Narra Elena.
En los pocos días que transcurrieron desde que llegué de La Plata a Buenos Aires y estuve al lado de la celebridad, descubrí que nada de lo que pasara a nuestro alrededor era normal. Probé un pequeño bocado de lo que se siente ser reconocido y podía jurar que no era especialmente una sensación agradable, como la mayoría quizás cree que es; es más bien, una constante persecución a la hora de salir al espacio exterior. Era intentar pasar desapercibido lo más que puedas para que las cucarachas no te acechen y te asfixien de preguntas y fotos. O bueno, así era con trueno al menos.
Por eso, se me revolvía el estomago desde el segundo en que subimos a la moto y el rapero comenzó a zigzaguear entre las calles de su barrio intentando sacarnos de encima a los famosos paparazzis.
Después de unos largos y arduos minutos de persecución, la velocidad comenzó a disminuir y Trueno estacionó exactamente del otro lado del puente donde estuvimos horas antes en un callejón medio oscuro. Me bajé y él también, el chico se alejó unos pasos de mí y se tiraba del cabello muy frustrado mientras maldecía por lo bajo. Me quedé admirando su espalda mientras me cruzaba de brazos apoyándome en el asiento del vehículo.
—¿Terminaste de lamentarte o vas a seguir un rato más? —pronuncié luego de unos minutos de observación profunda hacia toda su persona. No quería admitirlo, pero el pibe... no estaba tan mal después de todo.
En fin.
A mi no me gustaba Trueno.
El recién nombrado se dio la vuelta y se dedicó a echarme una mirada cargada de arrepentimiento.
—¿No estás enojada? —preguntó acercándose nuevamente hasta que quedó frente a mí. Fruncí mi ceño con confusión.
¿Yo tendría que estar enojada porque...?
—¿Qué? ¿Por qué tendría que estar enojada? —apoyé mis brazos en el asiento de la moto y me puse a repasar mentalmente todo lo ocurrido hasta dar con lo que supuestamente me haría enojar. Ahora el confundido era Mateo, que me miraba como si me hubiese salido otra cabeza.
—¿Cómo que por qué?, ¿no estás enojada por hacerte pasar todo ese quilombo de recién?
Ahhh, eso era. Qué despistada.
Alcé mis cejas con claro indicio de disipación de dudas en mi mente. Después de unos segundos me llevé un dedo a la barbilla pensando en la respuesta.
¿Tendría que estar enojada con el pobre pibe por algo que estaba fuera de su alcance? La respuesta era un claro no. ¿Estaba afectada por las emociones que me abordaron por tanto espamento? Si, pero no podría culparlo, al fin y al cabo, yo me acerqué en un principio a él.
—¿Con vos? Obvio que no, Mateo —aclaré, el morocho dejó sacar todo su aire contenido. —. Fue algo que no podías controlar y bueno, pasó y ya está. ¿Me chocó? Si un poco, la verdad no estoy acostumbrada a que me persigan tres mil personas con cámaras y autos, pero fue ligeramente divertido —respondí con una pequeña sonrisa al final.—. Fue toda una experiencia. Es más, me sentí como Toretto escapando de la policía. —finalicé soltando una risa. Trueno negó con la cabeza al escuchar mi ultimo comentario y termino por reírse, cosa que me hizo sonreír, por alguna extraña razón.
Me quedé mirando el suelo confundida por la sensación, segundos después cuando alcé la vista el morocho se había acercado a mí. De pronto, lo único que era capaz de mirar eran aquellos ojos marrones que aún me desagradaban, pero que en ese momento hasta tenían un brillo especial. Estaba confundida.
La distancia entre su rostro y el mío era casi nula, sus brazos me tenían acorralada entre su cuerpo y la moto. Mis manos en algún momento fueron a parar a sus hombros y mi vista bajó lentamente hacia sus labios, descubriendo lo carnosos y apetecibles que se veían. Nuestras respiraciones se entrelazaban y una pequeña ola de aliento a menta me llegó de sus labios entreabiertos.