La esperanza se escabulle entre las situaciones aparentemente imposibles

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"Burbujeo"

Era en su pecho, dentro de ella, en sus entrañas, entre la carne que formaba su corazón , o era en la lluvia fina que apenas y teñía el piso de las lagrimas del cielo, eran los pequeños charcos que se formaban en el piso de piedra, en las endiduras entre la roca y la tierra, entre las heridas del suelo.

Eran el retumbar profundo de sus latidos que inundaban sus oídos hasta dejarle sorda o eran sus pulcros tacones plateados resonando sobre la dureza de su andar, sobre la piedra enegresida de la tierra de los zapatos de sus obreros.

No sabia que era que, no ese día nublado, en el que la niebla inundaba las calles de su reino y le impedía ver mas allá de algunos metros, no ese día que la lluvia fina le mojaba la piel porcelana.

Su andar se mantuvo, sus tacones moderadamente altos retumban en la calle, llaman la atención, avisan de su llegada, y ella lo sabe, el eco de los murmullos de gente que no puede ver esta en sus oídos, al lado de sus pisadas, en su espalda, en su reino.

Su reino, que habla pestes de su reina.

Sus manos temblorosas y sudorosas se volvieron puños furibundos, pero no podía permitirse perder la compostura. Se deslizó entre las callejuelas del reino, con su vestido tan blanco que parecía de novia y la hacia ver mas blanca que la misma niebla, de la seda mas fina que podía encontrar en ese lugar cutre, con joyas doradas adornando su piel y una capa tan roja que se asemejaba a sangre saliendo de su espalda. Sus ojos castaños, sin brillo, le guiaron entre los murmullos de la gente que cerraba las ventanas a su paso, de las madres que alejaban a sus hijos del camino por el que ella se contoneaba, de los hombres que la miraban con resentimiento y se ahogaban en alcohol barato.

"Que lugar tan podrido"

Subió los escalones con los animos de un condenado a muerte subiendo a la guillotina y toco siete veces la robusta puerta de roble, el quintuple de alta que ella y por la que entraban 10 personas simultáneamente.

Se acomodó el cabello rápidamente, un castaño similar al de sus ojos, corto y lacio, sin adornos o pretenciones.

Escucho el murmullo a través de la puerta y luego el seguro quitarse, vio abrir las puertas frente a ella, con el chirrido agudo que solo podría hacer una puerta de ese tamaño, y entró al la obscuridad de las entrañas de esa iglesia. Entre la penumbra penetrante del lugar vio una luz, amarillenta y ligera, caminó hacia ella sin cuestionarse mucho mas, ni el hecho de que las puertas parecían haberse abierto solas, ni el sacerdote haciendo oraciones entre la obscuridad, ni las monjas sentadas al rededor de la cruz, ni las velas apagadas a su alrededor.

Solo continuó su camino hacía la luz.

Al llegar se encontró con reverencias por parte de las cuatro mujeres que estaban en la habitación. Todas vestidas de negro y blanco, un vestido largo y un velo negro cubriendo su rostro, lo suficientemente y transparentes para ver sus finos rostros a través de la tela.

- Bienvenida, su majestad - le dijo Nejire, la de cabello celeste como un cielo despejado y la voz suave como marea de océano.

- Aun no soy reina, dejad de llamarme de esa forma ¿no sois concientes de que el rey sigue en pie? - recriminó a las cuatro aunque solo una le había dicho aquello.

Kendo, una chica con el pelo anaranjado como de atardecer le respondió con astucia.

- Podeís cambiar al rey por una piedra y seguirán haciendo el mismo trabajo, esta tan enfermo que no puede ni quitarse los zapatos.

- Uraraka... - Exclamó Ibara, que tenía el cabello verde como musgo, ligeramente rizado y largo hasta las caderas - Tsuyu ha dicho que ella ha sido la que te ha llamado aquí.

FEAREST [katsudeku]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora