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Habían noches en las cuales se despertaba sudando, con la respiración agitada y todo el cuerpo temblando. Ideas que se creaban con rapidez en su mente como si fuesen miles de remolinos mezclados, haciéndole pensar muchas cosas, tanto erróneas como acertadas. A veces pensaba que estaba loco por tener esa clase de "sueños" que no eran nada más que pesadillas absurdas.

Ja, decía que eran absurdas pero cuando las tenía, era imposible lograr deshacerse de ellas. Se reproducían como si fuesen un viejo vinilo de música clásica aburrida hasta que se acababan los surcos y en su cerebro sólo quedaba ese sonido estático y el silencio ruidoso. Pensaba en ello hasta que se dormía con miedo... O hasta que su alarma matutina comenzara a sonar y se diera cuenta de que no pudo pegar un ojo por cinco minutos más.

Algunas le daban tanto miedo que se cubría hasta la cabeza y se tapaba los oídos con la almohada, otras se encargaba de que sus pies no sobresalieran de la cama y que estuviesen bien cubiertos... Pero también existían momentos en donde no soportaba estar cubierto, se sentía sofocado.

Lo odiaba.

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Se había despertado un martes por la mañana, aturdido como ya se había acostumbrado a estar. Tenía los labios partidos y resecos, podía sentir el escozor que estos dejaron al bostezar levemente. Apenas estaba amaneciendo, se había despertado antes de la hora acordada, miró el reloj en su mesa de noche y bufó al ver que solamente faltaban cinco minutos. ¿Sus torpes ojos no podían esperar para abrirse a tiempo? Su día a día estaba medido a la perfección, ni un segundo más ni uno menos.

Era triste saber que cada martes tenía que seguir una rutina, el miércoles otra y así sucesivamente hasta que llegaba el domingo, su día libre, el cual podía usar para descansar y disfrutar del aire fresco... O de quedarse encerrado en su habitación, mirar al techo o ver cualquier idiotez en el televisor.

No tenía amigos, nunca había tenido la oportunidad de socializar como era debido gracias a su estúpida posición social, algo bastante complicado.

Toda su vida estuvo rodeado de lujos, en la escuela siempre estaban esos niños que se mofaban de verle con la corona cubriendo su cabellera negra y el uniforme bien pulcro con una medalla de oro que tenía el escudo de su familia impreso. Le decían cosas que le hacían querer gritar y llorar, pero por alguna razón se quedaba inexpresivo en su lugar, dibujando en un papel doblado corazones rotos y nubes grises, deformes.

En la secundaria había sido distinto, ya que nadie se acercaba a él. Así fue hasta el bachillerato y en la universidad... No tuvo la oportunidad de saber cómo sería, tampoco quería saberlo, ya que no tuvo necesidad de asistir a una. Su padre había dicho que era lo mejor que podían hacer para que dejara de desvivirse así.

Su cuerpo no estaba diseñado para cargar una pesada mochila sucia, tampoco para sentarse en un taburete y siendo enseñado en un salón asfixiante con personas inadaptadas que, en vez de ver su presencia como algo bueno, lo único que hacían era burlarse.

Mientras se cepillaba los dientes y miraba las gotas cayendo por todo su rostro, se encargaba de repetir las mismas palabras de todos los días. "No te dejes intimidar, no bajes la guardia, no digas nada sin pensar... Sonríe, actúa con naturalidad y no lo olvides, eres un príncipe, mantén la frente en alto." era un mantra que su padre había mandando a grabar en el marco del espejo en el cual se miraba.

Estaba consciente de que nada podía salir mal si era el príncipe, no era el heredero al estúpido trono de su padre. Todos en esa mansión en la que vivían, decían que todo era perfecto cuando eras parte de una familia así, con dinero por montones, joyas preciosas... Básicamente lo tenías todo sin esfuerzo y al alcance de tus manos.

❛ LIVED。Donde viven las historias. Descúbrelo ahora