A su mente siempre venía la imagen de su amado. El mejor guerrero de Asia la había enamorado con su desbordante amabilidad y caballerosidad. Aún no podía creer que fue elegida como la futura esposa de tan importante y apuesto joven y aún así, sus ilusiones fueron rotas por el mismo cuando le declaró que no pensaba enamorarse, que no le molestaría que siendo su esposa se acostara con alguien a quien ella amara. Fueron duras palabras de su amor de infancia pero conservaba la esperanza de que una vez casados podría hacer cambiar los sentimientos de este hacia ella. Y recalco, conservaba, porque todo se estropeó el día que los romanos invadieron parte de Asia para conquistarla.
Nadie esperaba que las cosas fueran tan mal como para que el único príncipe heredero solicitara la presencia del emperador en las líneas de batalla, un aviso que estaba segura fue falso pues el monarca solo fue a morir a manos de su propio hijo como todos pensaron al inicio. El pueblo deseaba que pagara con su vida, su primo tomó lugar en el trono y lo único que pudo hacer para salvarlo fue esconderlo. En el fondo le tranquilizaba que Asari creyera ciegamente en la palabra del guerrero, sabía que había más en esa historia, un giro que cambió a su prometido; giro que no supo pues ya la habían enviado a un país del continente vecino.
A sus oídos llegó el sonido de alguien corriendo en su dirección. Sabía quien era y volteó esperanzada al escuchar su nombre en boca de su amiga.
—Kyoko, ¿hay noticias?—
—Lal-chan, está con él, informa que Reborn se retiró del panorama por motivos personales pero Fon ya contactó con alguien de confianza—Tomó aire para poder seguir—Haru-chan, el príncipe está bien, se encuentra dentro del palacio Romano y dice que ya empezó a mover los hilos—
—La carta—Ordenó viendo cómo la peli naranja cambió a una expresión nerviosa—¿Hay algo de lo que no quieres que me entere?-
—Haru-chan no tiene que preocuparse de nada, estoy segura que sus sentimientos llegarán al príncipe heredero—
—Así que es eso—Sonrió con tristeza—Ya me imaginaba que en su viaje encontraría a alguien; Yuni me lo dijo—
—¡Pero si su alteza no sintiera nada no la habría protegido!—Intentó animar la de ojos castaños
No recibió respuesta por parte de su ama y amiga. Ambas lo sabían, si las sacaron de su tierra y las enviaron a Egipto fue por la amabilidad del próximo monarca, especialmente con sus amigos; porqué eso eran a los ojos de él, solo amigas.
—Al menos, ya está más cerca del asesino, ese infeliz del príncipe—Declaró con enojo e indignación de que alguien con los mismos orígenes que ellos hiciera tal cosa—El príncipe de Roma debe morir—
[...]
Nunca había llevado a nadie a aquel lugar tan pacifico y hermoso pero quería compartir aquello con su guardia personal.
Estaban incómodos desde hacía exactamente trece días y Lal ya se estaba cansando de aquello. Ni el guardia se concentraba ni el príncipe hacía bien las cosas, por lo que les dio ese día libre, nadie se acercaría al ala debido a que todos estarían preparando la llegada de alguien importante así que cubrirlos sería sumamente fácil. Además, como ella le dijo, ambos necesitaban un pequeño descanso.
—Gokudera—
—Yamamoto—
Ambos voltearon al lado contrario por culpa de la vergüenza.
—Habla primero—Propuso en casi un susurro el más bajo
—No, no es nada—Su valor acabó al ver y escuchar al joven a su lado
Los minutos pasaban y ninguno se animaba a hablar por lo que el peli plata se levantó de su lugar mientras se sacudía las ropas bajo una atenta mirada. Se rio de la acción de su acompañante quien se sonrojó levemente al escuchar el sonido de esa risa que lo embobaba.
—Dime, ¿Qué es lo que te aqueja? y es una orden—Bromea mientras se acerca a la orilla del lago—Te he contado mucho de mi, de donde viene mi madre, lo que hacía, como me trataban y muchas más cosas pero, tú nunca me has contado nada más allá de lo que ya sé—Bajo un poco la voz—También quiero saber más de ti—
No le veía la cara pero si distinguía el rojo en sus orejas. Sonrió animado mientras se levantaba y se posicionaba al lado del más bajo. Aquellas palabras le dieron el ánimo que necesitaba, estaba dispuesto a darle respuestas pero en su lugar sintió un empujón que lo hizo caer al agua. Salió de esta y se topó con una expresión divertida, Gokudera reía a carcajadas por su travesura pero no le duró mucho pues también fue jalado hacia el cuerpo de agua. Aquello ayudó a eliminar la incomodidad entre ellos, jugaron como niños pequeños por horas hasta que las nubes grises empezaban a cubrir el cielo.
Salieron con la esperanza de llegar al palacio pero las gotas empezaron a caer y lo único que le quedó a Hayato fue guiar al más alto hacia una cueva que conocía.
—¡¿Que haces?!—Pregunto exaltado al ver cómo el moreno se quitaba la parte superior de su ya acostumbrado traje de espadachín
—Si me quedo con la ropa mojada me voy a enfermar—Comentó despreocupado
Gokudera se giró molesto y con el entrecejo fruncido, ya estaba nervioso por encontrarse un lugar pequeño solo con el mayor y las cosas empeoraban si este decidía darle ese tipo de vistas. Se sentó ignorándolo para intentar tranquilizarse pero antes de lograrlo sintió como el contrario recargaba su espalda contra la suya. Estaba por gritarle que diablos le pasaba pero el tono de voz tan suave y ¿melancólico? Lo detuvieron
—No soy suficiente—
Se mantuvo en silencio pensando que era raro escucharle de aquel modo y le dolía, estaba acostumbrado a verlo siempre lleno de energía pero, antes pidió conocerlo y no podía interrumpir.
—Todos me ven siempre animado pero la verdad todo el tiempo mi mente está llena de dudas, dudas que se supone ya les di respuesta y he tomado una sedición pero vuelvo y me pregunto si es lo mejor—
—Lo sé—Comentó siendo ahora quien se recargaba en la espalda del contrario. Sabía que estaba siendo sincero, lo único que podía hacer era pagar con sinceridad también—Por eso quería saber más de ti, vas mintiendo a todos con una gran sonrisa en tu rostro pero desde hacía tiempo notaba tu mirada algo apagada—
Se separó para toparse con lo que cubría la espalda del más alto. No pudo evitar la tentación y pasó la yema de sus dedos sobre esa piel tatuada, admirando el trabajo. Sonrió al sentir como el más alto se crispó ante su suave caricia para luego relajarse.
—Si no quieres hablar...—
—Solo hazme sentir que estarás ahí—
Colocó la palma de su mano sobre el omóplato tatuado, asegurándole que cumpliría con su petición. No sabía que decir o que pedir. Tal vez por donde sentía admiración
—Te admiro, porque estas llevando a cabo un plan con el fin de cambiar tu destino y el de tu país. Yo soy tan mediocre que lo acepte todo sin objetar nada, aún si eso significaba sacrificar mi corazón—Sintió como la fina mano de Gokudera se apartaba de él, seguro había entendido—Hay algunas personas que esperan a mi regreso y cuando eso pase, se que todo seguirá en pie y estaba dispuesto pero ahora, ahora estoy dividido entre si seguir al corazón o a la razón. Si servir a la corona de mi tierra u oponerme a ella. Es la primera vez que quiero dejar todo por alguien que es de un país enemigo. Así que te lo preguntaré una vez Gokudera Hayato—Se volteó para ver esos ojos jade, sorprendiéndose un poco al verlos algo húmedos—Permíteme amarte, aunque sea solo yo el que cargue con estos sentimientos—
A veces las acciones resultan ser más sinceras que las palabras y Yamamoto agradeció que Gokudera fuera más de lo primero. Ahora lo tenia aferrándose a sus hombros mientras le plantaba un beso en los labios, de esos donde las palabras no son necesarias para transmitir el amor que se le tiene a una persona y donde se abandonan todos los temores, y sin dudar lo correspondió; enredando sus dedos en aquella mata de cabellos plateados.
ESTÁS LEYENDO
El Principe del Coliseo [8059]
RandomHuérfano de madre, abandonado por su hermano, herido por la pérdida de su hermana, solo por la separación de su mejor amigo, utilizado por su padre y lo peor... lo peor era haber caído enamorado ante aquel joven exiliado de piel morena y ojos miel d...