IV. Deseos a la Luna

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Estaban en silencio uno concentrado en hacer bien su trabajo de vendar la mano herida mientras que el otro se dedicaba a observar en silencio desde su lugar. No era un silencio incómodo solo era eso, silencio. Una queja de dolor fue todo lo que rompió aquel ambiente tranquilo.

—¡No te muevas!— Regañó el ojos jade topándose con la mueca de dolor del más alto, tal vez había apretado mucho el vendaje, volvió su vista a su trabajo para arreglarlo.

—Lo siento— Río el azabache

Volvían a quedarse callados, Yamamoto se concentró entonces en las finas manos y delicadeza con que Gokudera le vendaba, se fijaba en cómo fruncía el ceño a cada poco al no convencerse de su trabajo, como mordía de vez en cuando su labio inferior. Le parecía adorable pero sabía que si lo decía solo conseguiría que el menor le dejara allí solo, por lo que se aventuró a hablar o bueno intentó pues el ruido que produjo su estómago le ganó.

Se sonrojó un poco al escuchar como el menor se ría de su situación, primero porque le dio vergüenza y luego, por todos los dioses, el chico tenía una risa tan dulce que lo sonrojó aún más.

—Es tarde, ¿quieres acompañarme a la cocina?- Preguntó mientras terminaba de anudar el vendaje y le veía con ojos brillantes

—¿Puedes comer a cualquier hora?— Preguntó incrédulo el moreno

—¿De que hablas?— Sinceramente no entendía la pregunta

—No nada— Se levantó de su sitio y ofreció ayuda al más bajo, quien la negó y se levantó solo; haciendo que Yamamoto sonriera despreocupado—Mejor nos vemos después, aún debo entregar las armas—

—En ese caso— Habló mientras se quitaba una bolsa de manta que llevaba cruzada y se la entregó al moreno—Llévatelos, yo no tengo hambre— Mintió mientras le veía serio sosteniéndole la mirada para convencerlo

Yamamoto sonrió al pensar en la amabilidad del platinado; estaba seguro de que mentía pero no le diría nada pues tenía claro que solo conseguiría una reacción contraria a la que quería, tomo la bolsa consigo, el armamento que antes llevaba y antes de irse le volvió a llamar

—Gokudera—Volvió a llamar haciendo que el contrario se volteara con mirada molesta—Gracias por todo, hasta por hacerme sentir acompañado en un lugar extranjero—Se sinceró para luego irse despreocupado

No tuvo tiempo de decir nada pero su corazón se sintió oprimido y sus mejillas calientes. Había entendido a la perfección el significado de esas palabras. El simple hecho de compartir un nombre extranjero hicieron al moreno admitir que todo ese tiempo se sintió solo, aún que seguramente ni lo había notado gracias a su actitud despreocupada.

—Idiota— Susurró mientras se volteaba con dirección a su habitación

No se lo diría pero, por primera vez luego de que perdiera a sus hermanos y mejor amigo. Se sintió comprendido, compartía ese sentimiento de desolación y abandono. Sin darse cuenta en su rostro se formó una pequeña sonrisa sincera, la cual le duró poco al ver a Lal con ojos preocupados luciendo un moretón en una de sus mejillas y a su padre con ojos serios; ambos en la puerta de su habitación. Su corazón se aceleró del miedo, más lo ocultó muy bien bajo su máscara de chico rebelde y malhumorado. Sabía que lo que se venía no sería nada bueno, al menos no para él.

Mientras tanto con un moreno. Las cosas no iban mejor, solo entregando las armas que recién había limpiado y afilado muy bien, apenas abrió la bolsa y a sus fosas nasales le llegó el aroma del pan. Estaba frío pero al darle una mordida sus papilas gustativas sintieron el agradable sabor dulce de los higos. Mientras comía su mente divagaba en su "compañero" porque, la fineza de esas manos no era de alguien que acostumbrara hacer trabajos pesados. Además, todo él se notaba que estaba bien cuidado desde esas hebras plateadas como la luz de la luna que se veían tan suaves al tacto, hasta esa piel tan blanca como la recién descubierta porcelana. Lo único que podría decir que conocía bien era el sufrimiento que se reflejaban en esos hermosos ojos como el jade más caro le decían que ocultaba todo su dolor y a la vez nada pues cualquiera con sentido común o un poco de interés lo notaría a leguas. Al menos eso creía él.

Sorbió un poco de agua al terminar con el pan para luego suspirar pesadamente y adquirir un semblante más serio. La primera vez que lo vio, iba en un caballo de raza, uno de los que se usan en las batallas; la segunda, supo que era el motivo por el cual podía seguir levantándose las mañanas con las esperanza de verlo e intercambiar palabras con él.

Llevó una de sus manos hacia sus azabaches cabellos y los revolvió ante la indecisión. No estaba seguro de que tan alto rango tenía pero de algo estaba seguro, había empezado a jugar con fuego. Ahora, en su tercer encuentro, debía decidir si seguir con ese motivo o dar por concluido todo y dedicarse a pasar desapercibido como lo había hecho por años, sin volver a verlo y evitarlo lo más que pudiera, de ser así debía empezar a pensar a qué otras tierras escapar

Ante ese pensamiento vio la mano que hacía pocas horas le vendó el causante de sus fantasías.

—Lo hizo perfecto a pesar de ser noble—Susurró para si mismo mientras acercaba su mano vendada a sus labios y se despedía con tristeza del único que podía hacerlo sentir como en su hogar al llamarlo por su nombre, al menos un poquito.

Allí sentado en la paja para alimentar a los caballos, empezó a dedicarle miradas con sus tristes ojos miel a la luna, rogándole porque las cosas cambiaran como cuando llegaba una tormenta y el paisaje se tornaba diferente; sin saber que otro hacía lo mismo. Sentado en su balcón, obligándose a no derramar lágrimas al controlar su pesada respiración y escuchando los sollozos de su querida nana; le rogaba con esos ojos jade al hermoso cuerpo celeste que enviara a alguien para apaciguar su angustia.

El Principe del Coliseo [8059]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora