Capítulo 29: Promesas.

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Mezclas de tonos púrpuras y anaranjados cubrían todo el cielo, revelando así el comienzo del próximo solsticio habitual. Cierto chico de ojos azules se encontraba apoyado en contra de uno de los asientos del comedor, sobre el suelo, observando con detalle las nubes que empezaban a camuflarse con el atardecer. Su pecho subía y bajaba lentamente, su respiración a un ritmo moderado y relajado, tranquilo. Sus rodillas contra su cuerpo, siendo abrazadas por sus pequeños brazos cubiertos por una camiseta de cuadros de un negro grisáceo y rojo oscuro, totalmente desgastada, pero que emanaba uno de sus olores favoritos.

Canela, vainilla y flores.

Sintió cada pelito de su cuerpo erizarse al escuchar pasos acercarse, para luego parar y eventualmente agacharse hasta su lado. Inconscientemente, Louis posó su cabeza sobre el hombro de la persona a su lado, quien sus músculos se aflojaron al sentir el tacto del tierno rostro del ojiazul sobre él.

Harry dirigió su vista al mayor-quien parecía ajeno ante sus ojos-, y se sintió perdido por un instante. Aquel chico a su lado tenía una mirada ancha hacia el infinito brillo del lejano sol. En aquel momento, Harry no fue capaz de reconocerlo, como si aquel no fuese Louis. Observó aquello que nunca antes se había percatado o molestado en averiguar.

Sus ojos. Sus ojos le recordaban al océano. El chico de ojos cristalinos y oceánicos. Ahora lo entendía.

Al principio Harry creía que esa manera de referirse al de ojos celeste era por simple juego y comparación, pero ahora que los tenía prácticamente de frente y totalmente distraídos ante la partida del sol, se aterró al encontrarse con su profundidad y misterio innato, encontrándolo totalmente aterrador. Sin embargo, le causó algo de curiosidad, incluso cierta empatía. Aquel chico de piernas cortas y marcadas, de estructura delgadamente pequeña, tez blanca y ojos tan indiferentes como el mismo mar, no era un Tomlinson.

No era ese hombre presidente de una compañía exitosa, ni ese hombre dueño de miles de millones de dólares sólo por respirar. No era aquel hombre que todos consideraban egoísta, avaricioso y arrogante. No era aquel adulto de veintinueve años de mal carácter, gritón y grosero con todo el que le atravesara- era simplemente Louis. Un chico de veintinueve años sumido en una sociedad a obligación, quien tuvo que encarar y soportar la carga de la muerte de su hermana, sostener el peso del legado de sus padres en una empresa donde ni siquiera quería formar parte de. Un chico de veintinueve años que se sentía perdido en medio de un desierto, totalmente desorientado y desierto.

Harry pudo verlo, pudo ver aquel deseo de algo más, de obtener algo que jamás se le dio la oportunidad de considerar. Logró divisar aquel anhelo de cambiar, de considerar algo nuevo, de romper las expectativas que se le asignaron desde niño. Harry pudo divisar la tristeza en sus ojos, cierta melancolía en ellos- y lo supo tan bien, que le dolió hasta montañas, porque él alguna vez lo había experimentado.

No quería quitar aquella imagen perfecta de su pequeño tesoro. Deseaba guardar en una fotografía sus piernas abrazadas, sus labios rojizos y sus ojitos brillantes, tan perfectos que Harry moría por ellos. Era una imagen que él sabía que no la vería todos los días. Aquella percepción de tranquilidad-paz-. Era consciente que pasarían meses hasta volver a verlo en aquella posición. Su estado natural. Él mismo. Louis. Sólo Louis. Su Louis.

Posó su pulgar sobre las mejillas del mayor, deslizándolo poco a poco hasta llegar a su cuello, acariciándolo con ternura y anhelo. Sobresaltó al ojiazul un poco, pero se relajó al instante al sentir el tacto de su amado, estremeciéndose y dejándose llevar. Harry amaba esa naturalidad de Louis, aquella conformidad y calor que emanaba. Era tan sencillo y precioso, y todo para él. Sus ojos lo miraban a él, sus labios le sonreían, y sus mejillas sólo se enrojecían por él.

Louis merecía tantas cosas buenas, cosas mejores. Merecía formar una familia y un futuro. Merecía aquella felicidad que hace mucho le habían robado. Harry necesitaba que su chico le sonriera a la vida, que aprendiera a confiar. Que sea feliz. Harry quería que su chico de ojos bonitos amara la vida tanto como él lo amaba.

Él era tan hermoso, perfecto... Harry era consciente que era un afortunado por estar con él. Jamás había pensado en su vida estaría con un chico tan espectacular como él, o que si quiera se fijara en el rizado. EL ojiverde a veces se sentía tan minúsculo al lado de Louis, quien, a pesar de su tamaño y voz, poseía una increíble presencia y autoridad donde pisaba. Eran tan distintos, tan diferentes en personalidades y vidas, pero se necesitaban. Se querían, y eso era suficiente.

Sonrió embobado al rozar un pequeño hoyuelo que nunca había notado, ciertas cosquillas alborotando su estómago.

"¿Lou?"

El mayor respondió con un ruidito desde su garganta, totalmente concentrado hacia el ventanal.

"¿Puedes prometerme algo?"

El ojiazul asintió levemente.

"¿Prometes que, a pesar de las circunstancias, de los malos momentos, de prejuicios y dudas, nunca pararemos de amarnos?"

Sus mejillas ardieron y mordió su labio inferior, arrepintiéndose al instante. ¿Qué hacía él preguntando tal cosa? No podía hacer prometer a Louis algo que seguramente no cumpliría, por mucho que lo dijera. Louis no podía estar con alguien como Harry, pobre, y de paso un chico.

Pero al verlo soltar un suspiro acompañado de una sonrisa, rodear sus dedos con delicadeza y pena, trazar líneas sobre sus yemas hasta la muñeca, olvidó todas sus preocupaciones.

"Si no paré de amarte durante once años, ¿por qué crees que lo haré ahora?"

Harry dudó en responder, frunciendo el ceño.

"Soy chico. No me gusta bañarme y le temo a la oscuridad. Soy mandón y no puedo vivir sin una taza de café diaria, o me amargo." Apretó sus labios. "Me gusta pintarme las uñas y maquillarme, me gusta bailar, aunque no sepa. Me gusta el ballet, aunque sea de chicas. Me gustan los chicos." Jugó con sus dedos. "Y me gustas tú."

Louis soltó una risita, acomodándose sobre el regazo del rizado, entrelazando su cuerpo entre las piernas del ojiverde. Tomó sus rizos con ternura y cariño, admirando cada facción facial. Sus ojos color manzana, sus cejas color castaño y sus labios rosados que tanto amaba probar. Al ojiazul le sorprendía como alguien tan hermoso como Harry, dudara tanto de sus virtudes, de su persona. Tal vez aquel dicho era cierto: un artista no aprecia su arte jamás. Harry era su propia obra. Pero Louis estaba dispuesto a admirarla.

"Todo lo que dices está bien, Hazz." Tomó su mejilla, permitiendo que el castaño se recostara sobre su mano. "Eres perfecto, con tus virtudes o errores, yo también los tengo. Soy gruñón, exigente y perfeccionista. Pero... eso es lo que nos hace humanos, Harry. Nadie tiene esa pureza que muchos anhelan, pero aquello de alguna manera nos trae algún tipo de perfección. Si fuéramos todos iguales y simétricos, ¿no sería aburrido?"

Rió en respuesta, cerrando sus ojos, sintiendo el calor de la manito de Louis, seguro. Todo lo que sentía con Louis era confort y protección.

"Te amo tal y como eres. Nada hará cambiar mi opinión de ti, Hazz. Nada."

Abrió los ojos, encontrándose con el color celeste brillantemente oscuro de Louis. Fríos, dispersos y luminosos. Lo miraban a él. Sólo a él.

"¿Incluso si el mundo se pone en nuestra contra?"

Sonrió, plantando un beso corto sobre los labios del rizado. Eran suaves y gruesos, como si estuvieran hechos solamente para ser besados por Louis.

"Incluso si el mundo se pone en nuestra contra, no te perderé, Harry."

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¡¡¡Espero que lo hayan disfrutado!!! Gracias por sus mensajes, los aprecio un montón uwu

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El Chico del Semáforo. (LARRY STYLINSON).Donde viven las historias. Descúbrelo ahora