13. Crecí, para ti

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2041

La fuerte ventisca provocaba que el cartel de "abierto" golpease contra el cristal de la puerta. La librería estaba vacía ese día, solo dos chicas con uniforme escolar seguían sentadas una al lado de otra, compartiendo audífonos y leyendo un libro que Sun encontraba un poco "demasiado" cursi. Pero no iba a mentir, a la edad de quince años incluso una lista de compras podía ser romántica y emocionante.

Recordaba cada una de las historias que leyó, incluso las que querría olvidar o las que no logró terminar. Lo que no sucedía con mucha frecuencia porque Sun creía fielmente en que tal vez la última página podría salvar al libro para que no sea una mala experiencia.

Su rápida agilidad a la hora de leer comenzó con apenas doce años, cuando encontró un pequeño libro en las cosas que el abuelo Park había podido recolectar de la casa de su hija, la madre de Sun.

El libro no tenía cubierta, las hojas estaban amarillentas y debía de tener cuidado al pasarlas porque el papel gastito podía romperse con el mínimo de fuerza. Llegó a leer esos cuentos cortos cada noche por un año, hasta que un día encontró un libro envuelto en un modesto papel de regalo frente a la puerta de su habitación. Desde ese momento un nuevo libro llegaba cada mes y Sun los devoraba como si fuese un talento.

Estuvo agradecido con el anciano. Al parecer el hombre entendió que los libros mantenían la mente y el corazón de Sun ocupados para que no pudiese tener tiempo de pensar en lo que había perdido. Lo entendió antes de que incluso Sun pudiese comprenderlo.

Pero el ritmo de lectura se cortó el día en que ingresó a la vida universitaria y le pidió a su abuelo que le ayudase a conseguir un piso en el centro de la ciudad. Vivir en mitad de la nada no hubiese sido una buena opción, y cuando consiguió el trabajo en la pequeña pero acogedora librería cerca del edificio universitario, su tiempo de lectura se redujo al mínimo. Ahora pasaba la mayoría de las horas con la nariz metida en largos informes sobre arte musical, y un poco menos en el dibujo, aunque también esperaba obtener una certificación en esa área.

Su plan era recibirse para dar clases en alguna escuela donde le pagasen lo suficiente para hacerse el gusto de comprar chocolate cuando quisiese y le sobrase lo suficiente para pagar las cuentas. No necesitaba pensar demasiado en el futuro, hacerlo solo le frustraba. Además, ver morir a tu madre hacía que el futuro dejase de tener el sentido que la mayoría del mundo le daba. Para Sun, la vida podía acabarse en cinco minutos, ahora mismo la grieta en el techo podía hacerse más grande y derribar un pedazo de cemento que terminaría por aplastarle la cabeza. O un ladrón podría entrar por la puerta, apuntarle con un arma y terminaría sin destino y con sus sesos por todos los libros de la sección fantasía.

Excepto que no fue un ladrón el que entró, y no fue la grieta del techo lo que hizo que su corazón se acelerase.

las campanitas se movieron avisándole del nuevo cliente cuando un hombre de cabello negro y traje de oficina entró en la librería. Sun se contrajo, fingió total atención en el libro que tenía entre las manos y por debajo de las pestañas respondió a la sonrisa que el extraño le dedicó. Ese intercambio duró una fracción de segundo que podría haber sido perfectamente toda una vida para Sun.

Le gustaba ser mirado por él, le hacía sentir que por primera vez alguien más que YeonJun le estaba mirando como si no le importase las cicatrices en su cuerpo, o las de su alma. Porque Sun tenía muchas heridas cerradas con grapas que podían romperse a cualquier momento.

No le gustaba hablar de ellas, no era como que alguien quisiese escuchar que le aterraba ver sangre porque cada vez que lo hacía pensaba en el olor a hierro de la iglesia, en una noche tormentosa, donde no podía apartar la mirada del cuerpo muerto de su madre. ¡Y vaya que la muerte era una cruda palabra cuando se trataba de una persona amada! Sun estaba seguro que todos le temían de alguna forma a la muerte, incluso aquellas personas que querían conocerla, y también estaba seguro que la muerte no era la culpable de llevarse a su madre.

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