10. Todos los hombres me dicen lo mismo.

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Leslie

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Leslie

Parece que no hay mucha diferencia entre encerrarte en tu cuarto y cantar una canción a todo pulmón para tener un concierto y disfrutarlo en silencio mientras tus audífonos aíslan el sonido en un solo lugar para sentir cada parte de la melodía, dejar salir miles de emociones cada vez que tu mente pide un tiempo libre, solo pide respirar un momento o gritar lo más fuerte que tu garganta pueda resistir.

Christina Perri me hace recordar que sólo soy una humana.

Necesito un respiro.

Esta vez no opté por encerrarme en mi habitación y gritar hasta quedarme sin voz, cierro mis ojos y escojo la segunda opción, incluso viene con toda la experiencia, respirar despacio una y otra vez para intentar calmarme, las lágrimas recorren mi rostro para cubrir la desesperación.

No lloro porque extrañe a Eira, no estoy así porque extrañe a Laika, no estoy así porque paso por un bloqueo y no pueda pintar nada que no sean paisajes.

Estoy así por Alex, hace semanas que no hablo con él hasta hoy que me ha pedido vernos pero he logrado darle la vuelta y decirle que estoy ocupada, si entrenar y trabajar más tarde no es estar ocupada no sé lo que es. Pero solo no quiero hablar con él.

Me ruego levantarme de la cama porque mi cuerpo es difícil de convencer, me preparo para otro entrenamiento con Eduardo, una ducha y un sándwich antes de marcharme.

Lo fastidioso de estar con Eduardo tanto tiempo es que se me ocurren tantas maneras de molestarlo pero el encuentra otras cien para voltearme cada cosa que utilizo para que el entrenamiento pase más rápido.

Una vez, solo una vez le pregunto si hoy utilizaremos el balón y los últimos diez minutos me ha estado lanzando el balón y me hace esquivarlo porque según él no puedo tocarlo, si lo hago deja de entrenarme, es como volver a la primaria y jugar quemados, solo que con un balón el doble de pesado. Es una tontería.

─ Deja de lanzármelo ─ gruño moviéndome al lado derecho para esquivar de nuevo.

─ ¿Quieres usarlo? ─ pregunta volviendo a tomarlo con la intención de lanzarlo directo a mis manos. ─ Pero no lo toques ─

Esta práctica ya está molestándome, no es que las otras no lo hagan pero no me gusta que las personas me observen mientras intento practicar un deporte que aún no domino y mucho menos hacerlo sin poder sujetar un balón y que me lo lancen como si fuera un juego de feria.

Las admiradoras de Eduardo se ríen de mí con descaro al igual que él en las dos veces que me he lanzado al suelo para mantener mi cara intacta.

─ No lo toques ─ repito molesta ─ ¿Acaso quieres que lo detenga con mis poderes mentales? ─ exploto.

─ Esa es mi intensión desde el principio, convertirme en tu mentor ─ bromea dejando el balón sobre la banca.

Si estuviéramos solos él se concentraría y volveríamos a entrenar, pero ahora con público intenta lucirse más de lo habitual, y aquí empieza otra juego miro a las cuatro chicas haciendo caras y gestos, y cuando él las mira no dudan en coquetearle lo hacen de lejos no dudo que en cualquier momento se decidan y bajen para verlo más de cerca.

ARRUINADOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora