I. Una Mirada

29 1 0
                                    

Amaba salir sin esas ropas de la realeza, adoraba ir corriendo al lado de su caballo sin guardias que le siguieran y le trataran de forma diferente. Le encantaba sentir el corazón desbocado de la emoción al sentir el viento revolviendo sus plateados cabellos y golpear sus pálidas mejillas que con el calor de la corrida se tornaban coloradas.

Saltó un tronco caído con gran agilidad y siguió su camino hacia el lago de siempre, ya lo veía y antes de llegar se dejó caer en el césped y empezó a rodar colina abajo hasta quedar a pocos centímetros del agua, río ante su propia actitud infantil pero, la felicidad no le duró mucho.

El recuerdo de sus hermanos llegó a su mente, Bianchi siendo obligada a casarse con un hombre de mucha más edad que ella, un tipo al cual no amaba pues de ser así nunca la habrían sentenciado a muerte al encontrarla culpable por el envenenamiento de su esposo, el capitán del ejército Romano. G por otro lado, al ver el fin de su hermana y enterarse que sus padres lo habían comprometido con una joven a la cual no amaba decidió escaparse con su amante. Ahora, solo quedaba él.

Se levantó de su lugar dejando a su caballo blanco a las orillas del rio bebiendo agua tranquilamente mientras él empezaba a subir una de las colinas. Necesitaba distraerse ya sentía su ceño fruncido, aunque bueno, casi siempre lo llevaba así pero en el palacio; allí afuera quería ser feliz aunque...

—Soy un idiota—

Aunque fue él quien se trajo su propio ánimo abajo al pensar en esos dos pero es que odiaba todo aquello. Bianchi había sido víctima de la sociedad, todos creían que por ser hijos de la persona con más poder tenían la vida hecha pero no. Una mujer no tenía ni voz ni voto, su hermana fue entregada como sacrificio, fue vista como una simple criatura para engendrar hijos y mejor si eran varones. Negó levemente para pasar a su hermano pelirrojo, él era varón y aún así lo iban a obligar a casarse con una chica que nunca en su vida había visto.

El que G se fuera sin él fue lo que más le dolió y por muchos aspectos. Porque ese idiota era su modelo a seguir, lo adoraba pues le había enseñado todo lo que sabía, porqué si se llevaron a su mejor amigo a él no. Sus ojos estaban empezando a llenarse de agua al pensar que tal vez, G lo dejó solo para ser él quien cargara con el peso de su familia por eso no dudó en dejarlo atrás mientras se iba con Guiotto y de paso se llevaban a Tsuna. ¿Era eso?

Se mordió el labio y se aguantó las lágrimas. No las derramaría. Si sus hermanos hicieron lo que quisieron él porqué no. Logró escalar uno de los árboles más altos del lugar y se sostuvo fuertemente de una de las ramas. Sus verdes ojos como el jade relucieron más con la luz del sol, se dedicó a observar el pueblo y el mercado, como las personas entraban y salían, como compraban y revendían. Quería ser útil para alguien pero su padre lo escondía de las miradas del público. El hijo bastardo de una mujer oriental. Así era como las pocas personas de la aristocracia se dirigían a él y a pesar de todo, Tsuna le había enseñado a pensar en los demás, no porque no estuviera ya a su lado quería decir que volvería a ser egoísta.

Un ruido extraño llamó su atención y buscó desde su lugar de donde provenía topándose con un animal tan grande que las personas que lo llevaban parecían hormigas a su lado, su piel era gris y le sobresalían dos enormes colmillos. Atrás venía un animal rallado parecía un caballo.

—Los cazadores ya llegaron—

Sin dudar bajo del árbol para ir a buscar a su caballo mientras se cubría con sus ropas para dejar a la vista solo sus ojos jade y emprender su camino de regreso al palacio donde vivía. Si no estaba presente para la llegada de los regalos de los nobles su padre lo golpearía por sus modales irrespetuosos. Aún pensando en si lograría llegar a tiempo sus ojos se desviaron del camino.

Pudo ver cómo un joven moreno de apariencia oriental con cadenas apresando sus muñecas levantó su mirada topándose con la suya. No supo porqué pero agradeció que sus mantos cubrieran sus mejillas pues sabía que estaban totalmente rojas, por causa de la radiante sonrisa de ese muchacho. Las construcciones obstruyeron rápidamente su vista, sabía que solo fue un vistazo, uno que duró solo segundos pero; bastaron para sentir la sensación más tranquila del mundo. Como si sus preocupaciones desaparecieran con esa sonrisa.

Sus pensamientos volvieron a su camino al ver el palacio imponerse frente a él. Una vez allí entró corriendo hasta su alcoba donde Lal ya lo esperaba para regañarlo como siempre.

—Idiota tu padre casi descubre que no estabas, cuantas veces tengo que decirte que no salgas del castillo— Aquella reprimenda la daba mientras le cambiaba las ropas de pueblerino y le peinaba— Eres el último de tus hermanos, trata de comportarte— lo último lo dijo más a modo de consejo, uno maternal. Mientras acariciaba con total cariño y amor la mejilla pálida del joven que hacía años le encomendaron cuidar.

—Lal, si no fuera porque ambos hicieron lo que quisieron, nunca me habrían tomado en cuenta. Soy un hijo bastardo y lo sabes mejor que nadie—

—No digas eso. Tu padre solo...—

—Mi padre solo me ve como su última opción para que su gobierno, poder y su descendencia no caigan. Te aseguro que pronto saldrá con la estupidez de que me tengo que casar con una mujer a la que seguramente nunca he visto—

La mujer tembló en su lugar al escuchar aquello. Acaso...

Tocaron la puerta del lugar, diciendo que solicitaban ver al joven Hayato. Lal terminó de darle unos retoques para encaminarlo rápidamente al lugar donde se encontraba su padre ya esperándolo. Ni siquiera se molestó en preguntarle cómo estaba, simple y sencillamente fue al grano.

—Hayato como sabrás, necesitamos formar alianzas—

—¿Qué?— Más que pregunta sonó a reclamo pues ya sabía por donde iba aquella conversación— A penas aprendí a usar una espada y tú quieres que... -

—¡Sin objeciones!— Mando a callar mientras veía severamente al platinado— Ven conmigo, te explicaré en el camino—

Con un leve empujón por parte de la peli azul y a regañadientes siguió al mayor, desviando su atención de vez en cuando con los animales que antes vio sintiendo lástima al pensar que algunos terminarían en la colección de su padre mientras otros participarían en el entretenimiento sangriento que tanto amaban los romanos.

—Espero hayas entendido— Sentenció antes de abrir la puerta para dejar ver del otro lado un joven de cabellos y ojos dorados—Dino Cavallone aceptó nuestro trato—

—¿Nuestro?— Preguntó indignado, ignorando rotundamente al joven frente suyo—Yo no estaba ni enterado del dichoso trato—

—Un gusto Hayato— Habló por primera vez

El pobre rubio se ganó una mirada molesta que rápidamente cambió por una expresión más amable, falsa pero, amable.

—Dino, si me disculpa tengo que retirarme por varios asuntos de peso. Sin embargo, espero me aclare mejor el trato que no recuerdo—

Sin más que decir y sin esperar respuesta se retiró del lugar con un mal sabor de boca.

El Principe del Coliseo [8059]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora