4. El lobo que no quería a la luna

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2025

Pánico recorrió su corazón.

El árbol pintoresco brillaba a través de las cortinas blancas. Cortinas que Jaemin había insistido en cambiar, porque según él, el color rojo sangre de las antiguas cortinas solo hacía el lugar más lúgubre, y quería que sus hijos crecieran rodeados de luz.

Revisó por segunda vez los regalos apilados en el armario que era lo suficiente alto como para que los niños no descubriesen cada obsequio envuelto con sumo cuidado. Taeyong le había ayudado de mala gana, al parecer, llevar a un vampiro a una juguetería con tres pisos repletos de niños gritando y corriendo, no fue la mejor idea que Jaemin podría haber tenido. Pero valió la pena.

Él adoraba la navidad, le recordaba al tiempo en el cual era lo suficiente pequeño para acurrucarse junto al costado de su hermano, ambos esperando no dormirse para ver llegar a Santa entrar por la chimenea. Por supuesto siempre terminaban cayendo en un sueño profundo y despertaban al otro día demasiado emocionados como para pensar en otra cosa.

Incluso cuando su padre, el hombre que le crió, murió, Jaemin se sintió mejor con la navidad. Tal vez porque era la excusa perfecta para ser un niño como los demás, sin esa angustia desconocida y horrorosa que le carcomía el corazón.

Irene llevaba una camiseta con hombros amplios y mangas largas, un lazo azul se adhería a su cintura, y la pollera pesada, abierta a un lado, le hacía parecer imponente y hermosa, justo lo que era.

-¿Jeno no ha llegado?- preguntó entrando en la cocina, tomando a Milae en brazos y acomodándole el pelo igual a como ella lo llevaba. Labios rojos se estiraron al sonreír, pequeños y pulidos colmillos sobresalieron-. Ojalá Soobin me dejase ponerle vestidos y arreglarle el cabello.

-No son tus muñecos. Soobin detesta el cabello largo, dice que lo quiere como el de Jeno- murmuró Jaemin, una sonrisa lenta apareciendo en su rostro. Pero volvió a ponerse serio mientras se concentraba en no dejar quemar las galletitas de jengibre.

Irene bufó. Las largas uñas acariciaron el sedoso cabello de la niña.

-Lo sé, lo sé. Aun así, ¿No crees que serían lindos muñecos?- Silbó en el aire-. Siempre puedo pedirle a Sunmi que los convierta en porcelana, serían como pinocho pero más estéticos.

Jaemin evitó responder. Estaba perdido en el temblor de sus dedos sin razón aparente, y en la forma errática en que le latía el corazón. Nunca había sido bueno presintiendo cosas, la mayoría de las veces todo le tomaba por sorpresa. Pero en el último tiempo, su omega había estado más apegado a Jeno, y eso era mucho decir, porque su omega ¡Adoraba a Jeno!

No entendía si se debía al cambio en la naturaleza, o a que su lazo familiar estaba más apretado que nunca. Cómo fuese, Jaemin sentía claramente cuando Jeno estaba entrando en pánico.

Por ello, en cuanto sus oídos captaron el sonido de la puerta abriéndose, él dejó las galletitas dorándose más de lo necesario y arremetió hacia la sala, chocando con Taeyong y pidiendo disculpas de paso.

Igual a un cachorro emocionado, se limpió las manos en los jeans y puso los mejores ojos de bambi que pudo.

Binnie entró primero, dejando la abrigada campera en el suelo y yendo directo a los brazos de su appa.

-¡Ey, muñeco!- Jaemin le dio un sonoro beso en la mejilla antes de abrazarlo con tanta, pero tanta fuerza que el niño comenzó a quejarse.

Jaemin casi se puso a llorar al presenciar ese brillo especial en los ojos de Soobin mientras miraba hacia el árbol iluminado. Dios, Jaemin creía que la inocencia era un arma de doble filo.

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