III. Nombre

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El pobre rubio al fin había logrado conversar con el último príncipe del imperio. Sabía que la noticia era difícil de digerir y más aún con semejantes condiciones. Veía al peli plata sentado en la silla con la vista clavada en el suelo. Lal Mich estaba ahí para confortarlo pero tal parecía que con nada saldría de su asombro, por un momento pensó que lloraría su desdicha pero eso nunca pasó, las lágrimas nunca llegaron y en su lugar se levantó de su asiento erguido como toda su vida Lal le había enseñado, le dedicó una mirada decidida como la que tienen los soldados antes de ir a la guerra.

—Declino tu propuesta Dino Caballone—

Hasta su voz sonaba como la orden que dan los jefes de los ejércitos romanos para que ataquen. Lo había sobreestimado, Hayato podía verse delicado pero tenía un carácter fuerte que no se doblegaba ante nada ni nadie.

—Pero solo trato de...—

—Agradezco tu amistad Dino pero, amas a cierto pelirrojo que trajiste de tierras lejanas, ¿O me equivoco?—

—Eso no...—

—Es cierto, los rumores se esparcen como la lepra. Toda Roma ha de saber ya que sostienes una relación con Enma— Le dedicó una mirada a la peli azul y entendió que debía salir, luego de eso continuó con el rubio frente a él—Sé que no te importan los rumores y a la realeza le da igual si al final una concubina es la que te provee un heredero pero, fingir solo para salvarme, ¿ya has pensado en Enma? Deberás dedicarme tiempo como a cualquiera de las esposas que decidas tomar y más aún si soy el hijo del emperador, pasaría a ser tu pareja principal. Lo he decidido y si él viene estaré listo—

—¿Escuchaste lo que dije?— Pregunta preocupado el de ojos café— Por lo menos piénsalo— Ruega el más alto

—No hay nada que pensar pero si con eso estas feliz, vuelve mañana cuando se ponga el sol y te daré mi respuesta definitiva— Se dirigió al balcón para observar desde ahí el pueblo tan ajeno a los problemas de los nobles—Ahora retírate por favor—

Al escuchar como la puerta se cerró apoyó sus codos sobre el balcón y llevó las manos a su cabeza. Se revolvía sus plateados cabellos, estaba dudando. Si el Caballo Salvaje había pensado eso, era seguro que su padre de igual manera. Ese viejo aprovecharía cualquier oportunidad, por mínima que fuera, para asegurar su puesto y linaje real. Tenía claro que su persona era meramente un objeto táctico en esa guerra diplomática.

Suspiró con pesar y dirigió sus ojos al cielo despejado. Se preguntaba si había nacido para hacer algo realmente importante o si su vida solo se comparaba a la de los carneros que se entregaban como sacrificio a los dioses. Apretó los labios al recordar el plan del rubio; como prácticamente nadie sabía de su existencia su padre podría hacerlo pasar por "hija" del emperador. Si aparecía una buena oferta no dudaría en entregarlo, aunque eso significara su muerte la misma noche de bodas, su pareja debería cumplir con el juramento que le hiciera a su padre, mientras que este podría conseguir a otra mujer para que le provea herederos nuevos.

—Bien jugado maldito— masculló

Sintió como su estómago empezaba a gruñir, había pasado mucho tiempo hablando con Dino y analizando su situación por más que quisiera seguir, el hambre no lo dejaría pensar bien por lo que se dirigió a su cama, se despojó de esas telas caras y se vistió con los harapos de siempre. En el palacio podía conseguir manjares pero siempre le apetecía el pan que vendían en la plaza, además de poder ver a ese enano que tanto le sacaba de sus casillas pero igual le quería.

Esta vez salió del palacio a pie por las puertas traseras donde entraban y salían los de clase baja junto con los esclavos y sirvientes.

El Principe del Coliseo [8059]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora