TOMATE

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Narra Riley:

Estaba harta de todo, de Klaus, de mi padre, del director y de las reglas asesinas.

Pisoteando el suelo con los brazos en mis bolsillos del pantalón y con una cara de haber parido a cuatro carpinchos me dirijí al establo, donde suponía que me darían alguna tarea.

Pasé de largo el comedor, mirando como unas chicas salían contentas y alegres, con los brazos entrelazados. Supongo que habrán tenido un buen almuerzo, y yo, me lo había perdido.

Después de unas cuantas vueltas por el infinito lugar, pude salir al patio, abriendo de par en par las puertas respirando un poco de aire fresco, mezclado con... ¿Olor a cerdo?

El patio era bastante grande comparado con el comedor y las habitaciones. Estaba rodeado de vallas con pinchos, como si de una cárcel se tratara. Había una especie de campo de fútbol, marcada con una fina línea en el suelo casi inexistente, tal vez por la lluvia o porque en este lugar no había pelotas. Al final del patio se situaba una especie de establo, no muy bien cuidado, obviamente de color rojo y verde.

-Pero... pero ¡Esto es imposible! - escuché un grito que venía de dentro del recinto.

Al girarme me encontré a Obiana con una cara de pánico hablando sola, y esta vez no era con sus Pingus, simplemente Robin la ignoraba mientras leía un libro.

-Y.... y ¿Cómo puedes demostrarlo? - añadió mientras intentaba llamar su atención moviendo velozmente la mano sobre las páginas del libro.

-Si los peros y los ies fueran caramelos, podríamos celebrar una buena Navidad- dijo Robin sin alzar la mirada de su libro- Bueno, una Navidad en condiciones- susurró lo último.

-Y si los padres y las madres que abandonan a sus hijos fueran vodka, ahora mismo estaríamos en alcohólicos anónimos. -dije señalando a todos los que estaban en el patio mientras me unía al paseo.

Robin sonrió sin abrir la boca, aun leyendo el libro.

-Aunque si los perros criaran mariposas...- pensó Obiana mientras miraba hacia al cielo con los ojos achinados por el sol.

-Basta, Obiana- ordenó Robin mientras cerraba el libro con fuerza. - Y bien, ¿Dónde estabas? - preguntó seriamente la inteligente chica con los brazos cruzados.

Al parecer esta niña no se fía ni un pelo de mí, ni que tuviera cara de agente infiltrada y mucho menos motivación como para espiarla.

Me fijé que aún llevaba un lápiz en el pelo para simular una goma de atar, y que sus ojos verdes claros iban a juego con unas gafas de pasta negras que ayer no traía puestas.

Su postura era siempre recta, se notaba que estaba bien educada, incluso la había visto limpiarse con unas servilletas de manera muy refinada ayer en la cena.

Podría decir que era una nerd, que vive solo para los libros y para los estudios, pero conspirar contra el gobierno y tratarnos de sujetos no era que digamos... habitual.

Yo estaba demasiado agotada, y explicar que me había metido en una sala de juguetes retorcidos con un asesino y fracasar en el intento de seducir a un enfermero era en palabras resumidas, muchísimo texto.

Así que recurrí a la vieja excusa:

-Me quedé encerrada en el baño- dije con un tono cansado.

Robin bufó con cara asqueada y sin decir nada siguió leyendo.

Obiana, en cambio, seguía con su cara de confusión, diciendo que no con la cabeza.

-Pero si necesitas pedir permiso para ir al baño, y solo llevas un día aquí-afirmó rascándose la cabeza.

𝖢𝗈𝗇 𝗅𝖺 𝗋𝖾𝗀𝗅𝖺 𝗇𝗈 𝗌𝖾 𝗃𝗎𝖾𝗀𝖺.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora