Había olvidado que Dino le reconoció en el instante que se le topó en los establos luego de seguir al peli plata para intentar convencerlo. Si era sincero nunca pensó que el rubio cumpliera con sus palabras pero ahí estaba él, con un puesto bastante elevado gracias a la recomendación del joven noble. Y no cualquier puesto, una cosa era ser un guardia pero otra muy diferente era estar entre la élite de guardias que estaban destinados específicamente para la protección de la familia noble.
Si bien reconocía que su despreocupación le llevaba a ser despistado, no era tampoco ningún tonto. Estaba claro que muchos le veían con recelo y por muchos motivos. Primero, porque aún cuando lo vieron usar las armas ningún guardia o personal del ejército lo quiso reclutar, dándole el simple trabajo de cuidar el armamento en el palacio. Eso lo agradecía pues había más oportunidades de pasar desapercibido, lamentablemente alguien como Dino Cavallone tuvo que aparecerse. Segundo y para él más importante, es que tan solo dos días después de que le presentaran ante su nuevo y absoluto amo, el príncipe Gokudera, el padre del mismo anuncio su terrible pérdida y resumiendo todo ahora el imperio recaía en su "última hija".
Lo que los llevaba al presente. Donde el esperaba fuera de la recámara de su alteza donde seguramente Lal batallaba para convencerlo de ponerse la ropa y que ahora las reglas para él eran mucho más estrictas. Su mente siguió divagando hasta se vio a si mismo y sonrió como idiota al ver sus ropas. Gokudera podía intentar verse cruel, rebelde y dar la idea de que era egoísta pero, la verdad era que se preocupaba por las personas que le rodeaban. Un claro ejemplo fue que pasado tan solo un día, la cocina no se cerró para los sirvientes y cuando preguntó, un colega le dijo que eran órdenes de arriba; ahora lo entendía, el único con poder suficiente para hacer eso era el platinado, seguro que lo había averiguado a raíz de su pequeña conversación. Ahora, sabiendo un poco de su vida, dio la orden de que él no usaría la típica armadura romana, que lo haría con las ropas que se acostumbraban usar de donde él provenía y así lo hicieron.
Intentó agradecerle hasta por permitirle ir a ver al viejo que lo acogió y de paso llevar las katanas que antes usaba pero, cuando estaba por hacerlo recibió la simple excusa de "Eres mi guardia por ende debes moverte rápido y eso solo será si estás cómodo; no te creas especial" soltó una risilla al recordar las palabras textuales que el más bajo le dedicó dándole la espalda.
-¿Qué haces riéndote solo? Te van a tachar de loco-
Aquella suave voz lo desconcertó, se había perdido en sus pensamientos que ni notó cuando salió junto a Lal. Su vista se topó con la imagen de un Gokudera usando un largo vestido beige de un solo tirante muy característico de los romanos, con un velo largo de lino fino transparente que caía sobre sus hermosos orbes y se enrollaba en sus delgados brazos. Estaba seguro que lo único que Lal tuvo que maquillar fueron los labios que ahora se veían rojos.
-¡¿Qué tanto me vez?!- Preguntó con el entrecejo fruncido recibiendo en el momento un golpe en la cabeza, cortesía de Lal
-Una princesa no eleva la voz y no anda con el ceño fruncido-Regañó
-Solo admiraba el trabajo de Lal su alteza- Aportó sincero el moreno mientras le dejaba pasar para posicionarse en la retaguardia, dejando aún más molesto al peli plata
Llevaban ya un par de semanas con aquella rutina, donde daban el tan molesto paseo real. Lal se había vuelto más estricta, sus días de juegos y despreocupación se acabaron. Su deber era congeniar con los aldeanos aunque la verdad los hombres se lo hacían difícil. Le molestaba que a sus espaldas dijeran una sarta de cosas obscenas o le vieran de aquella forma que le provocaba repulsión; por otro lado estaban las molestas mujeres, unas que le lanzaban miradas de odio pero las que más odiaba eran aquellas que se acercaban para hablar con su guardia personal.
La vida personal del moreno no podía importarle menos, eso después de que su actitud ha su persona cambió luego de tratarle el labio que su padre le había roto. Había pensado que las cosas entre ellos seguirían igual pero intentar hablar con Yamamoto se había vuelto tan molesto y aburrido desde que este mismo empezó a tomar enserio todos aquellos estúpidos protocolos que le impusieron.
Se asustó un poco al sentir de improvisto el suave toque que Lal daba a su frente-Asustas a las personas, se supone que debes verte delicada- Resaltó la última palabra para luego alejarse
Fingió acomodarse el velo mientras observaba de nueva cuenta al moreno. Veía cómo sonreía mientras platicaba animadamente con algunos hombres y mujeres a su alrededor, si pidieran su opinión diría que esas cosas son innecesarias pero mentiría; su mirada lo decía. En realidad él también quería hablar como Yamamoto, ser tan despreocupado y congeniar con los demás pero su timidez le llevaba a sacar un lado arisco. Se odiaba por ser así, más por mentir, porque en el fondo sabía que admiraba ese lado del moreno. Entre ellos había una diferencia abismal y ese pensamiento lo llevó a sentir una pequeña opresión en el pecho.
Desvió su mirada topándose con una escena que le hizo enojar. Todos estaban tan sumidos en querer ver a la nueva heredera que nadie veía a la pobre niña a quien le arrebataban una pequeña bolsa de cuero o al menos a nadie le importaba. Estuvo por correr en esa dirección pero el agarre firme en su muñeca lo detuvo, iba a reclamar cuando vio la mirada de la peli azul que le reprendía. Instintivamente buscó apoyo en el azabache topándose con los ojos miel que entendieron a la perfección lo que quería, así que sin decir nada se retiró.
Mientras su guardia se alejaba decidió, con toda la elegancia del mundo, abrirse paso hasta llegar a la pequeña que yacía llorando en el suelo. Las miradas estaban sobre él pero sinceramente ni prestó atención. Se posicionó a la altura de su joven súbdita y con algo de temor acarició sus cabellos haciendo que esta levantara la vista. Era malo con las palabras por lo que solo se dedicó a quitarse el collar de oro puro que adornaba su cuello y se lo colocó a la menor a quien le brillaron más sus ojos llorosos al ver a su hermosa princesa, tan seria pero preocupada por su estado.
-Lal, llévala a su casa-Habló con la voz más suave que pudo-Yamamoto ya debió conseguir la bolsa que le fue quitada así que espéralo aquí y que te acompañe hasta su vivienda. Yo regresaré, no me siento del todo bien-
Estaba por levantarse cuando sintió como unas pequeñas manos tomaban la suya y al voltear su corazón se sintió cálido ante aquella sonrisa tan inocente y llena de gratitud.
-Gracias alteza-
No sabía que hacer o que decir, tenía el impulso de querer sonreírle a la menor pero se sintió cohibido por toda esa multitud a su alrededor que comenzaba a murmurar que seguro era algún truco barato para ganarse al pueblo mientras la niña trataba de hacerles entender que no era así. Estaba por gritarles a todos allí hasta que escuchó cierta voz conocida.
-Ma~ Ma~ mentira o no la pequeña dejó de llorar-Declaró mientras tomaba a la niña en sus brazos y le extendía la mano al platinado, quien aceptó la ayuda-Todo gracias a su Alteza- Terminó diciéndome mientras hacía una reverencia.
Se soltó rápidamente del agarre y repitió la orden de llevar a la menor a su casa mientras se giraba con dirección al palacio seguido de los otros guardias. No podía soportar estar en un lugar donde algunos le vituperaban y otros lo acusaban de falso. Necesitaba llegar lo antes posible a al único lugar donde podía ser él, su habitación.
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El Principe del Coliseo [8059]
RandomHuérfano de madre, abandonado por su hermano, herido por la pérdida de su hermana, solo por la separación de su mejor amigo, utilizado por su padre y lo peor... lo peor era haber caído enamorado ante aquel joven exiliado de piel morena y ojos miel d...