La casa estaba silenciosa, eso lo hizo todo peor. Porque la maldita casa nunca estaba silenciosa. Entonces su nariz se arrugó al olisquear el aire, vio por el rabillo del ojo a Jeno despeinarse con preocupación. Cada músculo, nervio y hueso de Jaemin se dirigieron hacia la sala.

-¡Appa!

El corazón se le desprendió del pecho para restaurarse y volver a latir con fuerza. Se arrodilló en el suelo y atrapó el cuerpo de su niño. Apretó el mentón en el hombro de Soobin, palpándole el torso en busca de alguna herida. Bien, tal vez era algo dramático, pero nadie podía saber lo que se sentía estar lejos de tu hijo y pensar en los millones de horrores que hay en un bosque al anochecer.

Ahora Jaemin entendía todas esas veces en que su madre pegó el grito en el cielo por él.

Se fijó en Jeno, quien tenía una sonrisa descansada en el rostro. Levantó la vista para buscar en el lugar a la persona que estaba a cargo de sus hijos. Hyuna se descruzó de brazos y frotó su frente.

-No me mires así. -Se puso un mechón de cabello detrás de la oreja-. Tu niño bonito estaba comportándose como esos perros en miniatura, ya sabes, cuándo tiemblan y le ladran a la pared. Entonces te llamé y cuando regresé a mirarle, ¡Él no estaba!

Jaemin esperaba que Jeno dijese algo, que pudiese decir las palabras correctas en el momento indicado, como siempre hacía cuando una crisis de Jaemin con respecto a la paternidad se presentaba. Pero Jeno estaba mirando fijamente al infiltrado en la sala.

Entonces, Jaemin tomó el rostro de Soobin con ternura.

-¿Qué sucedió, cachorro?

El niño titubeó, el aroma de su piel intensificándose fue otra mala señal para un lobo. Jaemin lo sabía, y se lo había explicado a Jeno cuando este le contó la verdadera forma en la que se conocieron. "¿Sentiste mi olor cuando era un niño?" Preguntó esa noche, y Jeno asintió, entonces Jaemin le contestó que eso era imposible, porque los lobos despertaban su verdadero aroma cuando se acercaban a su presentación.

Soobin tenía diez años. Los alfas se presentaban comúnmente a los catorce o quince años, más tardar a los dieciséis. Sin embargo, el aroma de Soobin se había comenzado a despertar desde hacía un par de años atrás.

-Fue mi culpa.

Todos voltearon a ver al vampiro delgado, magullado y sentando tranquilamente en el apoyabrazos del sofá. Se encogió de hombros.

Jaemin se puso de pie. Soobin se movió hasta abrazarse al torso de su padre, y Jeno le revolvió el cabello al susurrar en su oído: ve arriba, iré en un segundo.

-Tu culpa. ¡Oh, genial!- Jaemin bufó.

-Estaba en camino y los llamé, pero fue Soobin quien contestó, le dije que sería una sorpresa pero supongo que él quería ir a recibirme. Lo siento.

Jaemin miró al techo, el leve temblor de sus dedos no se debía al enojo, o a la preocupación. Tal vez era una mezcla de todo ello, pero algo más estaba sucediendo.

Jeno se recostó en la pared, observando a Renjun, desde la forma en que estaba insanamente más delgado --incluso para el metabolismo de un vampiro--, hasta cada una de esas heridas que tenía esparcidas en el rostro.

-¿¡Lo sientes!?- La bonita cara de Jaemin enrojeció-. Es un niño, ¡Cómo pudiste incitarlo a que saliese solo de la casa!

El pecho de Renjun se infló. Tenía el deseo interno de romper la madera que sus uñas rasguñaban, también quería empujar las astillas en el maleducado perro pulgoso. No lo haría, tenía algunos problemas de autocontrol pero no podía dejar a un par de niños sin Jaemin, y contaba a Jeno entre esos "niños".

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