VII

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A la mañana siguiente, me encontré con una profunda mirada clavada sobre mí; esperé por minutos que el chico junto a mí dejase de observarme antes de abrir los ojos, pero eso no parecía estar cerca de suceder. Abrí mis ojos lentamente y posé mi mirada sobre Alexander, quien al notar que ya había despertado me dirigió una sonrisa y se levantó de su cama, avisándome que iría a preparar el desayuno. Tomé mi celular de la mesa de noche e intenté encenderlo en vano, pues definitivamente ya no funcionaba.

¿Qué estaría haciendo Ken en este momento? Al no tener mi celular no podía avisarle sobre lo que había sucedido, aunque tampoco quería involucrarlo tanto en mis problemas familiares. Me levanté del colchón y me vestí con la ropa que estaba usando ayer, notando unas pequeñas gotas de sangre en la remera. Me miré en el espejo que Alexander tenía en su habitación y suspiré al notar que mi aspecto seguía siendo horrible; además de tener el rostro sobrecargado con banditas para ocultar los cortes, los hematomas en mi ojo y en mi mejilla no habían desaparecido ni estaban cerca de hacerlo. Posé mis dedos sobre mis labios y noté que estaban completamente partidos, dándome un aspecto peor del que imaginaba.

—Ya puedes venir, mis padres se han ido a trabajar temprano —me avisó mi amigo desde el marco de la puerta.

Alexander y yo desayunamos en silencio, aunque no había ningún tipo de tensión en el aire. El recuerdo de ayer a la noche, antes de caer dormido, regresó fugazmente a mis pensamientos. ¿Habría oído mal o él realmente había dicho que yo le gustaba? Me daba bastante vergüenza preguntárselo, pues si no era el caso habría creado un momento de tensión innecesario.

—Oliver —llamó mi atención—, tú... ¿Escuchaste lo que dije anoche? —preguntó, mostrándose algo preocupado.

Mi corazón había dado un vuelco ante su inesperada pregunta. Tal vez lo mejor era hacerme el desentendido, pues si él creía que yo no sabía nada podríamos seguir siendo buenos amigos como siempre.

—No sé de qué me hablas —reí nervioso, esperando que no note los signos de mentira en mi voz.

Alexander dió un gran suspiro y sonrió.

—Dije que tú eres quien me gusta —rió nervioso.

¿Este chico en serio me estaba diciendo eso? Intenté desentenderme para no crear tensión entre nosotros y él decide confesarse así como si nada.

Me había quedado completamente helado, pues no esperaba para nada esta repentina confesión. ¿Qué debería decirle? No estaba seguro en absoluto sobre lo que sentía por él, aunque sí sabía muy bien lo que sentía por otra persona.

—Esto... lo siento, no sé qué decir —dije nervioso.

—No esperaba una respuesta inmediata, sólo quería que lo sepas y pienses en ello —sonrió, terminando su desayuno y levantándose.

Imité su acción y me dirigí inmediatamente a lavar las cosas que habíamos utilizado. Sentía la mirada de mi amigo clavada en mí mientras lavaba las tazas; al terminar, evité mirarlo directamente a los ojos y me dirigí hacia su habitación a buscar mis cosas. Si bien él me permitió quedarme aquí unos días, actualmente se me hacía realmente incómodo.

—Iré a la universidad —me avisó—, puedes quedarte aquí si quieres.

—No te preocupes, debo ir al centro comercial por unas cosas —dije rápidamente, tomando mi mochila y saliendo por la puerta de entrada junto a él.

Me despedí con mi mano y, antes de que pudiese alejarme, Alexander me tomó de la mano y besó rápidamente mi mejilla. Entonces, se despidió de mí y se alejó por el lado contrario. ¿Qué debería hacer respecto a esto? No quería perder su amistad, aunque tampoco sabía si él podría llegar a gustarme de esa manera.

Tras tu muerteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora