21 parte 2. Gracias por tanto, 2023.

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Corro muy asustada y en medio segundo llego a la puerta de la habitación de nuestra hija, y al ver lo que ha ocurrido, me quedo con la boca abierta y sin saber muy bien cómo reaccionar.

- ¿Ya? - levanto las cejas, sorprendida.

Me acerco poco a poco al cambiador y compruebo que lo que Mario me estaba enseñando desde la puerta, es real: a Estela se le acaba de caer el último trocito de cordón umbilical que le quedaba.

- A los diez días de vida, es lo normal, ¿no? - Mario sonríe y se encoge de hombros.

- ¿Y con esto qué hago yo ahora? - digo mirando la pinza que está sobre mi mano. - ¿Esto hay que celebrarlo o lo puedo aprovechar como un motivo más para ponerme a llorar?

- De momento guárdalo en su cajita y ya te lo vas pensando por el camino. - Mario me mira con su cara a punto de explotar de orgullo y continua vistiendo a Estela.

Antes de salir de la habitación, me acerco un poco más a mi hija y le lleno la carita de suaves besos.

- Mamá se va a poner muy triste si sigues creciendo así de rápido, ¿sabes? - digo en voz baja entre beso y beso. - Nunca vas a dejar de ser mi bebé, eh, que se te quede bien guardadito en esa cabecita tan bonita que tienes. - dejo un suave beso sobre su frente y miro a Mario, que ha dejado de hacer lo que estaba haciendo y nos mira con ternura.

Saco la cajita de los primeros recuerdos de Estela del primer cajón de mi mesita de noche y muy cuidadosamente, dejo caer la pequeña pinza que hasta hace 5 minutos sujetaba el último trocito de cordón umbilical de Estela. Hasta ahora solo había tres cosas: los test de embarazo positivos, la cartilla en la que Soraya ha llevado el seguimiento del embarazo y las pulseras de identificación del hospital del día que nació, tanto la suya como la mía. Todo lo que hay aquí dentro representa cada uno de los momentos únicos e irrepetibles con nuestra hija, que solo los vamos a vivir una vez en la vida y que cada día que pasa tienen más valor. Es, literalmente, nuestro pequeño tesoro.

Mientras yo me visto con un jersey holgado y los pantalones pre-mamá más elegantes que tengo, Mario termina de vestir a Estela estrenando uno de los vestiditos nuevos que le ha traido Papá Noel. Es toda una pieza formada por un jersey de punto en color verde mint en la parte de arriba y le sigue un faldón blanco hasta los pies. A conjunto con el color del jersey, también lleva una capota. A lo mejor está mal que yo lo diga, porque soy su madre y ahora mismo se me está cayendo la baba a litros, pero es que parece una muñeca.

Como esta tarde nos iremos directos desde casa de mis padres a El Escorial, decidimos el coche para ir a la comida de navidad, a pesar de que lo odio con todo mi ser, porque se tarda más en encontrar aparcamiento que en realizar el trayecto.

Hartos de dar vueltas sin sentido, Mario nos deja a Estela y a mí en la puerta de casa de mis padres mientras él sigue buscando un maldito sitio donde aparcar. Con el carro lleno de regalos en una mano y la correa de Pistacho en la otra, hago malabares hasta que por fin encuentro las llaves en el fondo del bolso y consigo abrir la puerta.

- ¿Blanca? - grita mi madre desde la cocina al oír las llaves.

- ¡Sí, soy yo! - digo mientras suelto a Pistacho de la correa y entra corriendo.

Tan solo el "sí" basta para no haber acabado la frase y ver a mi madre correr hasta con el delantal puesto y el resto de la familia detrás de ella. Como no podía ser de otra manera, hoy también somos los últimos en llegar.

- ¿Cómo está la muñeca de su abu? - dice mi madre mientras se asoma al carrito. - Pero además muñeca de verdad, mira el gorrito que lleva, está para comérsela.

FOREVER YOUNG ♡ BLARIODonde viven las historias. Descúbrelo ahora