VI

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La mañana siguiente, al despertar, ambos habíamos vuelto a la normalidad. Ken aún seguía abrazado a mí cuando abrí mis ojos, por lo que me levanté antes, despacio y sin hacer ruido, dirigiéndome al baño a darme una larga ducha. Mi cabeza aún seguía muy confundida por lo que había pasado anoche tras acostarnos juntos, pues no comprendía en absoluto las acciones de Ken. ¿Qué estaría pensando al pedirme que duerma con él? ¿Y por qué me abrazaba de esa manera? Hasta hace poco creía que había dejado muy en claro que yo no era mi hermana, por lo que estas actitudes de él hacia mí me parecían totalmente incomprensibles.

Tras salir de ducharme, me vestí con una remera blanca y unos jeans negros, abandonando el baño para volver a entrar en mi habitación; Ken aún seguía durmiendo, lo que seguro significaba que estaba muy cansado. Cerré nuevamente la puerta de mi habitación y bajé las escaleras hacia la cocina, encontrándome totalmente solo y observando el dinero que mis padres habían dejado sobre la mesa. Ken seguro tendría hambre al despertarse, por lo que preparé dos tazas de café para ambos y una cantidad insana de pan tostado.

Antes de que pudiese volver a mi habitación, observé al chico frente a mí bajar lentamente las escaleras; se había cambiado con su ropa de ayer y aún tenía el cabello despeinado, por lo que lo invité a sentarse y desayunar conmigo. Ambos comíamos el pan tostado sin decir nada, esperando a que el otro terminase con el silencio en algún momento. ¿Qué debería decirle? Tal vez lo mejor era olvidar lo ocurrido anoche y seguir como si nada, aunque mi corazón no parecía estar dispuesto a olvidar esos sentimientos por Ken.

—Oliver —me llamó—, quiero aclarar que sabía muy bien que eras tú cuando te abracé anoche —dijo muy tranquilo, tomándome totalmente por sorpresa.

Mi corazón se había acelerado tan repentinamente que sentía que se saldría de mi pecho, mientras que mi rostro parecía estar hirviendo ante tanta vergüenza. Sabía que él era un chico directo, pero jamás hubiese esperado que dijese eso tan repentinamente.

Casi sin poder sostenerle la mirada, seguí sin decir ni una palabra y bebí mi café en silencio. Ken no parecía estar muy a gusto por no obtener ninguna respuesta, pero aún así no intentó forzarme a hablar en ningún momento.

Terminamos el desayuno en silencio y me avisó que me escribiría más tarde para hacer algo, saliendo de mi casa y alejándose rápidamente en su auto. Tras cerrar la puerta, sentí cómo mis latidos volvían a acelerarse; sus palabras no soltaban mi mente ni por un momento, obligándome a encontrarle algún significado a esa tan corta frase que me había alterado por completo.

Tomé el dinero que mis padres habían dejado sobre la mesa y lo guardé en mi billetera, subiendo nuevamente las escaleras hacia mi habitación y sentándome frente al escritorio; encendí mi laptop y comencé a informarme correctamente sobre la carrera de arquitectura y urbanismo, obligándome así a pensar en otra cosa que no sea Ken. Las materias parecían bastante interesantes y las inscripciones al ciclo lectivo del año próximo abrían en poco tiempo, por lo que debía convencer a mis padres de que me ayudasen a pagarla.

Ayer había olvidado hablar con el jefe del bar para pedir horas extra, aunque sonaba a un trabajo sobrehumano hacer más horas de las que ya hacía. ¿Y si conseguía otro trabajo? Tal vez uno que no coincida con mis horas en la universidad y tenga buena paga, así podría cubrir mis gastos completos en caso de pelear con mis padres.

—Todo sería tan fácil si siguieras aquí —pensé en voz alta, despeinando mis cabellos y volviendo a lo que estaba haciendo.

|×|

Pasé el resto de mi tarde averiguando sobre la carrera y todo lo que debería saber, además de practicando mi dibujo que ya creía tan olvidado. Al no saber qué dibujar, busqué una foto de mi hermana en una de sus cajas y me dediqué a dibujarla, sintiéndome un poco más triste con cada trazo que daba. ¿Cuánto tiempo de mi vida seguiría sintiéndome así por su muerte? Quería superar todo esto muy pronto, pues deseaba volver a sentirme medianamente bien. Al pensar en esto, no pude evitar recordar la carta que Olivia dejó para Ken; tal vez si sabía cuáles eran sus últimas palabras podría superar todo esto mucho más rápido, aunque no sabía cómo pedirle que me dejase leerla.

Tras tu muerteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora