Los White

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Correcta, reservada, amable, perfecta, esa es la descripción de mis padres al referirse a mí, para que no haga nada indebido en su fiesta de estirados.

¿Correcta?, parezco una línea curva, hago todo lo contrario que me digan y no es que quiera serlo, pero siempre quieren tenerme debajo de sus alas, es muy molesto. Comencé la universidad hace ya un año, leyes, por suerte no influyeron en eso.

¿Reservada?, ya quisieran me he acostado con algunos de los hijos de sus amigos los estirones.

¿Amable?, depende de con quien, no le ando sonriendo a medio mundo, si no me agradas listo, te respeto. Solo no te pases conmigo mi paciencia tiene un límite.

¿Perfecta?, sí, soy un perfecto desastre, nada de lo que tengo corre con la suerte de durar mucho a mi lado, incluso tenía un gato a escondidas de mis padres, lo mantenía encerrado en mi habitación y solo un día me descuide y el pobre gato se lanzó por la ventana. Sufrí su perdida y me castigaron por dos meses.

El auto se detiene indicando que llegamos al lugar de la celebración. Suspiro.

—Samantha, espero que te comportes como una persona adulta— dicta mi padre mirándome sin una pizca de aprecio. ¿de verdad qué soy su hija?

—¿y parecer que me estoy muriendo como ustedes?— pregunto dejando salir una carcajada seca de mis labios —no, gracias— sonrió sin mostrar los dientes.

—no estoy bromeando— dice mientras su voz poco a poco se tiñe molesta.

—sí, si, como diga, señor— hago un adamen restándole importancia y peso a sus palabras.

—soy tu padre, muestra respeto— regaña.

—como si eso ayudara— digo entre dientes mirando por la ventana.

—no me provoques niña— me obliga a mirarlo sosteniéndome del antebrazo, haciendo presión en el área dejándome saber lo molesto que esta.

—¿ahora soy una niña?— pregunte sarcástica.

—cariño, no le hagas caso— habla mi madre, capta la atención de mi progenitor haciendo que deshaga su agarre —solo quiere molestarnos— interviene mi madre mirándome con reproche, sonrío con cinismo. Niega con desaprobación —ni siquiera sé por qué te tuve— dice para sí misma llevando su mano al puente de su nariz.

Quisiera decir que su comentario no dolió, pero duele escucharlo. Se crea un silencio solo escuchado nuestras respiraciones pesadas.

—mejor entremos— limpio con disimulo la lagrima que recorre mi mejilla y salgo del auto con ayuda del chófer, le sonrío.

—no era necesario— digo —tengo dos manos que funcionan muy bien.

—para esto me pagan, no te preocupes— sonríe.

Mis padres llegan a mi lado y el chófer agacha la cabeza. Exhalo.

—te dije que no me gusta que hables con los empleados, es muy corriente de tu parte— habla mirándome serio, ruedo los ojos alejándome para entrar al lugar de la celebración.

Es un hotel de mucho prestigio, al parecer mis padres firmaron acuerdos con los dueños del lugar y harán esta celebración para terminar el acuerdo.

—No tomes ninguna bebida, trata de mantenerte al margen solo hablaras cuando te lo ordene— habla mi madre cerca de mi oído sosteniendo mi brazo. La miro con cansancio.

—¿terminaste?— digo saliendo de su agarre y yendo a la mesa donde nos indica el mesero.

Pasa alrededor de media hora, me entretengo con el teléfono mientras algunas personas se les acercaban a mis padres para saludarlos, yo por mi parte los ignoraba.

Dulce Amargo [1] |Trilogía Agridulce|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora