Tus desprecios.

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Aimé Engels:

Al terminar de trabajar apago la computadora, me estiro en la silla y suelto el aire contenido.

Mi cerebro termino frito por el día de hoy... pero logre por fin terminar de revisar todos mis pendientes.

Salía de mi oficina solo para lo más indispensable que era ir a la oficina de Thom y al sanitario... todo para evitar ver a Kemppainen.

Si lo sé, me estoy comportando como una completa cobarde.

Pero vivía con el alma en un hilo y el corazón al límite, por el miedo de encontrármelo en alguno de los pasillos.

En ocasiones, ni siquiera salir a correr hasta desfallecer por la madrugada, me ayudaba a encontrar la calma y me odiaba por eso

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En ocasiones, ni siquiera salir a correr hasta desfallecer por la madrugada, me ayudaba a encontrar la calma y me odiaba por eso.

Si, me odiaba, por haberme dejado envolver en esa estúpida ilusión, por haber caído en la tentación de probar un paraíso... que nunca fue mío y eso me está partiendo el alma de dolor.

Sacudo la cabeza para diluir mis pensamientos.

Dejo salir un suspiro cargado de cansancio y frustración, en estos momentos solo quiero... una tina llena de burbujas junto con una buena copa de vino.

Presionó el botón del asesor y lo espero, cuento el número de pisos que faltan hasta que llegue.

Cierro los ojos.

De pronto el ambiente cambia, se vuelve denso y nebuloso... mi piel se eriza al sentir su presencia y el peso de sus esmeraldas sobre mi espalda. 

Mi pulso se acelera y me tenso.

«No voltees, no voltees, no voltees» me repito mentalmente una y otra vez.

Y como de costumbre mi instinto de autodestrucción le gana a la razón.

«¡Mierda!»

Mis músculos cobran vida propia y giro para encontrarme con esos ojos verdes, que me desnudan el alma.

Eternamente TuyaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora