VIII

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Tras tranquilizarnos un poco después de leer la carta, Ken cocinó el almuerzo. Si bien rechacé su oferta muchas veces, mi estómago comenzó a crujir en el peor momento posible y él sólo se rió antes de dirigirse a la cocina. Por mi parte, me quedé sentado en su cama, pasando mi mirada por toda su habitación; no tenía ni pósters, ni cuadros, ni nada que pudiese expresar sus gustos personales. Sobre el escritorio, los cuadernillos y las fotocopias de la universidad estaban perfectamente ordenados, mientras que la habitación en general parecía muy limpia e impecable.

Decidí abandonar la habitación, bajando lentamente las escaleras y encontrándome con Ken en la cocina, quien se veía realmente concentrado en lo que estaba haciendo. Me paré detrás de él y lo observé en silencio, esperando pacientemente a que notara mi presencia. Al darse vuelta, Ken se sorprendió al verme allí y sonrió nervioso, demostrando así que no esperaba que yo me encuentre detrás suyo.

—Nunca bajas la guardia, ¿no? —me reí.

—Lo siento, no suelo estar relajado —se explicó.

Si bien Ken siempre se mostraba muy tranquilo y calmo, parecía estar en un estado constante de alerta. ¿Le habría pasado algo para que siempre se comporte de esa manera? Realmente no sabía mucho sobre Ken en general, pero su pasado era todo un misterio para mí.

Ken me avisó que la comida estaba lista y puse los platos sobre la mesa, sentándome a su lado al ver que se ubicaba en un extremo de la mesa. La comida se veía deliciosa, aunque jamás había oído de esa receta; según Ken, era una receta de su abuelo japonés.

—Oye... ¿Puedes contarme cosas sobre ti? Sino me siento el único desdichado —me reí.

Ken pareció quedarse pensando en lo que acababa de pedirle, como si estuviese analizando qué debería decirme en concreto.

—Dime qué quieres saber —dijo mientras daba bocado.

—Pues, cuéntame un poco sobre tu infancia o adolescencia —dije tras pensarlo un poco.

Lo único de lo que estaba seguro es de que no habíamos ido al mismo colegio primario y secundario, pues si lo hubiese visto allí lo recordaría. Ken pareció sumirse en sus pensamientos por unos segundos, mirando fijamente un punto en la mesa. ¿Habría indagado en algo muy personal? Lo normal era querer saber sobre lo básico de la otra persona.

—Bueno, se podría decir que hace unos años padecía depresión —dijo finalmente, dejándome totalmente sorprendido.

Ken no parecía exactamente un chico con problemas, aunque tal vez lo ocultaba demasiado bien. Ahora quería saber muchísimo más sobre él, pues no podía saciar mi curiosidad sólo con saber eso; Ken se dió cuenta de qué es lo que estaba pensando y siguió contándome sobre él.

—Cuando éramos niños, mis padres nos dejaron a mí y a Kai dos días a cargo de su mejor amigo —comenzó a explicar—; por ese entonces tenían demasiada confianza en esa persona. El problema es que... ese tipo era un pedófilo —frunció un poco su ceño.

Definitivamente no quería escuchar más; podía intuir exactamente lo que vendría después de esa frase y, aún así, él no se detuvo.

—No quería que le hiciese nada a mi hermano, así que... dejé que me hiciese lo que quisiera sin oponer resistencia alguna —bajó su voz, volviendo a clavar su mirada en un punto fijo.

De repente, sentí como si mi corazón se parase por un segundo. Mis manos habían comenzado a temblar levemente y, sin darme cuenta, un montón de lágrimas se deslizaban por mi mejilla. Ken me miró realmente desconcertado, tomando una de mis manos e intentando tranquilizarme.

Tras tu muerteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora