II. Miel

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Fueron los segundos más eternos y bonitos que vivió.

Río al pensar que ya se estaba poniendo romántico, lo mejor era concentrarse en memorizar sus nuevas tareas y sin problema alguno sacó un pesado balde de agua de un pozo. Esos ojos... negó levemente al caer en cuenta que sus pensamientos se desviaban hacia aquel joven de ropas andrajosas que montaba un caballo de raza pura. Se emocionó al pensar que tal vez pertenecía a la servidumbre del castillo también, como para tener acceso a un equino de esa clase.

Aún con los harapos que llevaba, la belleza de esa mirada no la olvidaría. Esos ojos como el jade lo atraparon en cuestión de segundos solo que, había algo que le molestaba y era que en solo un segundo percibió lo atormentado que se sentía el contrario, con solo esa mirada supo que el muchacho no estaba bien. Su instinto de querer ayudar a todos le pedía que le buscara pero eso sería imposible en su actual condición.

Hacia solo unas semanas que había llegado al palacio y no lo dejaban salir por nada, sus tareas iban desde las más simples hasta las que requerían mucho esfuerzo físico. Unas se las imponían y otras él las toma en lugar de los demás como la actual pues, no dejaría que un pobre anciano sacara baldes pesados de agua bajo aquel sol abrasador.

-Gracias jovencito-

-No es nada- Sonrió al mayor mientras se secaba el sudor de la frente, agradeciendo al fin terminar.

-No sabía que hablaras nuestra lengua-

-Llevo años viviendo acá en la capital Romana. De hecho, solo hablo mi lengua materna cuando estoy con mi viejo- Sin pedir permiso se sentó al lado del anciano- A veces, extraño mi hogar y cuando tengo la esperanza de volver, algo sucede. Me acusan de cosas que no he hecho, me niegan mi libertad o mis amos mueren y los hijos de estos nos re compran a mi viejo y a mi-

El anciano no pudo hacer más que ver al muchacho a su lado con lástima y cuando Yamamoto lo notó puso su mejor sonrisa.

-No me malinterprete, no lloro por lo que dejé atrás, sino por lo que no pude hacer- Se levantó de su lugar para estirarse un poco y voltear positivo hacia su mayor-Además, creo que hay que ver lo positivo a cada cosa-

-Y en este caso ¿Qué es lo positivo?-

-Aún no lo sé pero lo sabré cuando lo vea- Tomó las herraduras que llevaba consigo en un principio para llegar al establo de los caballos y seguir con su principal tarea- Nos vemos después- Sonrió a forma de despedida.

Mientras el joven Yamamoto se dirigía a su siguiente tarea, otro joven de pelo plateado se escabullía de tener que escuchar lo que Dino Cavallone tenía que "explicarle" desde su primer encuentro hacía unas semanas, ya sabía de que iba todo ese asunto. Sabía que no lo podía evitar pero aplazar unos días más las cosas no haría mucho daño. Además, escapaba de la rutina que Lal le había impuesto; los pocos que lo conocían solo hablaban de que seguro ni hijo del emperador romano era y solo fue una treta de su madre para vivir bien.

-Estúpidos- Susurró al pensar que su madre ya estaba muerta y aún así la juzgaban cruelmente por algo que su padre hizo. Ni siquiera se molestaban en ver su enorme parecido con G, uno de los hijos legítimos. Él era simplemente ignorado entonces para que intentar congeniar con esa bola de personas más grandes que él si no lo consideraban tan siquiera.

Se ocultó rápidamente al escuchar algunas de las sirvientas y en cuanto todo quedó en silencio siguió su camino, entrando al establo sin dudar y deteniéndose de golpe. Él muchacho frente suyo tampoco movía un solo músculo, las palabras no salían y las miradas inspeccionaban y definían las facciones del otro. Gokudera estaba seguro que de lejos esos ojos transmitían amabilidad pero de cerca eran como ver dos gotas de miel que aseguraban que su dueño era exactamente igual de dulce, contrastaban a la perfección con su piel morena, su cabello tan oscuro como la noche, era más alto de lo que pensó y su sonrisa era más brillante de lo que recordaba.

Se sonrojó un poco al darse cuanta que empezó a comparar al más alto con cosas que le gustaban, entonces frunció el entrecejo al notar que también estaba siendo analizado y tapó su rostro hasta la nariz con los harapos que llevaba, todo sin dejar de ver molesto al muchacho frente suyo.

-Así que perteneces al palacio-

Volvió a sorprenderse al escuchar por primera vez la voz del moreno, le quedaba a la perfección ese tono tan amigable y despreocupado. Se golpeó mentalmente al perderse de nueva cuenta en sus pensamientos.

-Sí- Solo dijo un monosílabo para luego pasar de él, llegar hasta su caballo y empezar a amarar la montura, todo bajo la atenta mirada miel-¿Te quedarás allí o me ayudarás?-

-¡Ah! Claro- Con algo de pena por quedarse viendo al platinado pero sin perder su sonrisa dejó el cepillo con el que peinaba a la yegua de antes y se acercó a ayudar al contrario.

-¿Solo cuidas a los caballos?-Gokudera soltó aquella pregunta para romper el incómodo silencio que se había formado. Normalmente le daría igual pero había algo que aún desconocía que lo motivo a tener iniciativa

-La verdad fue por esta vez, llegué al palacio hace algunas semanas y me asignaron al ala de armas- Aquello sorprendió al platinado y por segunda vez volteó a verlo para prestarle atención.

-¿Sabes usarlas?-

-Bueno... mi deber es solo darles mantenimiento pero... Sí, solo como defensa propia, lo aprendí al servir en el imperio de mi tierra-

-¿Qué pasó?-

Mientras el moreno le daba la mano para ayudarle al de ojos verdes a subir al caballo soltó un suspiro pesado.

-Digamos que ya no confió en la realeza de ningún lugar, todos son iguales- Comentó con amargura-Deberías irte ya-

Deseaba seguir hablando pero le detuvo el hecho de que él pertenecía a la realeza y al moreno no le agradaba.

-Hasta luego- Pronunció para acto seguido cabalgar a su preciado lago entre las montañas.

El Principe del Coliseo [8059]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora