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Nadie tenía tiempo para él.

Ni siquiera cuando era un niño, se despertaba a mitad de la noche, gritando por culpa de sus pesadillas o gracias a los truenos y las luces brillantes que alumbraban el cielo, las noches de tormenta eran como una perdición en esa época, aún lo eran. Pero ni siquiera eso, salía corriendo hacia la habitación real, en donde sus padres descansaban sin importarles que el cielo se estaba cayendo.

Tocaba la puerta con desesperación y lloraba, hasta que su padre salía con el ceño fruncido y con los ojos llenos de cansancio. Seonghwa se abrazaba a su pierna con sus bracitos y le decía con la voz quebrada que había tenido un sueño horrible... Esa fue la primera vez que quiso su ayuda.

¿Y qué hizo Hangyul? Le tomó de sus cabellos negros con fuerza y le arrastró hacia su habitación, y le dijo con ese tono severo que, en todas las circunstancias, no importase el momento que fuese; no debía mostrarse como un cobarde. Y le había dejado solo, llorando y temblando por las terribles escenas que se mostraban en su mente inocente...

Aunque su inocencia se le fue arrebatada hace mucho, su mente no era como la de otros niños. Ellos dibujaban cosas felices, con colores chillones. Jugaban, se divertían y hacían sus tareas de mala gana. En cambio Seonghwa era diferente, dibujaba corazones rotos y nubes deformes con colores rojos y grises, era molestado por ser un príncipe y hacía sus tareas sin ayuda, porque él era capaz de hacerlo todo sin esfuerzo.

Seonghwa... ¿Cómo podría decirlo? Él era único, desde pequeño ha sido tan diferente y bueno, pero ni su propia familia le había valorado, hasta el sol de hoy no lo hacían. Le trataban porque era un ser humano que requería atención, pero, si no fuese más que un perro pulgoso y mojado entonces le darían la espalda, fingirían compasión y le dejarían bajo la tormenta, soñando con sangre; imaginándose sus propios gritos de agonía y despertando cuando, en sus pesadillas, caía muerto y sin vida.

¿Quién podría tener tiempo para alguien así?

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Park Seungwoo y Choi Yerim se llevaban bien, se veían naturales, felices cuando hablaban sobre cualquier tema que se les ocurriera en aquella mesa repleta de platillos deliciosos y té de sakura humeante y dulce.

A Seonghwa le disgustaba el gusto de su familia por el té endulzado, le dejaba un mal sabor de boca y por eso pedía amablemente a su madre que exigiera una taza de café con leche para pasar los bocados que se veía obligado a tomar. Porque no era muy fanático de esas galletas, todo por culpa de su niñez.

Cuando la familia Real estaba desayunando, hacía muchos años atrás, Seonghwa una vez había hablado sobre que tenía pesadillas casi todas las noches. Seungwoo se había burlado de él, Sehyoon se rió de aquella mala broma y Siyeon le tiraba gotitas de té con ayuda de sus dedos delicados. Sus padres en cambio, le miraban con extrañeza, como si por el simple hecho de tener presente una imagen horrible mientras dormía era signo de repugnancia y locura.

Si estaba triste simplemente lo demostraba con mantenerse serio, aún cuando Sooyoung le obligaba a sonreír.

Con respecto a las galletas... Uhm, quizás las odiaba porque el postre luego de aquella charla habían sido esas malditas, y sus hermanos le habían tirado tres o cuatro cada uno cuando había comenzado a llorar en silencio.

Le decían “príncipe del llanto” y Hangyul les reprendía, pero sabía que sólo lo hacía porque le resultaba fastidioso el todo infantil y terco de los niños.

¡Pero no era justo! Seonghwa era un niño, tenía que expresarse como tal, saber qué era eso y porqué lo estaba viviendo. Hasta ahora, se lo seguía preguntando, pero no podía hacer nada si nadie se iba a preocupar por su salud mental o lo que sea; de todas maneras si una esas pesadillas se trataba sobre un paro cardíaco entonces estaría muy bien recibida, para que arrasara con su vida.

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