La música finalizó cuando volvió a sonar la sirena que indicaba el toque de queda. Robert recogió la propina con su característica sonrisa y, una vez que la gente se disipó como la pólvora hasta sus hogares, metió el instrumento dentro de su funda. Nix dudó en acercarse al joven pelirrojo, algo nerviosa por que solo faltasen quince minutos para que los militares comenzasen a arrestar.
Se acercó a él con timidez y, una vez cara a cara, le extendió su única moneda. El mayor no la tomó, colocándose la guitarra tras su espalda y peinándose el rizado cabello que se desordenaba por el congelado viento.
—No quiero tu dinero, guapa— le dijo acompañado de un simpático guiño—. Tú puedes escucharlo gratis.
Nix levantó una ceja, sorprendida por su actitud coqueta, y se cruzó de brazos. Hablar con el género opuesto le resultaba raro y tedioso. En el orfanato se habían encargado de que las niñas se mantuvieran alejadas de cualquier joven que les despertase curiosidad, elaborando estrictas normas y discursos denigrantes para asustarlas de lo que ocurrirían si caían en la tentación. No obstante las hormonas y la madurez era algo que no podían borrar por mucho que quisiesen, algunas adolescentes, revolucionadas por la rebeldía de la edad y los primeros amoríos, habían encontrado la forma de escaparse en medio de la noche para encontrarse con sus amados, por otro lado, las menores las cubrían para que las trabajadoras no sospechasen de aquella actividad.
Ella las ayudaba, curiosa por el amor, y, recostandose contra el alfeizar de la ventana del patio trasero, observaba los encuentros de sus amigas. Más de una vez soñó con hacer lo mismo, al fin y al cabo, era bastante guapa y los chicos del orfanato masculino que había tras cruzar la valla, la miraban con picardía. Sin embargo, cuando la curiosidad revolvía su estómago, recordaba aquellas manos cayosas subiendo por sus muslos y el aliento a alcohol pegado a su cuello.
— Me ha gustado mucho— murmuró la más joven—. ¿Estudias música?
—Sí.—Afirmó y su vista viajó por las heridas secas de la cara de Nix, se preguntó si le dolían.
—Mi madre también lo hacía.—En el rostro de la menor apareció una mueca triste y apretó con fuerza el asa de la cesta.
—¿Kat? No sabía que le gustase. —Robert le echó una rápida mirada a su reloj y bufó, tendría que correr si quería llegar a tiempo a casa, pero quería quedarse un rato más.
—Ella no es mi madre, bueno, al menos no la biológica— Confesó y los ojos del pelirrojo se clavaron en ella, una mezcla de sorpresa y pena los cubrió. Nix se avergonzó inmediatamente por haberlo dicho, no le gustaba que sintieran lástima por ella y aquello había sido un detonante.—. Es tarde, me voy ya a casa.
Giró sobre sus talones y, antes de que se marchase, la mano de Robert rodeó su antebrazo. El pequeño contacto provocó que Nix se detuviera en seco, alzando la mirada confudida. El iris claro del muchacho brilló en el momento que habló:
—Me encantaría volver a verte.
Las palabras la golpearon, acalorando sus blanquecinas mejillas, la sinceridad de su expresión hizo que Nix no dudase ni dos veces en asentir con la cabeza. Su hermosa sonrisa se grabó en la mente de la joven durante todo el camino a casa.
Las clases regresaron tras un largo fin de semana. Nix había estado preocupada durante el camino de ida hacia el Instituto, alimentando las sospechas de Bella, no obstante, al llegar, se encontró con un ambiente totalmente distinto del viernes.
Anna, la líder de sus acosadoras, le entregó un caro cartón de leche con chocolate y se sentó a su lado a la vez que le regalaba una falsa sonrisa a la profesora que las había regañado en las duchas. La nueva estudiante se mantuvo en tensión durante el transcurso de la clase de literatura, escuchando con atención todos los movimientos de su compañera. El miedo de que volvieran a hacerla daño la carcomia por dentro.
No fue así.
La misma profesora se despidió de ellas cuando las clases finalizaron. El aula se quedó vacía de cualquier figura de autoridad y las adolescentes volvieron a hacer un corro alrededor de Nix.
—¿Por qué tiemblas?—Rió Anna, con su fina mano le acarició el rizado cabello y le analizó las heridas de las mejillas. —¿Nos tienes miedo?—Preguntó esperando una respuesta afirmativa.
Nix recordó el consejo de Robert en medio del pánico y negó, tratando de parecer segura de si misma.
— Tu rostro no dice lo mismo —la de tirabuzones rubios se burló y la tomó de la barbilla para que la mirase directamente a los ojos.—. Dímelo a la cara.— Le ordenó con exigencia.
La contraria apretó los labios con rabia y tomó su botella de agua en un reflejo. Le echó el agua por encima, empapandola de arriba a bajo. Aprovechó la confusión para correr hasta el exterior, escuchando las exclamaciones de sorpresa por parte de sus compañeras.
Bella la observó confusa al verla correr y, sin que pudiera preguntar nada, Nix tiró de su sillas de ruedas hasta un lugar seguro.
—Quiero que me cuentes lo que ocurre ahora mismo.—Le pidió en cuanto llegaron a la transitada plaza de la aldea. La mayor jadeó por el esfuerzo y los nervios, inclinandose contra el respaldo de la silla de su hermana.
—Acabo de fastidiarla, Bella.—Informó y, una vez más tranquila, rompió en carcajadas. Aún no podía creer que había sido capaz de actuar de aquella forma. La nombrada la miró como si estuviera loca.
—¿Qué has hecho?— Preguntó Bella mientras le agitaba el brazo con ansias. Nix le contó todo, sin dejarse ningún tipo de detalle y confesandole que había vuelto a ver a Robert.—Espera... ¿Quiere volver a verte?—La ilusión en los ojos de su hermana confundieron a la morena.
—Sí.—Se encogió de hombros sin darle importancia.
—Por dios, Nix. ¿Y no estás contenta?—Le pegó juguetonamente.— A mi me encantaría gustarle a un chico.
—No le gusto.— La corrigió mientras rodaba los ojos.
—Bueno, eso ya se verá.
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Liberty
Science FictionLa guerra nunca es fácil y Nix, rodeada de sangre, lágrimas y bombas, luchaba por ocultar un gran secreto.