Capítulo 21: Deseo por vivir.

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Theo le prometió una llamada con su familia, no obstante, no le informó sobre la hora o el día en que la haría. Los nervios, el miedo y la incertidumbre afectaron a su sueño, mientras las demás chicas dormían sobre sus estrechos colchones, Nix se quedó sentada frente a un gran ventanal que tenía junto a su cama. Le sorprendió que hubiera un lugar tan fácil para escapar, pero, tras intentar abrirlas, comprendió que aquella acción sólo alertaría a todos los hombres que reían en la planta baja.

Pegó la frente contra el cristal, notando como su frescura aliviaba el calor asfixiante que la recorría. El sudor de las rehenes llenaba sus fosas nasales, agobiandola aún más, no entendía como podían descansar en aquellas circunstancias. Suspiró, intentando no llorar más, pero la impotencia lo hacía imposible. Había estado tan cerca de la libertad...

Y aquello era peor que sus años en el orfanato, porque al menos, allí siempre estuvieron atentos a sus necesidades básicas.

Absorta en sus negativos pensamientos, no se percató del pequeño cuerpo que se sentó frente a ella. Grace, la menor de las muchachas, sujetaba entre sus manos un osito de peluche y lo giraba con cierto nerviosismo. Nix llevó su mirada hacia esta, experimentando más tristeza de la que ya tenía. ¿Cómo podían retener a una niña tan pequeña?

—Yo también me sentía muy asustada cuando vine aquí por primera vez...—Le susurró para no despertar a las demás y, sin pensarlo dos veces, le entregó el muñeco. Nix lo tomó, analizándolo con nostalgia, y le dio una pequeña sonrisa de agradecimiento. —Apoyate en él siempre que te sientas triste.

Sus palabras fueron directas al destrozado corazón de la adolescente, al fin y al cabo, aquel acto brindó un rayo de sol a toda la oscuridad que las rodeaba.

Grace regresó a la cama de su hermana, recostandose de espaldas a ella, y volvió a dejarla con sus dolorosos pensamientos, aunque esta vez, algo más tranquilos.

La mañana siguiente comenzó en el momento que Katia se levantó, pasó sus ojos por Nix, no muy sorprendida por verla allí sentada, y comenzó a preparar el desayuno para sus compañeras. La adolescente la imitó y se colocó a un extremo de la cocina, dispuesta a ayudarla. Si iba a convivir con ellas, sería mejor llevarse bien.

—No, no—la detuvo en el momento que Nix tomó uno de los cuencos—. Yo me encargo de esto, mientras que vosotras ayudáis a Theo abajo.

La de ojos azules apretó los labios, no quería volver a ver a ese hombre ni en pintura. Katia sonrió al verla tan tensa.

—Él no es malo.—Murmuró White a su lado, sus pecas recorrían su piel pálida y recogió su largo cabello rubio con una fina goma. Nix la analizó, fijándose en lo bonita que era.

—¿No es malo?—la nueva integrante bufó con rabia, llevándose las miradas curiosas de ambas muchachas—Una persona buena no nos tendría aquí.—Replicó.

Katia sonrió y regresó la vista a la leche que tenía entre sus dedos. Estaba claro que Nix había formado parte de la resistencia.

—Si lo tratas bien, te permitirá ir a la ciudad sola.—Informó la rubia mientras se arreglaba mejor la ropa.

—¿Sola? ¿Y no os escapais?

—¿Escaparnos?—Katia soltó una carcajada. Nix frunció el ceño, sin comprender que le parecía gracioso. El rostro de la morena se volvió serio de un momento a otro. —Si lo hicieramos sería peor, aquí al menos tenemos una oportunidad para salir de la pobreza...

La adolescente apretó los labios con fuerza, oportunidad... ¿Qué clase de oportunidad era estar encerrada en una habitación? Ni siquiera comían correctamente. Comenzó a cuestionarse si aquel país era tan horrible como Optilium y se preocupó por su familia. No pudo seguir preguntando, pues, la puerta se abrió bruscamente, dejándo pasar a un hombre bastante joven. No superaba los treinta años y era tan delgado como un palo.

Su fría mirada se posicionó en Nix, tensando a todas las presentes, y les hizo un gesto con la cabeza para que lo siguieran hasta abajo. White pasó las manos por sus hombros y la acompañó por los oscuros pasillos. Una vez abajo, la cocina apareció ante sus ojos.

Theo se encontraba sentado en una esquina de la mesa y comía en pleno silencio al ritmo de sus tres compañeros de trabajo. White murmuró un buenos días junto a su dulce voz y se apartó de Nix, quien no sabía como actuar. Tomó unos cuantos platos y comenzó a servirlos, no sin antes pedirle a la adolescente que la imitase.

La menor agradeció que la rubia le dijese que hacer, pues la incomodidad le estaba impidiendo pensar con claridad. Este sentimiento aumentó cuando le entregó al mayor de estos su desayuno, sintió como los dedos de este se acomodaba en su cintura, acariciándola. Su cuerpo se congeló, incapaz de reaccionar como realmente quería.

—¿Por qué tan tensa?—La rasposa y vieja voz se clavó en sus oídos, aterrorizándola. No se atrevió a mirarlo directamente.

—Clay, no toques a mis chicas. Tú no has pagado por ellas, recuérdalo.—Theo intervinió inmediatamente. El agarre del nombrado abandonó a Nix, maldiciendo entre dientes y permitiéndole a la jovencita que volviera a respirar.

—¿Por qué las proteges tanto, Theo?—El mismo adulto que las había acompañado a la cocina habló por primera vez.—Las dejas ir a la escuela, dar paseos por la ciudad o por el lago, les prometes cosas... Se van a volver unas malcriadas.

White alejó a Nix, ya que se había quedado completamente paralizada, y la tomó de la mano fuertemente. Entendía lo duro que era para ella, no obstante, debía permanecer fuerte para que no le hicieran daño.

—No soy un delincuente, además, pronto irán a casas de familias ricas para servir en ellas y su educación es muy importante para que las compren.—Comenzó a hablar, su discurso alimentó el resentimiento de Nix, quien no pudo evitar hablar:

—No niegues que eres un delincuente...—Masculló incoscientemente y dejó a todos en un completo y perplejo silencio. Theo dejó de comer y clavó su terrorifica mirada en ella.

—¿Qué has dicho?—Preguntó.

White apretó más fuerte el agarre, pidiéndole en voz baja que cerrase la boca, sin embargo, Nix no se acobardó y profundizó el contacto visual con el mafioso.

—Que no niegues lo que eres, maldito mafioso.—Repitió, esta vez más alto.

El aludido se levantó amenazadoramente y se dirigió hacia la valiente muchacha. Le rodeó el antebrazo con la mano y tiró de ella hacia su despacho. Nix intentó resistirse, pero su fuerza no se comparaba con la del contrario. Abrió la puerta rápidamente y la empujó contra el escritorio.

—¿Te crees muy valiente?—Rio y la tomó del cuello, obligándola a mirarla. Su agarre no era fuerte, tan solo había puesto su palma allí para intimidarla.

Nix notó como su respiración se volvía pesada, conectando sus miradas con toda la tristeza que estaba experimentando y suplicándose a sí misma que no llorase en aquel momento.

—Déjame marcharme de aquí, por favor... Haré todo lo que quieras, no me importa que te acuestes conmigo... Pero, pero no aguanto más aquí. —Sus súplicas y la vulnerabilidad de sus pupilas desgastaron el enfado del hombre, los ojos azules de la muchacha traspasaron su interior, endulzándolo. La soltó lentamente, sin dejar de observarla.

—No puedo hacerlo, niña.—Susurró, escuchándola romper en un desgarrado llanto.

—Por favor...—Soltó con hilo de voz y se derrumbó. Sus rodillas chocaron contra su peluda alfombra y colocó la cabeza contra las piernas de Theo, notando como le acariciaba el cabello.

—No sobrevivirás ni un día fuera. Ve acostumbrandote...—El mayor se arrodilló a su lado, levantándole el mentón. —¿Quieres ver a tu familia?—Nix asintió desesperadamente, saboreando las lágrimas saladas que caían por sus mejillas. —Está bien... Entonces, esta noche iremos allí.

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