CAPÍTULO 15

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Aquella noche no dormí, esperando a que Adrien me contestara o que me dijera algo. Pero no. No dio señales de vida hasta la mañana siguiente.

Alix roncaba en la otra cama con Chloé al lado. Solo se quitaron el calzado y se metieron bajo el edredón tal cual, vestidas y sin desmaquillarse como unas groupies pasadas de vuelta. Que dos chicas tan inteligentes acabasen de esa guisa, era para que las convirtieran en carne de meme. Por ejemplo: «Joker y Beetlejuice al regresar de una fiesta». «A Barbie y a Barriguita se les va la mano con la cerveza».

Las dos llevaban un buen mareo, la billetera de Alix se le había caído al suelo desperdigando todos los billetes que había ganado a los que osaron enfrentarse a ella al billar. Sería una leyenda para siempre.

Yo hice algo que nunca, nunca, bajo ninguna circunstancia debía hacer. Pero no podía pensar en correcciones, solo en desaparecer de ese lugar y del influjo de Félix. ¿Qué hice?

Pues llevar la Chevrolet de Alix sin carné. Mis clases de conducir con Adrien habían sido pocas, pero fructíferas, así que pude llevar la camioneta hasta el parquin de Yale.

Incluso Alix me dijo que ya estaba preparada para la prueba de la licencia de conducir con su «contacto». Si me atrevía, ese mismo miércoles tendría la licencia más ilegal que la mayoría de inmigrantes que habían en Estados Unidos, pero igual de válido que cualquier otro.

No pude pensar en lo que sucedería si nos pillaban porque, francamente, no pensaba en otra cosa que en las palabras del Agreste malvado. En la ansiedad que me provocaba creer que decía la verdad sobre Adrien.

Y esa verdad solo se descubriría cuando mi Assassin decidiera contestar a los WhatsApp.

Y sucedió esa mañana de domingo, bien temprano. Un día de tormenta, literal y figuradamente, nefasto para mí, en el que él decidió llamarme en vez de escribirme como siempre hacíamos, cambiando repentinamente nuestro modus operandi. Y yo le tuve que coger el teléfono con voz de adormila afónica.

—¿Adrien?

—¿Marinette?

—Hola... —susurré poniéndome la mano en la frente y entreabriendo los ojos—. ¿Cómo es que me llamas a estas horas? Son las... las siete de la mañana.

—Hola, cachorrita. ¿Cómo no voy a llamarte después del libro que me escribiste ayer noche? Hemos salido hace nada en autocar y al mediodía llegaremos a New Haven. Y... me tienes preocupado.

—¿Por qué? —pregunté sentándome en el colchón.

—Por lo que dices. Marinette, tú misma has visto el ritmo que tenemos estas semanas. Que no te toque no quiere decir que no me muera de ganas de hacerlo. Es imposible que dejes de gustarme o que pierda interés en ti. No es probable eso. Marinette... tú... me tienes loco.

—Bueno, ahora lo sé —agradecí oírlo—. Pero entiende que me parezca raro que no hayamos podido estar juntos desde nuestra cena.

—Lo sé, nena —exhaló como si se hubiera dado cuenta de que se había equivocado —. Pero lo he hecho por ti. Bueno, también por los dos. Te lo tendría que haber explicado, perdóname.

—Explicarme el qué —mi rostro se heló.

—Para la apnea y para la Misión hay que estar en plena posesión de tu energía personal. Sabes cómo somos los trazadores y cómo respetamos nuestro cuerpo y creemos en nuestra fuerza y...

—¿Qué pasa? —le pregunté a la defensiva—. ¿Que si te toco te pierdo el respeto?

—No. No es eso. Intentamos mantener... celibato —dijo en voz baja— antes de una jornada como la que viene en la Misión. En los orgasmos se libera mucha energía. Y esa energía es justo la que necesitamos para la apnea y las demás pruebas de la Selva.

/ 03 / FUEGO INTERNO (+18 ADAPTACIÓN)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora