Pasó una semana. Una larguísima semana en la que, por suerte para mi paz mental, no volví a encontrarme a Félix por ningún lugar. Pero, desgraciadamente, vi contadas veces a Adrien.
Él estaba preparando un largo ejercicio de uno de sus créditos opcionales que le tenía ocupado casi todos los días, después tenía los entrenos de parkour, los qué haceres en su fraternidad que nunca me contaría, y alguna que otra comida esporádica y cena con sus padres.
Yo no entendía cómo podía sobrellevar sentarse en la mesa a comer con una persona a la que supuestamente quería y en dos semanas heriría con una espada.
Tuve una horrible sensación que no me podía quitar de la cabeza, y era que creía que me estaba evitando.
Y no lo comprendía. Más aún, después de la cena que tuvimos. Ni siquiera me dejó cuidarle el fin de semana, sabiendo que se sentía enfermo.
Fue todo muy raro. Solo coincidimos un miércoles por la tarde que fuimos a correr por la montaña, para acostumbrarnos al tipo de terreno de Cockaponset y a hacer trail. Luka, Alix, Chloé y yo corriendo junto al Huesos, que nos indicaba cómo debíamos colocar las piernas para amortiguar los saltos, los desniveles, los rampas... Y entre árbol y recoveco, Adrien me robaba algún que otro beso o me miraba cómo solo él sabía hacer. Pero después, al acabar los entrenos, él se iba por un lado y yo por el otro.
Estábamos en contacto siempre a través de nuestros WhatsApp, pero yo no quería escribirle, quería tocarle.
No obstante, intenté ver la situación con objetividad. Odiaba a las chicas de mi instituto que montaban dramas cuando su novio de turno no les escribía un día... o durante una semana. Yo no era así.
Echaba de menos a Adrien. Pero no iba a preocuparme demasiado por estar unos días sin vernos, porque comprendía cuál era el estrés de su curso, con la Misión a lo lejos y el enfrentamiento con su hermano por el otro... y los viajes de fin de semana del equipo de hockey y de esgrima en sus desplazamientos en la liga de la Hiedra.
Por eso yo tampoco quería ser un agobio más. De hecho, me sucedía lo mismo que a él con mi disponibilidad, solo que, además de las clases, de los entrenos y de echar de menos a Adrien, en ningún momento perdí de vista la investigación sobre los subterráneos de La Tumba y el secreto que escondían.
Fue ahí, durante la investigación donde, gracias a Chloé que hacía sus pinitos con Lex (se había tomado más en serio que nunca pasar página a su relación imposible con Luka) y en el periódico de Yale, y gracias a la observación de los vídeos que grabó Luka con su dron, vimos no sólo la punta del iceberg de lo que los Huesos podrían tener montado, sino, parte de la base. Y a confirmar lo que imaginábamos, nos ayudó también Alix, aunque lo hiciera inconscientemente.
Un día quedamos ella y yo para desayunar en la plaza central de Trumbull, y llegó justo en el momento en el que yo estaba buscando información sobre Joss Klue, el farmacéutico exBone que mencionaba Alya en la Nube.
Cuando Alix vio la foto del susodicho, no dudó en silbar y decir:
— Maldito pez gordo tienes ahí.
Yo la miré por encima del hombro. Alix llevaba un abrigo negro, unos tejanos y unas bambas de bota alta Converse de color rosa. Mordía una manzana y en la otra sostenía su taza de café portátil Keep Cup de color roja y negra.
—¿Le conoces?
—Le conozco. Era un miembro Bone. De hecho, lo sigue siendo. Es líder de la empresa farmacéutica más poderosa de Connecticut. Sí. Eso confirmaba lo que ya sabíamos.
—¿Por qué lo tienes en la pantalla? ¿Qué ha hecho este espécimen?
—Pues no lo sé aún, pero parece que crees que puede llegar a hacer algo malo.
ESTÁS LEYENDO
/ 03 / FUEGO INTERNO (+18 ADAPTACIÓN)
Ngẫu nhiênCreí haberlo visto todo, pero nada me preparó para New Haven. Todo me cogió por sorpresa: las hermandades, los duelos de honor, la existencia de fraternidades de Élite, y ellos, los Bones. Yo era la heredera de la sabiduría de Alya y me había jurado...