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Una vez soñó que estaba nadando en una inmensa piscina.

El agua abrazaba a su cuerpo, lo hacía de una manera casi asfixiante, aún con eso, no hacía nada por salir de ella, movía sus brazos y piernas, tomaba bocanadas de aire y mojaba sus cabellos negros con lo que pensó, sería la calidez que le rodeaba. Sus manos temblaban al igual que las ondas del líquido, pero eso era lo de menos.

Tal parecía que estaba nadando hacia lo desconocido, porque lo hacía con el propósito vago de salir de la piscina que hasta ese punto, creyó que era tan grande como una playa famosa y tropical.

En un momento a otro las nubes grises se habían reflejado en el agua traslúcida, haciéndole fruncir el ceño con extrañeza, el sol se había ido y estaba seguro de que la supuesta calidez se iría en el momento en que comenzara a llover. Primero había llegado una brisa fuerte que le golpeó el rostro y meció su cabello mojado, suspiró, eso era tan malo como desagradable.

Si no podía salir de ese bucle infinito de agua y ninguna señal de un borde firme del cual sostenerse, entonces lo único que le quedaba por hacer era admirar y sentir como las gotas de lluvia le golpeaban, se había quedado ahí, relajado, dejando que su cuerpo flotara y se meciera contra las ráfagas de viento.

Pero en eso, levantó sus manos y se dio cuenta de que habían marcas horribles en sus muñecas, que las gotas de lluvia y sangre se mezclaban, resbalando por su piel que en ese sueño tortuoso se notaba horrenda; morada y mal herida.

El agua a su alrededor se teñía de rojo berbellón, su sangre se dispersaba y pensó que podría morirse... Caer desmayado y que luego su cuerpo inerte sería succionado por las olas que se habían comenzado a crear. Todo de él estaba manchado con sangre... Y sólo se removía, pataleaba y gritaba, aunque no podía escucharse a sí mismo por los truenos que resonaban fuertemente contra sus oídos.

Y luego despertó, con lágrimas en sus ojos, llorando y temblando como si fuese una pequeña hoja, marchita y desolada.

Golpeó el colchón mullido bajo su cuerpo para asegurarse que no estaba en la inmensa piscina ficticia, sollozó tratando de recuperar el aliento que se perdía rápidamente, su pecho subía y bajaba, mientras hacía lo posible por encontrar la lámpara y encenderla de un fuerte golpe.

En sus muñecas no había nada, y volvió a preguntarse porqué, ¿Por qué su propio cerebro le hacía esto?

No había nada en su piel, salvo las viejas cicatrices que la pintaban. No se veían mucho, sólo si alguien ponía la suficiente atención en ellas, pero esa era una de las consecuencias que han dejado sus pesadillas a lo largo de los años. Sus padres lo sabían, le habían llevado a una pequeña terapia que había durado tres horas, en la cual no dijo ni hizo nada más que mirar su piel rasgada y marchita.

En ese entonces pensó que ese sueño era culposo.

Porque de no ser porque sus propias manos y pensamientos nefastos hicieron aquello, entonces no habría soñado con que estaba nadando en su propia sangre, que en sus muñecas habían heridas profundas.

En algún momento eso debía parar... Pero lo cruel era que no lo hacía, y seguía haciéndose esas horribles marcas, seguía deslizando una maldita cuchilla en esos lugares en donde nadie posaría sus ojos para juzgarle.

Al fin y al cabo, no sabía si culpar a sus padres por hacerle a un lado en aquellas noches de tormenta... O a sí mismo por no tener el control suficiente, la certeza de que todo iba a mejorar.

¿Algún día estaría mejor?

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Se limpió las lágrimas de los ojos y gruñó al sentir como uno de sus anillos rasgaba un poco la piel por dejado de su ojo, hizo una mueca y se lo quitó con rabia, importándole poco si se hacía daño en su dedo por ese gesto tan infantil y rabioso.

❛ LIVED。Donde viven las historias. Descúbrelo ahora